CAPONETTO y LA OREJA DE MALCO
Antonio Caponetto
A raíz de un fuerte cambio de opiniones en las redes sociales con algunos seguidores de Antonio Caponetto (Director de la Revista Cabildo), es que me puse en el trabajo de escuchar la presentación que éste hábil orador hizo de su libro “No lo conozco – Del Iscariotismo a la Apostasía”, y con ello me ha sido suficiente para escribir este modesto artículo.
Caponetto propone un juicio público al Papa Francisco (como era costumbre –según nos ilustra- hasta el Siglo XII), por cuanto en sus gestos y actos pontificios, llega a la certeza de comprobar que el Vicario de Cristo en la tierra, no sólo niega a Jesucristo Dios, sino que lo niega abiertamente. Este juicio tremendo y temerario, sin embargo, no es propio de un cristiano laico católico y pasaremos a explicar nuestro humilde punto de vista.
Antes, quisiéramos decir que no nos consideramos en condiciones de mantener una discusión de temas teológicos, filosóficos o políticos, con nadie y menos con alguien que –errado o no- ha publicado varios libros en los que ha demostrado una sólida formación intelectual que jamás nos atreveríamos a discutir. Su revista nacionalista Cabildo, ha sido y es para nosotros, una publicación por demás valiosa para el nacionalismo y sólo por ello, merece nuestra más respetable admiración. Sabemos de las persecuciones y críticas de las que ha sido objeto por esta publicación.
Pero no obstante, tal como él, no podemos dejar de decir nuestra opinión sobre lo que consideramos un lamentable juicio y condena contra el Representante de Dios en la Tierra. Sin derecho de defensa alguno. Sin posibilidad, por las razones que fueran, que el Papa Francisco pueda explicar las razones de sus actos, aunque los que pertenecemos a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, nos quedan claros sus gestos ante el mundo y su firme vocación apostólica.
La oreja de Malco
Al escuchar la referida presentación del libro, con sus diatribas y desmerecimientos, se me vinieron a la memoria –no por mérito propio, casi seguro- dos pasajes importantes de los Evangelios. De eso hablamos esencialmente, ¿no?
El primero es aquél en el que –por la traición de Judas- un grupo de soldados mandados por el Sanedrín, apresan a Jesús el Salvador; y Pedro, el futuro Papa, saca su espada y le corta la oreja al servidor del Sumo Sacerdote, de nombre Malco (Juan 18, 10). ¿Que hace el Señor?, no sólo que curó la oreja de Malco (es decir, reparó el error de su discípulo –Lc 22, 51), sino que le dijo a Pedro: “Guarda tu espada porque el que a hierro mata, a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? Él pondría de inmediato a mi disposición más de 12 legiones de ángeles.” (Mt 26, 52-53)
Sólo para imaginarnos un escenario actual, Caponetto sería el Pedro que toma a su cargo la defensa de Cristo, utilizando una espada muy filosa que es su lengua y, curiosamente, hiere la oreja de miles de sus seguidores. Sólo Cristo Nuestro Señor podrá repararlas, y lo hará –si es su Voluntad- a través de la Santa Iglesia que fundó sobre Pedro y sus sucesores. Según la visionaria Ana Catalina Emmerich, “Malco se convirtió después de su cura, y en las horas siguientes sirvió de mensajero a María y a los otros amigos del Salvador.”
Y es que Caponetto, al ponerse en defensor de la Fe y de la puridad de la Iglesia, se coloca por encima de la Autoridad del Papa, metiéndose en un terreno que no le corresponde, aunque lo haga tan eruditamente.
Tanto las Apostasías como las Herejías, no pueden ser declaradas por un laico. Ni siquiera por un grupo numeroso de laicos o por todos los laicos del mundo. Lleva, como toda condena terrible, un proceso previo que debe conformarse a un procedimiento ya reglamentado; en donde se asegure el debido proceso y el derecho de defensa, institutos éstos que rigen en la Iglesia de Cristo desde el principio de su marcha en la tierra.
Este error garrafal y –creo- intencionalmente cometido, no lleva sino zozobra y confusión entre los fieles católicos. Quien se atreve –como Caponetto- a hacer público un juicio y condena tan terminantes, no sólo que es un soberbio inigualable sino que, además, se coloca voluntariamente y con conocimiento, fuera de la comunión con la Iglesia, es decir, en excomunión.
No obstante, debo coincidir con él, lamentablemente, que estamos ante una Iglesia jerárquica tibia y cobarde, que no se anima a confrontar a este hombre, y que la mayor de las veces, aparece como solidaria con todo aquél que esgrima una ideología que ataque sin piedad al Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo.
“Padre, perdónalos”
El otro pasaje que se me viene a la memoria, es aquél en el que Nuestro Señor, en el colmo absoluto de su sufrimiento, ante la burla e insultos que les propiciaban los judíos mientras lo crucificaban, en un gesto de Perdón y Amor Infinitos, le pidió al Padre de los Cielos que los perdonara, porque no sabían lo que hacían (Lc 23, 24).
Estas palabras, que no se aplican a Caponetto, siempre pienso que sí lo son a aquellos que lo escuchan y no conocen en profundidad los Evangelios ni la verdadera Tradición y recta Doctrina de la Iglesia. Se quedan en las diatribas antijudías del orador, y no ahondan en la verdadera Misión del Salvador: Establecer el Reino de Dios en la Tierra y darnos el Camino a la Salvación Eterna. Pero eso será, sólo hasta que advirtiendo el error, persistan voluntariamente en el mismo y, renegando de la Verdad, se aparten objetivbamente de la comunión eclesial.
Esta prédica de odio constante y confrontativo, no es para los cristianos hijos de Dios. No es para los que tratan de imitar a Cristo, cargando la Cruz de cada día. Es para aquellos que justifican su incredulidad, desconocimiento y falta de Fe, en lo que estiman la falsedad del Concilio Vaticano II y en todos los Papas que consideran ilegítimos, declarando a voz en cuello que quieren la Misa en Latín (y por eso no concurren a la Eucaristía), le molestan las guitarras o que el Papa use zapatos comunes.
Esa ignorancia culpable, viene a engrosar las filas de los anticlericales, que buscan todas las excusas posibles, para apartarse de la Unidad Eclesial, tan necesaria en esta época de Gran Tribulación (Mc 13, 14-21; Mt 24, 15-25; Lc 21, 20-24); de la que ni siquiera tienen idea. En definitiva, buscan en donde no tienen que buscar,
“Papolatría”
No conozco si fue él quien acuñó esta desdeñosa palabra, pero se la he escuchado en muchos de sus lacerantes discursos. Sus seguidores utilizan a modo de insulto, para defenestrar a los que defendemos al Papa. Quiere indicar, según parece, una suerte de ‘adoración’ al Papa y/o aceptación acrítica de sus actos y palabras; y con ello, realmente, me siento –como muchos otros- profundamente ofendido.
Como un émulo moderno de Lutero, Caponetto no hace más que reeditar su odio lacerante contra el Vicario de Cristo. Utiliza los inmensos e innegables dones que le ha otorgado el Señor, para defenestrar y juzgar al legítimo Sucesor de Pedro y a los fieles católicos que practicamos obediencia a la máxima Jerarquía.
Y los católicos, especialmente los franciscanos (como lo soy como Terciario, es decir laico) debemos obediencia a quien fue elegido por un Cónclave asistido por el Espíritu Santo. Ninguno de nosotros, por elevadamente culto o inteligente que seamos, se encuentra en condiciones de ‘declarar ilegítimo’ al Papa. Todo lo contrario, debemos asumir con humildad y sencillez, que su Santo Fundador estará presente siempre –hasta el fin de los tiempos- junto a su Iglesia y al Papa del momento.
Esa obediencia nunca puede ser llamada ofensivamente “papolatría”, pues no significa ‘adorar’ a una persona humana, sino ajustarse humildemente a la Voluntad del Salvador. Pues en el Obispo de Roma y en los demás Obispos del mundo entero, se encuentra excluentemente la facultad de interpretar rectamente la Palabra de Dios: “El que los escucha a uds. a Mí me escucha; el que los rechaza a uds., a Mi me rechaza ; y el que Me rechaza, rechaza a Aquél que me envió” (Lc 10, 16) Claro ¿no?
Pero además de ello, aún cuando todas las exageraciones y condenas tuvieran base cierta, prefiero acordarme –sobre todo- que el Papa Francisco es un sacerdote que tiene las manos consagradas y puede dispensar –nada más y nada menos- que los Sacramentos como herramientas imprescindibles de salvación. Por lo demás, será juzgado por el único con capacidad para hacerlo, que es el propio Dios.
Hacer lo que hay que hacer
Se equivoca nuevamente el Señor Caponetto al decir –como lo hace en la presentación de su libro- que el Papa al ‘acercarse’ a los judíos y a los luteranos incurre en apostasía objetiva. No es cierto ni lo puede serlo nunca jamás. Estaríamos diciendo que Nuestro Señor, al comer con fariseos y prostitutas, lo era también. Es realmente una gran aberración.
Yo me pregunto: ¿Habrá leído alguna vez la Biblia el Sr. Caponetto? Si lo hizo, alguno de los dos tenemos una Biblia equivocada. Por que yo en los Evangelios, veo a un Jesús –verdaderamente hombre y verdaderamente Dios- que se acerca más a la Misericordia, al Perdón y a los Humildes; que a uno que cava una zanja y levanta murallas de odio y de rencor a hombres y mujeres que no han tenido la suerte de descubrir a Dios y a su Santa Iglesia; pero que dan la Misa en Latín y usa sus zapatillas rojas.
Pues ésa es la tarea que nos encomendó: “Vayan y enseñen lo que yo les he enseñado, a todo el mundo”. El Papa, Sucesor de Pedro, el primero de todos. Y es eso, nada más, lo que hace el Papa. ¿Alguien ha podido demostrar que el respeto por otras religiones y la búsqueda de la unidad, lo convierte en cultor de otras obediencias o la negación de la Divinidad de Cristo o de la primacía de la Iglesia Católica?
Pero hay un pedido (mandato) más, todavía: Que seamos UNO, como DIOS es UNO (y Trino). ¿Qué debemos hacer los católicos? ¿Escuchar a Caponetto o a Jesús? Para mí está muy claro.
Pues en todos los gestos de Su Santidad, no existe el más mínimo atisbo objetivo de apostasía ni hay proceso alguno en su contra; sino que se ven gestos buscando la unidad de los hombres y de las religiones. Con su mera presencia, aún con el gesto de llevar flores o permitir algún monumento, no se comete ‘apostasía’. Se comete, cuando se declara expresamente estar en contra del Evangelio o de la Tradición eclesial, de su jerarquía, como hicieron Lutero, Calvino, Enrique VIII y ahora Caponetto. Y salvo sus eruditos y soeces devaneos intelectuales de mediocre teología e inmenso ego, Caponetto (y sus innumerables seguidores) sólo han podido interpretar negativamente los gestos del Papa Francisco, olvidándose que él tiene –primero- que obedecer a Cristo y, después, a la iracundia de simples laicos que se atribuyen la capacidad de condenarlo a la infamia de una cachetada en público.
Al menos sabemos que por mayoría (no sabemos cuántos), el Papa Francisco fue elegido en el Cónclave, que no ha tenido queja de ilegalidad alguna. E inmediatamente después, TODOS los cardenales que intervinieron en dicho Cónclave, pasaron delante del Vicario de Cristo, y públicamente le juraron fidelidad y lealtad. Los cinco (y son más de 100, los que lo eligieron) al hacer pública la Dubia, no hicieron más que jugar una peligrosa carta a favor de los enemigos de la Iglesia. Pues las dudas de los Cardenales (que han de ser muy pocas, a la luz de sus conocimientos teológicos y doctrinales) deben ser prudentemente despejadas personalmente con el Vicario, sin dejar margen para grieta ninguna; y Francisco, Papa (Pues YA NO ES MÁS Bergoglio como insiste el publicista), no tiene obligación de contestarles y por algo (seguramente muy serio y grave) no lo hizo. Curiosamente, se enteraron los medios de comunicación, antes que los fieles católicos. ¿Por qué? Y honestamente, aún en mi ignorancia, habiendo leído varias veces el punto que discutieron, me parece que hay muy poco margen de error. No se advierte ninguna gravedad.
Y cada uno, debe hacer lo que tiene que hacer de acuerdo a sus circunstancias, sin depender de lo que hacen o dejan de hacer los demás. Existe una forma de advertir a los hermanos –sean de la jerarquía que sean, incluyendo al propio Papa- que están cometiendo un error; y el Señor la enseñó claramente. Se llama “corrección fraterna” y requiere –primero que nada- tomar valientemente el riesgo personal de advertirlo cara a cara; luego en compañía de dos o tres testigos y recién al último, decirlo a la comunidad. Empezar por el final, como hacen los detractores del Papa Francisco, me parece un acto de cobardía, que busca la gloria personal y el aplauso fácil.
La paja en el ojo ajeno
Parece que es costumbre ya encarnada de los argentinos, andar escrudiñando permanentemente a nuestro prójimo, para encontrar la paja en su ojo. El nivel de autocrítica es nulo, pero llenamos libros enteros y ocupamos horas de televisión, hablando de los demás. Estamos llenos de Tinellis y programas de chismes. Somos jueces y verdugos, antes que trabajadores del bien. Incapaces de ver nuestros errores, por una soberbia inaudita somos, sin embargo, capaces de las más altas y profundas difamaciones que, como dice justamente Francisco, es una forma de homicidio. No nos detenemos nunca en nuestro ánimo de destacarnos mediante la crítica ácida a los demás, como si no tuviéramos cosas importantes para hacer con nosotros mismos.
Y por eso estas líneas. Por cuanto existen demasiados ataques a la Cuerpo Místico de Cristo Nuestro Señor, como para seguir alimentando odios y divisiones. No tomamos en cuenta que tenemos poco tiempo para trabajar por el Reino de Dios y encontrar el Camino a la Casa del Padre. E insistimos inútilmente en cavar trincheras para el enemigo, arrastrando a miles de incautos que se dejan seducir por estos cantos de sirenas. No es la primera vez que esto sucede, pues siempre el padre de la mentira, ataca de todas las maneras posibles a Dios y a su Creación.
Pero creo que es la última. Pues sólo basta ver 'los signos de los tiempos', para ver -sin demasiado esfuerzo-, que el mundo se encuentra en caída libre, y que el poder de las tinieblas se esparce por todo el orbe, ofendiendo sin cesar a Dios y, aún cuando creo en su infinita Misericordia, es posible que esté al borde de una merecida limpieza ante los horrendos pecados que cometemos.
Ya que tiene las Llaves del Reino, creo que me conviene escuchar al Papa en sus homilías de Santa Marta, en las audiencias públicas de los miércoles; y en todas sus encíclicas que llaman al Perdón, a la Reconciliación y a la ayuda de los más necesitados y humildes por que, después de todo, para ellos vino el Señor Jesús.