CULTURA Lunes 7 de Mayo de 2018

Cruda realidad / Mayo del 68.

0_mayo688-696x458.jpg Movilización juvenil

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Mayo del 68 fue un golpe de Estado dentro del estamento intelectual, entre los mandarines que habrían de decidir cómo íbamos a vivir. Desde aquel infausto mayo es cada vez más fácil comprobar que todo lo que defienden se da de bofetadas con las preferencias reveladas por el vulgo

Se cumple este mes medio siglo desde que empezó la época en la que vivimos inmersos, culturalmente hablando: el Mayo Francés. Con él empezó todo, toda esta locura, toda esta cacofonía que nos gobierna.

Allí se definió la modernidad, como si la fijaran en piedra, y aun hoy, cincuenta años más tarde, ser moderno es repetir sus insulsas consignas y sus pueriles lemas.

En estos días probablemente escuchen y lean un montón de cosas de aquellos días que nos hicieron como somos, colocando, de paso, en cómodos despachos y altísimas peanas a los charlatanes que aún dominan el discurso.

Pero no teman: no les voy a soltar aquí la crónica, que otros lo harán bastante mejor. Me limitaré a recordar de ella cinco puntos que me parecen especialmente relevantes para nuestro tiempo, los polvos que formaron estos lodos.

1.- No fue una revolución

Es como suele describirse el 68, como la gran revolución de la época de nuestros padres (o vuestros abuelos). Pero no hizo más que abaratar la palabra, de modo que ahora se aplica absolutamente a todo y por eso oímos hablar de un detergente que trae “una revolución al mundo de la limpieza”.

Hasta entonces, una revolución era un fenómeno terrible pero muy serio, por el que un grupo sustituía de forma violenta y por completo en el poder a la autoridad establecida y creaba un régimen, en lo grande y en lo pequeño, reconociblemente distinto.

No se tomó el Gobierno; ni siquiera se ocupó un solo ministerio. Todo quedó en una prolongada algarada estudiantil, centrada en la Sorbona -¿dónde, si no?- y en las calles, donde se montaron algunas barricadas.

Passolini: “Cuando ayer en Valle Giulia se cagaron a trompadas con los policías, ¡yo simpatizaba con los policías! Porque los policías son hijos de pobres”

Cuando se posa el polvo después de los disturbios, nada ha cambiado en apariencia. Sigue el gobierno, siguen los ministros, los mismos funcionarios, la misma ley, el mismo régimen.

Nada, en fin, ha cambiado en la estructura de poder. Y, sí, mucho ha cambiado en lo que vendrá después; podría decirse, de hecho, que fue un golpe de Estado dentro del estamento intelectual, entre los mandarines que habrían de decidir cómo íbamos a vivir.

2.- No fueron obreros contra burgueses

El célebre cineasta comunista Pier Paolo Pasolini escribió un poema, ‘El PCI a los jóvenes’, dedicado a las manifestaciones de aquellos días que tuvieron también en Italia su correspondiente reverberación, en el que comentaba que los estudiantes tenían “caras de hijos de papá”: “Cuando ayer en Valle Giulia se cagaron a trompadas con los policías, ¡yo simpatizaba con los policías! Porque los policías son hijos de pobres”.

Sí, es cierto que el movimiento estudiantil coincidió con una oleada de huelgas que apoyaron los estudiantes, pero cada vez que ambos grupos trataron de coordinarse más allá de las acciones más elementales surgía una absoluta incomprensión entre ambas partes.

El obrero francés se hacía consciente de su fuerza colectiva, pero lo que deseaba era usarla en la mejor de sus condiciones laborales y salariales. No tenía el menor interés en el “prohibido prohibir” de esos pijos de la Sorbona ni en su “imaginación al poder”.

De hecho, de las dos revueltas, la obrera, más inmediatamente eficaz -porque sus reivindicaciones eran, al final, concretas y comprensibles- fue con mucho la menor.

3.- Marcó el inicio del abandono de la clase obrera por la izquierda

De hecho, y por seguir con lo anterior, Mayo del 68 podría describirse como un fenómeno absolutamente nuevo: la rebelión de las élites.

Quienes se levantaban, esos estudiantes de la Sorbona, lo hacían indisputablemente en nombre de la izquierda, con las efigies de Mao y el Che Guevara. Pero no eran proletarios, sino burgueses, y la izquierda, que ya en la Revolución de Octubre había comprendido que al proletariado hay que “animarle” desde una vanguardia revolucionaria (compuesta por intelectuales burgueses), entendió en seguida que iba a llegar mucho más lejos apoyándose en este nuevo público.

Empezaba así la ‘gauche divine’, la ‘izquierda caviar’, muy denostada en sus propias filas pero que, manteniendo aún la polvorienta fachada obrerista, ya en plan atrezzo deleído, dejó compuesto y sin novio al proletariado para dispersarse en decenas de causas mucho más del agrado de las élites: feminismo, teoría de género, ecologismo, indigenismo…

Uno solo tiene que mirar los datos. Cuando Podemos, los más directos descendientes del 68, parecían a punto de ‘asaltar los cielos’, se publicaron unas curiosas estadísticas: era el partido que tenía mayor proporción de votantes de clase alta.

E incluso entre sus votantes de bajos ingresos se contaban menos entre los obreros que entre parados y ‘lumpen’, por no hablar de funcionarios y estudiantes.
 

4.- Marcó el principio del desprecio de la élite por el hombre común

El abandono implícito y callado de la clase obrera trajo consigo otro efecto, no igual pero concomitante: el creciente odio al ciudadano común, a lo que Pablo Iglesias llamaría “la gente”.

De hecho, en las siguientes elecciones arrasó el derechista Charles De Gaulle, lo que se consideró un rechazo popular a los motines de mayo.

Proletariado y pueblo nunca fueron lo mismo, y hoy día lo es mucho menos, pero la izquierda siempre se ha presentado como la voz de los que no tienen voz, del hombre común frente a los poderosos. Y, aunque siguen haciéndolo, desde aquel infausto mayo es cada vez más fácil comprobar que todo lo que defienden se da de bofetadas con las preferencias reveladas por el vulgo.

“Mayo del 68 tenía un fuerte aroma libertario, y ya vemos qué ha desencadenado: un crecimiento exponencial de los poderes del Estado”

Si hay espectáculo, diversión, canción, película, afición, costumbre, obra de arte, hábito o actividad que la gente normal favorezca y prefiera masivamente, tengan la seguridad de que la izquierda la aborrece.

Tienen la precaución, al denostarla, de no calificarla de ‘popular’, sino ‘comercial’, como si lo segundo no significara otra cosa que aquello de lo que se trata gusta tanto que la gente está dispuesta a pagar por ello. Para su dolor, ningún voto es tan sincero como el mercado.

Pero para entender lo que digo basta con que se hagan una pregunta: de las causas que ahora abandera la izquierda obsesivamente, ¿cuál hay que guste y atraiga por sí misma más a la clase baja que la alta? ¿Hay en el bajo pueblo más feminismo que entre las élites, más preocupación por los derechos de los homosexuales, mayor sensibilidad medioambiental?

No haré más preguntas, Señoría.

5.- Propició el resultado exactamente contrario al anunciado

Es lo que se llama ‘heterogénesis de los fines’, y define aquellos fenómenos que, por su propia naturaleza, acaban teniendo consecuencias opuestas al fin originalmente anunciado.

Mayo del 68 tenía un fuerte aroma libertario, y ya vemos qué ha desencadenado: un crecimiento exponencial de los poderes del Estado. El ‘prohibido prohibir’ ha terminado en un prohibir casi todo lo que no es directamente obligatorio. Hasta la Revolución Sexual que la acompañó y se nutrió de esta revolucioncita está desembocando en la necesidad de firmar una declaración ante notario -bromeo, pero no demasiado- antes de mantener un encuentro.

6.- Somos sus hijos, no solo la izquierda radical

Todos somos un poco hijos de aquel mayo. Sobre todo, lo es nuestra clase política. Iniciada como radicalismo de izquierdas, hoy incluso la derecha más encorbatada inclina la cerviz ante sus ‘ideales’.

Nos ha dejado ese prestigio absurdo de la revuelta, con independencia de lo que se defienda, la mitificación de las barricadas. Ha teñido de un sospechoso matiz de fascismo intolerable términos como autoridad u orden, sin los que ninguna sociedad podría sobrevivir dos días.

Esa ha sido su gran victoria: polinizar el subconsciente de generaciones enteras que, incluso viviendo sus desoladoras consecuencias, son incapaces de condenar las causas.

 

Fuente: Cande Sande para ACTUALL

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