Indiana Jones y el dial del destino: la intensidad de la fe
Paramount Pictures Harrison Ford en Indiana Jones y el templo maldito
Harrison Ford afronta la quinta y última aventura del personaje
En una de las escenas de Indiana Jones y el dial del destino, el profesor y arqueólogo interpretado por Harrison Ford pronuncia esta declaración de intenciones:
«No creo en la magia. Pero a lo largo de mi vida he visto cosas. Cosas que no puedo explicar. Y mi conclusión es que no importa tanto lo que creas, sino la intensidad con que lo hagas».
La fórmula podría servir de guía para los espectadores cuando vean la nueva aventura de uno de los grandes héroes del cine: lo que importa es la fe en la naturaleza humana. A menudo uno tiene que dar «un salto de fe», como proponía Henry Jones (Sean Connery) casi al final de Indiana Jones y la última cruzada. Y los espectadores nos hemos acercado a los cines con la fe de quienes van a seguir creyendo en el arqueólogo a pesar de sus años, de su tristeza por la pérdida de su hijo y la amenaza de divorcio de su mujer, Marion Ravenwood (Karen Allen), y de lo incómodo que se siente un hombre cuando llega a la tercera edad y no logra adaptarse a los tiempos.
James Mangold, solvente director capaz de adentrarse en cualquier género y salir airoso (véanse Cop Land, Identidad, En la cuerda floja, Logan y Le Mans ‘66, entre otras), toma el relevo de Steven Spielberg con intenciones de darle un broche digno al final de la saga, algo que consigue con creces y por méritos propios porque esta entrega supera a Indiana Jones y la calavera de cristal, aunque no a las tres primeras películas. Su trabajo ha consistido en darle otro enfoque al personaje y, en el camino, homenajear las anteriores cintas. Mangold tiene su propio estilo, más centrado en el ritmo y en las persecuciones imposibles, que en ese juego de miradas de asombro y situaciones resueltas por la vía del humor, que constituyen marcas personales del maestro Spielberg.
En busca de reliquias religiosas
En cuanto a los homenajes, el filme de Mangold cumple de sobra, empezando por el magnífico prólogo, suma de temáticas, símbolos y situaciones: volvemos al pasado, a revisar las maniobras de los nazis para satisfacer el ansia de Hitler por reunir reliquias y piezas de arte, a ver al doctor Jones en problemas y otra vez con uniforme de soldado enemigo como en En busca del arca perdida y, especialmente, nos conectan con otra reliquia sagrada.
Al igual que en la primera película buscaban el Arca de la Alianza que contuvo los Diez Mandamientos, y en la tercera perseguían el rastro del Cáliz Sagrado de la Última Cena y la ficticia Cruz de Coronado, en el inicio de la nueva aventura Jones compite con los nazis para hacerse con la Lanza Sagrada de Longinos. Esto nos demuestra que, salvo excepciones, el arqueólogo suele estar conectado a objetos y símbolos religiosos, aunque no siempre del catolicismo (véase Indiana Jones y el templo maldito, donde trataba de conseguir las Piedras Sankara).
Un hombre triste y agotado pero no vencido
El Indy de James Mangold es el retrato del personaje en su ocaso a finales de los años 60. En esto resulta esencial la interpretación de Harrison Ford, quien lo plasma como un individuo que ha cambiado: apenas sonríe, como hacía antaño; sus sarcasmos son más hirientes; y en su nueva vida ha perdido amigos, enemigos y familiares. Esa suma de dolores funciona como contraste con el papel vitalista y entusiasta de Helena, una persona mucho más joven y muy entregada al riesgo.
Pero lo más importante del largometraje no está en la superficie (en ese individuo mayor que aún puede mantener un cara a cara con sus enemigos), sino en el subtexto: Indiana Jones es y será siempre un héroe consciente de que, en la balanza, lo humano supera a lo material, el amor es más fuerte que los ideales y los tesoros, el sacrificio sólo tiene sentido cuando es un acto de salvación de otros. Lo vimos en otras entregas: Jones no suele quedarse con lo material, con cálices, ni cruces, ni ídolos, sino con lo que nos ayuda a vivir: el reencuentro con un padre, la recuperación de un hijo, el descubrimiento de un nuevo amor… Éste fue uno de los grandes hallazgos de George Lucas y Steven Spielberg: inventarse a un héroe que, más allá de la pasión lógica de quien descubre reliquias, mantiene intacta su moral y es capaz de poner en juego el pellejo por aquellos a los que necesita.