El Brasil de Lula y el mar
Sin muertos ni presos en el estadio, la prisión de Lula adquiere, para la izquierda latinoamericana, la relevancia de aquel golpe contra Salvador Allende.
Sin muertos ni presos en el estadio, la prisión de Lula adquiere, para la izquierda latinoamericana, la relevancia de aquel golpe contra Salvador Allende.
De nada vale el gradualismo en los avances sociales. Es inútil mantener la acción transformadora, en convivencia con el empresariado estructuralmente corrupto. Aunque se realicen excelentes negocios. La “derecha reaccionaria”, o los centros concentrados de poder, obturan cualquier reivindicación.
La prisión de Lula es la consagración del error. Lo celebra el peor analfabetismo de los alfabetizados.
Es el retroceso unánime del llamado “campo popular”. Sistemas de gobierno que “la derecha conservadora” suele estampillar como “populistas”. Arrastran la piadosa ficción de sentirse populares.
Aunque la moneda sea el dólar, como en Ecuador. O se naufrague en la patología, como en Venezuela. O se trate de la democracia racionalmente alternativa, como en las eternas transiciones de Chile. Resiste la democracia descompensada de Bolivia, el autoritarismo de Nicaragua, la mezcla ya folklórica de Cuba.
Peste de transparencia
La “peste de transparencia” (cliquear) fue anticipada aquí.
En Brasil produjo estragos. Como Santiago, el personaje de “El Viejo y el mar”, canónica novela de Hemingway, Brasil es el pescador que se había alejado demasiado de la playa.
Costaba volver con el capturado pez espada, que iba a ser devorado por los tiburones.
En efecto, el Brasil de Lula supo alejarse de la playa, a través de la fortaleza emergente de los Brics. Al mismo nivel que la enigmática India, la inquietante Rusia. Pero sobre todo imperdonablemente se hermanó con China.
Con la poderosa estructura corrupta, el Brasil de Lula se volvió hegemónico en el sub continente. A través de las manganetas implícitas en el keynesianismo asistido de la obra pública, con super-emporios como Odebrecht. O de las manganetas con la indispensable energía, merced a Petrobrás. O a las maternales finanzas, como con el Bandes (Banco Nacional de Desenvolvimiento).
Sin paranoias, debe aceptarse que la proyección irritaba la sensibilidad de la superpotencia exclusiva. La amiga privilegiada.
Lo sostiene Donald Trump, en la Cumbre de las Américas, en medio de la perdidosa guerra comercial con China, el gigante país comunista que pretende seducir con el avasallante capitalismo.
China emerge, en el sub continente, en gran parte gracias a Brasil. En la condición de máximo partenaire de América Latina. Después de haberse quedado, en un descuido occidental, con África.
Debe aprenderse. A Estados Unidos no se le hace nunca un desaire semejante. Tratarlo con desdén en las cumbres de los Brics, como en Durvan, o en Moscú. En discursos encendidos de anti-imperialismo adolescente, para complementar los desmanes en materia de intereses. De contratos.
O atreverse a poner de estandarte las imposturas del extinto Chávez, para erigirse en el socio casi estratégico de Irán.
Entonces Brasil se merecía con holgura la humillante lección de la decencia. La destitución de la señora Dilma Rousseff, para ser suplantada por el límpido Temer.
Lula hasta se merece la prisión, por haberse supuestamente quedado con el departamento en la ciudad balnearia. Frente al mar.
Una suerte que en el subcontinente ya no existan las organizaciones guerrilleras, con el objetivo nostálgico de destruir los hábitos de la democracia parlamentaria.
La última guerrilla que valía la pena cesó en Colombia. Para lanzarse, después de medio siglo de selva, a la aventura electoral.
La súplica
Además de la acción ejemplar de la justicia, la prisión de Lula exhibe la persistente fortaleza de la institución militar. Que mantiene a su propio candidato, Jair Bolsonaro, un personaje menor de Guimaraes Rosa.
El Ejército se disponía a intervenir si no se cumplía con la orden judicial de detención. Como se dispondría a intervenir si Lula continuaba con la campaña y se consagraba, por tercera vez, presidente.
Como en otros países del sub continente, la democracia en Brasil se encuentra auditada por las Fuerzas Armadas. El Ejército acribilla en las favelas para combatir el narcotráfico. Llegado el caso, los militares son preferibles a los regímenes populistas que se radicalizan. Para plantarse como demencialmente populares. Como en Venezuela, pero con la auditoría del ejército. Bolivariano.
En tal aspecto la Argentina es la excepción. Después del último fracaso, el presidente Alfonsín juzgó a los militares. Y el presidente Menem les descuartizó el presupuesto.
Para llegar al otro extremo, igualmente perjudicial, en el país sin estrategia. La inexistencia institucional.
Para gobernar y proyectarse, Lula dejó crecer. Consolidar la estructura corrupta. Reprocharlo como error es un acto de extraordinaria frivolidad. En situaciones semejantes el estadista que accede al poder debe optar. Acabar con ella, desde la política, es imposible. Sin embargo es posible intentar la transformación desde la justicia, aunque tampoco sea sana. Y se destruya el sistema económico de la séptima potencia mundial. Aunque el analfabetismo destaque los aumentos puntuales en la bolsa.
Pero Lula se veía venir la peste de transparencia que se lo iba a llevar puesto.
Los corruptos delataban, en defensa propia, la perversa corrupción que generaban. Cobraron cuando robaron y cobraron después cuando los doblaban, para reducir sus culpas y hacer insignificantes sus condenas.
Lula dejó hacer a aquellos hombres que lo iban a sepultar. Para proyectarse internacionalmente, para elevar socialmente a sus pobres y a sus negros. Prefirió no combatirlos. Aunque fueran a llevarlo a una celda de 3 por 5 en Curitiba.
Por haber sido presidente, y por bonhomía, no iban a ponerle las esposas. Los humanitarios.
Ahora se explica la súplica de Lula a Scioli.
Confluía en Lula el socialismo de su clase y el peronismo de su rebeldía. Con la ilusión del avance social, gradual, desde la democracia.
Suplicaba cuando se veía venir el triunfo avasallante de la “reacción”. De los “intereses antipopulares”. Acosaban a la señora Bachellet por los saldos de familia. Se auto aniquilaba la Venezuela desmadrada. Estaban a punto de derrocar a Dilma por pretextadas supercherías contables.
Le suplicaba al argentino Daniel Scioli, que justamente carecía de formación revolucionaria o socialista.
Lo visitaba Scioli a Lula en el marco de su campaña presidencial, junto a Rafael Follonier, el canciller paralelo.
“Daniel, usted tiene que ganar. Se lo ruego. Si para ganar tiene que decir que yo soy un ladrón, diga nomás que soy un ladrón. Pero tiene que ganar, la Argentina no se puede perder”.
Consta que Scioli perdió. “Compañeros” de la organización política que lo impulsaba iban a terminar antes como Lula. Presos. O se encuentran en situación de seguir ese camino. A Scioli, incluso, también planifican embocarlo.
El epílogo le sirve como experiencia al “campo popular”. Lección aprendida.
No vale la pena sacrificarse para intentar la aceptación de “la burguesía”.
Pero la dinámica asegura -siempre- una próxima vez.
“A volver…”..