¡PIEDRAS QUE LLORAN, QUE CLAMAN Y QUE GRITAN!
Montecassino
Con estupor y una consternación dolorosa hemos visto que el día de Cristo Rey, el último domingo de octubre, la iglesia de San Benito de Nursia en Italia, construida sobre la tierra donde él vivió, fue destruida por un terremoto, justo un día antes de que Bergoglio visite Suecia para rememorar a Martin Lutero.
Por PATRICIO LONS
Algo similar pasó cuando Juan Pablo II convocó a la reunión ecuménica de Asís y en el altar de San Francisco, pusieron una imagen de Buda. Poco tiempo después, en septiembre de 1997, la iglesia de ese santo entrañable, se derrumbó con otro terremoto. Dios deja señales bastante visibles, está en nuestro espíritu no cerrarnos a ellas. ¿Cómo se relacionan todos estos hechos? Veamos quienes son cada uno de ellos:
San Benito de Nursia es el patrono de Europa, podemos decir que es el primer fundador de la Europa cristiana. Este santo varón y su hermana, Santa Escolástica, rescataron el saber de su tiempo con una legión de copistas. Vivieron entre fines del siglo V y principios del VI. Recordemos que en aquel tiempo, los libros no eran un material corriente, por eso su trabajo adquiere un valor fundacional para aquel momento y lugar. El haber recopilado el conocimiento de su tiempo, facilitó en los siglos posteriores, la creación de las universidades que fortalecieron la cultura y el pensamiento medieval.
En el siglo IX, el emperador Carlomagno, continuó su obra al darle unidad política a Europa. Y con la construcción de la catedral de Aquisgrán, el emperador produjo un fortalecimiento de la fe y un Renacimiento cristiano de la arquitectura y de la sabiduría. Y en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino compiló el saber teológico que sostuvo la unidad de la Iglesia en el concilio de Trento del siglo XVI y San Francisco de Asís revivificó la espiritualidad y el ascetismo cristiano. La suma de estos santos y de estos genios construyó la Europa de las catedrales que sacó al continente del barbarismo y la obscuridad, rescató y sostuvo las particularidades culturales de cada región y comarca y le dio unidad de destino en la historia universal.
Por el contrario, Martín Lutero, sacerdote agustino, empujado por su propio desconocimiento y soberbia, combatió la unidad espiritual y política del Viejo Continente, destruyendo buena parte de la obra de Carlos V y dañó el legado de los Reyes Católicos que habían cerrado la brecha en la península a un Islam anticristiano. De su lucha, que esterilizó el alma del norte de Europa, se aprovecharon los príncipes alemanes, continuadores de los intereses comerciales de la Liga Hanseática que, con la única motivación de enriquecerse, empobrecieron sus almas. En la actualidad, las naciones del norte de Europa, son las menos creyentes y envejecidas y con las almas más frías por la desesperanza. Esa es la única y penosa herencia del heresiarca alemán. La Biblia ya había sido traducida siglos antes, no hay mérito alguno en él.
Hoy, la Europa contemporánea es hija putativa de la nefasta revolución francesa, o mejor dicho antifrancesa de 1789, de esa falsa patria sustitutiva de la Galia primogénita de la Iglesia, de la tierra defendida por la doncella de Orleans. Pero, así y todo, no puede escapar del molde cristiano de su fundación original. Sin ese espíritu, los europeos se estarían matando como tribus salvajes unos contra otros. Mas, olvidando a ese molde, pueden llegar a morir por las nuevas invasiones islámicas que están llegando a Europa.
Constantino de Roma, Clovis de Francia, Fernando III el rey santo de España, su primo San Luis de Francia y el príncipe Vladimir de la antigua Rus, nos siguen indicando que su tierra debe volver al orden romano, a la filosofía griega y a la fe de Tierra Santa. Y en ese destino, España y sus naciones hijas, deben volver a ser el martillo de herejes, la luz de Trento, la espada de Roma, y la cuna de San Ignacio en un nuevo afán civilizador de resistencia y de restauración. Esa es la unidad y fortaleza de Europa y de esta América continuadora de occidente. Si abandona totalmente su identidad, que está basada en la fe, solo seremos tierra de rapiñas de almas ajenas apoyadas por los cipayos nativos. Cosa que en nuestra tierra argentina ocurre desde 1810, cuando nuestros criollos portuarios prefirieron el comercio con Gran Bretaña por encima de los intereses de sus compatriotas. Los hispanoamericanos podemos hacer un gran aporte en esta lucha de resistencias, pues tenemos la ventaja idiomática para decir la verdad a más de quinientos millones de compatriotas hispanohablantes. Recordemos la inmortal frase de Miguel de Unamuno cuando decía: “La sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria está allí donde reina soberano su verbo”
Los invito a que recuperemos la mirada que teníamos de niños, cuando jugábamos a ser caballeros luchando contra dragones y en nuestra imaginación teníamos la claridad de saber que esos monstruos voladores eran simplemente malos. Y no teníamos diálogo con ellos, los vencíamos. No conocíamos el doble discurso. Las cosas claras, como eran y como se entienden. En esa mirada llena de inocencia, guardábamos un depósito de verdad.
Seamos fieles a ella. La verdad camina entre nosotros como un suspiro, una suave brisa que cuando truene el escarmiento, soplará como un viento rugiente que, desde las voces de los mártires y desde cada rincón y subsuelo de nuestra civilización, reclamará justicia y sacrificios para devolvernos la libertad.
Las piedras de Asís y de Nursia son piedras que lloran, que claman, que sangran, que gritan y que nos avisan. Y esta…puede ser, ¡nuestra última advertencia!