Banderazo Nacional
Participar ayer del “banderazo nacional” en el día del padre de la patria, fue algo así como “respirar aire fresco” desde la Argentina profunda. Motivo de Esperanza que se gestaba en el contacto con argentinos, la mayoría desconocidos, pero que sin embargo nos sabíamos parte de un todo que es mucho más que cada uno de nosotros como parte.
Fue un “sí” espontáneo, un sí al sentido común, al fruto de meses de padecimientos y reflexión que cuajaron en la necesidad de expresar sin miedo lo que sentimos. Ciertamente, no todos lo mismo, pero sí con la misma urgencia de ser protagonistas de nuestra historia como pueblo y como humanidad, y de no quedar rezagados o marginados por quienes nos quieren utilizar haciendo muy mal las cosas. Una verdadera manifestación popular, no convocada o motivada por partidos políticos, ni por nadie en particular.
El acontecimiento es absolutamente legítimo en sí mismo, más allá de la también legítima discusión sobre los planteos concretos que lo motivaron, sencillamente porque esgrimió los grandes valores de una sociedad madura: libertad, verdad, justicia, espíritu republicano, honestidad…
Si bien muchos portaron carteles críticos al gobierno nacional o a sus políticas, como la cuarentena interminable, o la reforma de la justicia, no fue fundamentalmente “en contra de” nadie.
La lógica de la dialéctica de contradicción, de enfrentar, de minimizar, de subestimar, de amedrentar o de disciplinar leyéndolo todo desde la perspectiva de la política partidaria o de la ideología no debe ya tener más lugar en la Argentina.
Es burdo, ridículo, produce vergüenza ajena escuchar a algunos referentes políticos que pretenden decirle a la gente lo que deben hacer asustándoloscon las consecuencias “homicidas” de sus conductas, o endilgando a líderes partidarios la convocatoria. Típico de las posturas ideológicas, verdaderamente intolerantes, que desconocen que el sistema democrático no es un “cheque en blanco” a las autoridades elegidas por mayoría, y que el pueblo sigue siendo el principal protagonista de la nación, en el cual convive una legítima pluralidad de criterios.
El término “salud pública” utilizado como excusa para todo lo que incomoda al poder ejercido dictatorialmente ya pasa a ser irrelevante por el desgaste que su uso ideológico viene produciendo, como otros tantos, tales como: género, igualdad, equidad, tolerancia, no discriminación…
Lógica ésta, de la “salud pública”, cuestionada en el mundo entero al saberse que la situación general que padecemos fue producida con el fin de “resetear” la economía mundial, y de reducir población, como aporte a las metas 2030 para el desarrollo “sustentable” del planeta, establecidas por organismos internacionales. Proyecto de “Nuevo Orden Mundial”, antihumano por donde se lo mire. Lo último que para este esquema interesa es la salud de la población, como se ve por las muertes por otras enfermedades, los desequilibrios psíquicos de niños, jóvenes, adultos y ancianos, la pobreza creciente, etc.
Analizando críticamente el fenómeno argentino, sí desearíamos que no todo culminara solamente en una expresión masiva del hartazgo padecido o del espanto por las posibles consecuencias de la situación, y finalmente se fuera diluyendo, para volver a foja cero.
Si Jesucristo mirara esta multitud, como lo hizo en tantas ocasiones en su vida pública en contacto con las personas, se compadecería de ella porque aparece como “ovejas sin pastor” (cfr Mt 9, 36).
El Concilio Vaticano II insistió mucho en la necesidad que los miembros de la Iglesia tienen de saber interpretar los signos de los tiempos, es decir, la realidad que nos interpela. Los seminaristas, estudiantes religiosos, sacerdotes, consagrados, laicos, catequistas, todos hemos escuchado una y mil veces esta expresión. Fuimos formados para “hacer historia” junto al pueblo. Y no podemos desconocer la realidad que nos circunda. Las alegrías y esperanzas, tribulaciones y preocupaciones del hombre, de todo hombre, de cada hombre, de todo el hombre…
Esto nos lleva a ver con claridad que las expectativas espontáneas, los legítimos intereses, las genuinas necesidades, que se están manifestando en la sociedad, deben ser canalizadas orgánicamente, es decir institucionalmente.
Constituye una gran oportunidad para la Conferencia Episcopal Argentina entre otros. El Papa Francisco nos viene hablando desde el inicio de su pontificado de ser una Iglesia en salida, de puestas abiertas, con “pastores con olor a oveja”. Nos invita constantemente a ser “hospital de campaña”. Nos gustaría ver su pastoreo comprometido como en otros tiempos de pastores claros y valientes que hablaban y emitían documentos, marcando el rumbo, y acompañando el caminar del pueblo de Dios.
Los próximos años traerán muchas preguntas sobre cómo la Iglesia se paró ante los retos de la presente hora.
Es también una gran oportunidad para intelectuales rigurosos, organizaciones sociales verdaderamente preocupadas por la gente, partidos políticos pequeños que están surgiendo, colegios de profesionales, empresarios… Lo más lúcido y valiente de la patria debe darse cita hasta encontrar las personasy estructuras que puedan insuflar el aire puro, la energía vital, el hálito de vida que nuestra patria necesita par vencer a los enemigos externos e internos.
Si bien estos enemigos son personas y organismos concretos, también reconozcamos que el principal enemigo está dentro nuestro, cuando el egoísmo, el deseo de protagonismo personal, los intereses económicos, etc., priman sobre todo otro valor.
No fue el caso del Gral. San Martín que prefirió alejarse antes que participar de contiendas internas y de luchas de poder. Lamentablemente más cerca nuestro se dio el caso del Dr. René Favaloro, vencido por la mediocridad y estructuras de corrupción nacional.
¿Será ésta la gran oportunidad que producirá esos hombres íntegros, desprendidos y capaces que se animen a priorizar el proyecto común sobre el personal?
Las oportunidades se van acabando. El ritmo acelerado del mundo y del poder global que nos acecha es tan grande que los tiempos se acortan. Estimo el momento es ahora.
¡María, Madre de la Iglesia, nos guíe, y que Dios los bendiga!