El dinero no existe
ALTERNATIVA Agencia Creativa Multimedios
AUNQUE nadie se atreva a decirlo (y ni siquiera a pensarlo), lo cierto es que el dinero es una quimera cuya existencia se asienta sobre una convención o credulidad colectiva, al estilo de las vestiduras del rey desnudo de la fábula.
En realidad, el dinero siempre fue, desde sus mismos orígenes, una convención humana. Allá en la noche remota de los tiempos, se decidió atribuir a determinados metales - llamados desde entonces 'preciosos' - un valor para el comercio. Los elegidos resultaron ser el oro y la plata porque su disponibilidad escasa garantizaba que la riqueza no se desligara de los bienes reales que representaban; y también que circulara bajo el control de quienes tenían capacidad para extraerlos de las entrañas de la tierra, que acabaron siendo los reyes (o aquellos a quienes los reyes concedían licencia para hacerlo). Pero si los cantos rodados o los huesos de aceituna hubiesen sido escasos y difícilmente obtenibles, igualmente nuestros ancestros les podrían haber atribuido el valor comercial que atribuyeron al oro y a la plata. Durante siglos, el dinero representado en monedas de oro o de plata fue un instrumento de comercio que representaba bienes ciertos. Pero hubo un momento en que pasó a ser un 'medio de creación de riqueza'.
Ocurrió tal cosa cuando el 'dinero real' - las monedas de oro y plata - se convirtió en 'dinero fiduciario', siendo sustituido por certificados (billetes o pagarés) que aseguraban la existencia de un depósito suficiente de oro o plata que el tenedor podía hacer efectivo, presentando tal certificado en la entidad emisora de la moneda. Esta transformación de la naturaleza del dinero ocurrió por primera vez cuando el rey Guillermo III de Inglaterra pidió prestadas un millón de libras esterlinas a un banquero de Frankfurt llamado Rothschild. El rey recibió esta cantidad en oro y, a cambio, Rothschild recibió autorización para emitir billetes que representaban la cantidad prestada. De este modo, el rey Guillermo tenía un millón, que podía gastar; y al banquero Rothschild se le permitió prestar otro millón, con la garantía de que estaba respaldado por el rey. El dinero se había multiplicado por dos; pero los bienes que el dinero representaba no se habían multiplicado, lo que inevitablemente condujo a que tales bienes se encareciesen.
Posteriormente, este método de multiplicación del dinero sobre el que se funda la expansión del crédito bancario hallaría su expresión más pavorosa mediante el llamado 'sistema de reserva fraccionaria'. Si depositamos diez euros en una cuenta bancaria, nueve son empleados por el banco para conceder un préstamo a tal o cual empresa, que con ellos paga dividendos a sus accionistas, quienes a su vez los depositan en otra cuenta bancaria cuyos fondos el banco vuelve a emplear para conceder otro préstamo, y así ad infinitum. A la postre, se habrán prestado cien o mil euros a partir de los diez euros primeros que depositamos en el banco. Pero el dinero no se ha multiplicado milagrosamente.
Resulta llamativo que el hombre contemporáneo no crea en el milagro evangélico de la multiplicación de los panes y los peces y, en cambio, crea en el sistema de reserva fraccionaria, que postula la reproducción exponencial del dinero. Antaño todos sabían que el dinero era en sí mismo estéril. Por supuesto, mediante nuestro trabajo el dinero podía ser invertido en empresas productivas que generaban un beneficio: quien compra dos cerdos, macho y hembra, y los alimenta y cuida con esmero, logrará que se reproduzcan; quien compra una tierra y la cultiva con tesón logrará cosechas fecundas, etcétera. Pero en todos estos casos el dinero no se reproducía. Con el sistema de reserva fraccionaria, en cambio, el dinero les toma la delantera a los conejos en facilidad vivípara.
Y todavía el dinero se volvería aún más fantasmático cuando a la multiplicación ad infinitum del 'dinero fiduciario' se sumó la 'creación' de dinero por parte de los llamados 'bancos centrales', con la pretensión de sortear las tempestades financieras (o acaso de crearlas). La 'creación' discrecional de dinero por parte de los bancos centrales - un dinero sin respaldo real alguno, pues las reservas de oro y plata que obran en manos de los bancos emisores son meramente simbólicas - ha favorecido una expansión del crédito inconcebible en cualquier época pasada. Así se ha alcanzado esa 'niebla de las finanzas' de naturaleza inmaterial que se multiplica y desvanece con la misma facilidad con la que los conejos aparecen y desaparecen de la chistera de un prestidigitador.
Se trata de una crasa quimera. Pero por sostener esta quimera se sacrifica a los pueblos, se les imponen sacrificios ímprobos, se los obliga a abandonar sus lares y se los saquea sin remilgos. Y los pueblos tragan.