REFLEXIONES
Miércoles 22 de Julio de 2020
La unidad que nos fortalece
El pasado fin de semana volvimos finalmente a celebrar la Eucaristía como comunidad de fe. Ruego a Dios sea ése un punto de partida en lo que podríamos llamar la indispensable vuelta a la “única siempre nueva normalidad” que es nuestra fe en Jesucristo, y nuestro aprecio por las leyes de la naturaleza humana por Dios creada.
La Iglesia Católica es la Iglesia de la Eucaristía , ya que de ella nacemos diariamente, y hacia ella nos encaminamos. Es a la vez el agua de la que bebemos y el pan que nos alimenta en nuestro diario peregrinar hacia la casa paterna celestial. En la Eucaristía encontramos la correcta perspectiva para juzgar todo momento de nuestras vidas, incluida la presente encrucijada histórica.
Toda ella gira en torno a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que nos muestra el rostro cercano del Padre creador, que porque infinitamente todopoderoso se hizo también infinitamente misericordioso. El Misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección, del que en cada Misa hacemos memoria, es el manantial que oxigena la humanidad para que pueda seguir esperando el alumbramiento de una sociedad mejor. Se trata de la constante gracia del perdón divino que purifica nuestras consciencias y así renueva el mundo entero.
Me alegró ver tantos rostros contentos, aunque velados por sus barbijos, al ingresar al templo, y al poder disfrutar de las celebraciones. Es legítimo augurar una renovación de la fe al retornar a la práctica religiosa luego de cuatro meses de abstinencia.
En este 2020, al comenzar nuestra labor pastoral, nos propusimos reflexionar sobre la Iglesia de la Comunión , y cultivar así con particular atención nuestros vínculos comunitarios.Estamos todavía a tiempo para trabajar en alcanzar esta meta. La crisis sanitaria no debe ser obstáculo sino oportunidad.
En estos tiempos de pandemia, nos dimos cuenta de que solos nada somos. Aprendimos a extrañarnos y a valorarnos. A darnos cuenta de que somos sociosmás que rivales. La Parroquia Santa Mónica y San Agustín es una sola. Tiene diversos rostros en Fátima, en Santa Rita, en Virgen Niña, en Sagrada Familia de Nazaret o en la Sede Parroquial.
Junto a algunos de ustedes, en estos días recorrí toda la jurisdicción parroquial como lo que es: una gran comunidad de creyentes que anhela crecer en fe, esperanza y caridad. Compartimos las hostias y el vino, sin diferenciar de qué capilla provenían, para hacer presente a Jesús Eucaristía en su cuerpo, sangre, alma y divinidad, y así poder alimentar a quienes se acercaban a solicitarlo.
Como cuerpo místico hicimos y seguimos haciendo el camino pascual del sacrificio que por amorestá dispuesto a abrazar el sufrimiento y hasta a la muerte por el bien de los hermanos. Ésa es la Iglesia viva, esposa del Esposo fiel que vino a sellar la Nueva y Eterna Alianza, que debe dispensar la gracia recibida, cual agua viva que se derrama en todas las direcciones que conducen al hombre, allí donde goza y espera, sufre y lucha por alcanzar la paz.
La Argentina está desmembrada, herida y en grave riesgo de colapso moral, social y económico. Nosotros podemos y debemos ser signo de la unidad de Dios con su pueblo y de todos los hombres entre sí. Ser signo de comunión en la verdad, el bien y la belleza, llevando todas las cosas a Dios es nuestro deber histórico hoy. Si no lo hacemos ya, será demasiado tarde. El momento es ahora.
Fortalezcamos nuestros vínculos, más allá de las pequeñeces que nos debilitan, y luchemos por la causa de la vida de todos: los niños por nacer, los niños y jóvenes que deben retornar a la escuela y a la universidad, quienes deben volver al trabajo digno, quienes necesitan comer y vestirse, quienes están solos y deben reencontrar el calor del afecto de los seres queridos, quienes deben ser reconocidos por su trayectoria después de una larga vida.
Sigamos orando fervientemente por la patria, por la Iglesia y por la humanidad toda. Pidamos especialmente por quienes toman grandes decisiones que repercuten en la mayoría de la población, y por los líderes que necesitamos surjan de entre nosotros. “Señor, que los que gobiernan o deciden por otros, lo hagan con sabiduría, magnanimidad, justicia y misericordia”.