MARÍA, ARCA DE LA ALIANZA
“La creación es ciertamente nuestra ‘casa común’, y debemos cuidarla. Ante los desórdenes que en ella se producen, que en ocasiones afectan gravemente la vida humana, causados en definitiva por los misteriosos efectos del pecado original, Dios decidió prepararse otra casa, y ofrecérsela a la humanidad.
Comenzó por elegirse un Pueblo, llamando hace ya casi 4000 años a Abraham. Más adelante al sacar a ese pueblo de la esclavitud en Egipto, les regala su ley de la mano de Moisés, quien prepara una modesta morada, llamada Arca de la Alianza , en la que el valioso regalo era custodiado. Se trataba de una tienda en la que podían encontrarse con YHWH, a través de su Ley (Torá), preservada en un precioso tabernáculo.
Más tarde Daviddecide edificarle un Templo en Jerusalén, que su hijo Salomón finalmente termina. Si bien Dios le hizo ver a David que Él no necesitaba una casa material, y que sí le iba a regalar a David un reino y linaje eterno, acepta la propuesta.
En la carta a los Romanos, Pablo expresa que finalmente se ha producido la revelación del ‘misterio mantenido en secreto desde toda la eternidad’, que supera ampliamente aún la presencia misteriosa de YHWH en su primera alianza con el pueblo de Israel.
En la plenitud de los tiempos se prepara la casa más bella que pudo concebir: el seno de María Virgen. De la descendencia de Eva, y de la tribu de Judá, a la que pertenecía David, tanto por José como por ella, finalmente se encarna y nace el Redentor del Hombre.
Se trata de un niño muy especial, del Dios hecho hombre.
Los cristianos cuidamos nuestra casa común, que es el planeta tierra, pensando en primer lugar en la ecología humana, es decir en el cuidado del hombre. Nos preocupa ver que un adolescente de hoy proteja celosamente la vida de una hormiga, o de una vaca, pero esté dispuesto a abogar por el asesinato de un bebé en el seno de su madre.
La Iglesia, experta en humanidades, anuncia ante todo a Jesucristo Redentor del Hombre, que viene a nuestro suelo para habitar el alma humana por el bautismo,y desplegar en ella todo el dinamismo del ‘hombre nuevo’.
María nos conduce de la mano hacia el misterio de la Encarnación-Redentora. Su hijo no vino a pasear por el mundo, sino a salvarlo. Ella es la figura clave que posibilitó que el Verbo habitara entre nosotros.
Nos preparamos para celebrar la Navidad de este 2020, signado por sentimientos de estupor, con más preguntas que respuestas, ciertamente rodeados de un sinnúmero de sufrimientos, con el lamentable aprovechamiento de la crisisa por medio de intereses políticos, ideológicos y económicos tanto a nivel internacional como nacional. Baste el ejemplo patético del impulso por parte del presidente de la Nación de la ley del aborto, en medio del atropello de la justicia, y de un colapso laboral y educativo sin precedentes.
En medio de todo ello, la joven doncella de Nazaret nos marca el camino. Dos prioridades aparecen nítidas, la alegría por la maternidad, es la primera. Recordemos que para una mujer judía, como para casi todas las mujeres, la esterilidad era la peor afrenta. En segundo lugar, su disposición generosa para cumplir la voluntad de Dios, que la transforma en Modelo de fe, es decir de humilde sumisión a su Señor.
María es imagen de la Iglesia que debemos ser. La que debe marcar el rumbo de la humanidad poniendo en la agenda los temas prioritarios. En primer lugar la recuperación de la fecristiana en Occidente, para seguir ofreciéndola al mundo, luego la familia, la educación y la justicia social, para erradicar la miseria, y por cierto, el cuidado del medio ambiente, en el que se desarrolla la historia del hombre llamado a ser hijo de Dios, templo de la Santísima Trinidad , y así vivir en libertad.