MIRAR CON OJOS PASCUALES
Deseo ofrecerles algunas reflexiones después de más de seis meses del día en que nos levantamos sorprendidos por lo que estaba aconteciendo en la patria y el mundo. La podemos llamar: “Mirar con ojos pascuales”.
Mi perspectiva, como la de todos, es ya más honda por todo lo vivido en este tiempo de inusitada intensidad. En mi caso particular, el contagio del virus sumó experiencia de vida.
Sigo sosteniendo, fruto de información recavada, y de la propia reflexión a partir de los hechos, que por más duro que parezca, es imperioso comenzar por una mirada global, que analice la situación planetaria, y siga indagando sobre el origen del proceso desatado, y los fines perseguidos.
Mi opinión es que nada de lo que ocurre es casual, y que estamos viviendo un momento trascendental en que la humanidad, deberá decidir hacia dónde quiere caminar. La crisis de la cultura occidental debe resolverse, volviendo a sus raíces cristianas, que la han hecho la más humana de la historia de la civilización, y que hoy la encuentran peligrosamente inhumana.
Pensar incautamente que todo se acaba con una vacuna, estimo es ingenuo y altamente peligroso. No niego que podría aparecer una vacuna adecuada para prevenir el contagio de este virus, pero su eficacia deberá ser fehacientemente demostrada, y jamás podrá ser impuesta a la población. Lo que se está jugando hoy, más bien demanda una “vacuna contra el odio a la normalidad de la humanidad creada por Dios”.
A nivel nacional, la preocupación es grande. Estimo lo primero es revisar la estrategia de combate del virus, ya que los resultados sanitarios no se ven, y la crisis económica, psicológica y de violencia social está alcanzando niveles de alta peligrosidad.
La instrumentación política de la pandemia, debe dejar lugar a medidas estratégicamente inteligentes que a partir del diálogo en la verdad, y del esfuerzo de todos los funcionarios del estado, y actores sociales tales como científicos, empresarios, pastores, intelectuales, etc., aúnen fuerzas, para poder así salir de la grave situación en la que nos encontramos.
Estimo como lo dije ya en varias oportunidades que se trata ante todo de una crisis cultural y moral que supone madurar como pueblo para cambiar conductas viciadas, que durante décadas nos han llevado a la postración actual: robo, mentira, pensamiento mágico, pereza, mediocridad, envidia, resentimiento social, soberbia, ideologías “trasnochadas” …
Soy a la vez consciente de las enormes riquezasde nuestro pueblo, y no sólo de un buen número de argentinos sumamente talentosos. Sé de la nobleza de muchos de nuestros hermanos, de su humildad, de su fe en Jesucristo y devoción a la Virgen María , de su deseo de superación, de su amor a la familia, de su cariño para con los ancianos y preocupación por los enfermos, de su amor a la patria y a sus conciudadanos. Es por ello, y fundamentalmente porque creo en Dios, que no pierdo la esperanza de que juntos podremos superar la actual encrucijada, aunque no sin dolor.
En verdad me propuse no agobiarlos con ideas que marquen sólo lo negativo, y quiero finalmente aportar motivos para la esperanza especialmente desde la mirada de la fe, que ciertamente vence al mundo, como lo dice San Juan en su primera carta.
Les comparto en ese sentido las dos certezas que alcancé en este tiempo de tribulación extrema para todos nosotros, que por otro lado es parte de su cotidianidad, para muchos pueblos de la tierra.
La primera es la seriedad de la libertad humana. Debemos reconocer que Dios nos toma mucho más en serio de lo que lo hacemos nosotros mismos para con nosotros mismos. El don del libre albedrío, que nos desafía diariamente a tomar decisiones acertadas que pueden redundar en beneficio o perjuicio personal o comunitario, es cosa seria.
Lo que vivimos hoy es fruto de un sin número de decisiones personales que a nivel mundial, nacional y eclesial tomamos diariamente, y que van configurando la vida personal y de la sociedad en la que vivimos. El proceso de deshumanización y de descuido de la fe que venimos viviendo, está en la raíz de muchos de los males que nos aquejan.
A nivel filosófico lo hemos dicho muchas veces: escepticismo (descrédito de la verdad), relativismo moral (no existen normas morales objetivas para todos), y nihilismo (pérdida del sentido de la vida). A nivel teológico divorcio fe-razón, fe-ciencia, fe-vida, fe-cultura.
El mensaje alentador es que tenemos en nuestras manos el arma para vencer en la batalla: asumir esa libertad, y honrarla cotidianamente reflexionando sobre la verdad y bondad de nuestros pensamientos y acciones. No da lo mismo pensar que no hacerlo, mirar este programa que este otro, decir que no decir, hacer que no hacer, ir que no ir…
Nosotros decidimos el tipo de vida que queremos. Encerrados con miedo nos esclavizamos cada día un poquito más. Los más capacitados, responsables y fuertes, debemos pelear el buen combate de la vida y de la fe, aun a costa de nuestras vidas. El pecado de omisión es hoy de altísima gravedad.
La segunda certeza es estrictamente del género de la fe. Consiste en descubrir existencialmente que la Pascua de Jesucristo encierra todo el sentido, y a la vez contiene toda la fuerza que necesitamos para entender lo que pasa, y enfrentar los desafíos que la vida nos presenta con fortaleza y esperanza.
Todos los dolores que la humanidad atraviesa hoy son los de Cristo en Getsemaní, en el camino hacia el Calvario, y en la cruz. Él nos mostró claramente que no hay resurrección sin dolor, ni sufrimiento eficaz sin amor, ni perdón sin reparación, ni victoria sin sacrificio.
Mirarlo a Él, leer los Evangelios y demás libros del Nuevo Testamento o del Antiguo, repasar la historia de la Iglesia , ilumina el camino actual, que no puede estar privado de las mismas variables que jalonaron la historia del cristianismo: pasión, muerte y resurrección.
Llenos del Espíritu Santo, alimentados por los sacramentos, e impulsados por una oración perseverante, podremos vencer al maligno una vez más, como Él lo hizo hace ya dos mil años. Todo lo demás es fracaso de la humanidad, cultura de la muerte, sociedad del descarte…
Nada sin Cristo, nada sin amor, nada sin misericordia, nada que condene irremediablemente a las personas, nada sin abrir los brazos a todos, nada sin educar a todos, nada sin fidelidad, sin humildad, sin firmeza, sin verdad, sin justicia….
Unidos al Cristo Pascual, y en pleno ejercicio de nuestra voluntad libre, estamos convencidos de que en los tiempos de Dios se suscitarán los líderes que canalicen lo mejor del hombre, y conduzcan el momento histórico hacia una civilización más humana, y no más degradada por la soberbia de quienes quieren dejar a Dios y a los más débiles fuera de la mesa de la vida.
Agradecido al Señor por la oportunidad que me da de ser parte de su “ejército de liberación”, atento a mi lugar en el combate como su sacerdote, los invito a descubrir su propio lugar en esta contienda, en la que todos somos necesarios.
En el día de San Jerónimo, patrono de nuestra ciudad, a quien nos encomendamos, invocamos la protección de María Santísima, Consuelo de los afligidos, e imploramos la bendición de Dios.