De la Iglesia martirial a la “iglesia del pluralismo”
Aclaraciones al documento del Arzobispado de la ciudad de Santa Fe sobre la religión del Estado, la laicidad, y la Religión Universal del “todos, todos, todos”.
Autor: Centro de Estudios Universitarios P. Castellani
«Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.» (Gálatas 1, 8)
Con una gran perplejidad hemos leído el comunicado del Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz hecho público con el título: “Reconocer a la Iglesia dentro de la pluralidad, sin privilegios. Reflexiones en torno a la reforma constitucional”. Firmado por los señores obispos: monseñor Sergio Fenoy y monseñor Matías Vecino en ocasión de la inminente reforma de la Constitución de la Provincia de Santa Fe.
En su lectura nos topamos con una cantidad de errores, omisiones y eufemismos que dan la sensación de que estamos frente a un fraude rotundo. Por eso creemos necesario hacer algunas aclaraciones para poner blanco sobre negro en este asunto que desde hace décadas se ha olvidado, por obra o por omisión culposa. Como decía el P. Castellani, los charlatanes más peligrosos son aquellos que agitan las aguas para que parezcan más profundas, refiriéndose a los que meten mano de un aparato teórico para oscurecer lo que debería aclararse.
Y ya que el mismo documento lo afirma: “…hay varios puntos que nos deberían interesar a todos, y mucho. El artículo 3, por ejemplo, podría generar encendidos debates”, nos tomaremos el permiso, como laicos, de debatir sobre este tema que compromete nuestro futuro, el de nuestras familias y el de nuestros hermanos santafesinos con la firme convicción de que es nuestro deber. sanar las estructuras temporales con la fuerza del Evangelio.
En el comunicado se menciona que durante 19 siglos y medio, la política católica estuvo en un error: “Desde mediados del siglo pasado la Iglesia viene afirmando la justa autonomía y la cooperación del orden temporal con respecto al religioso… La confusión del orden civil con el religioso es no sólo anacrónica, sino también errónea…”.
Parece cuento tener que desmentir semejante macana. Jamás, ni antes, ni después ni ahora la Doctrina Social de la Iglesia defendió la confusión entre los dos órdenes; sólo una interpretación torcida puede ser capaz de leer la historia en esos términos. Y si alguna vez pudo darse, no nos pertenece a los argentinos haber asumido o defendido tal tesis.
Es claro que debe existir una justa autonomía y cooperación entre el orden temporal y el religioso; aunque lo afirme la Gaudium et Spes con toda verdad, sin embargo, esa afirmación es parte del cuerpo doctrinal más perenne, y pretender defender la cuestión como novedad del Concilio Vaticano II es un absurdo.
En el artículo 3 de la Constitución de Santa Fe, donde se afirma que: “la religión de la Provincia es la Católica, Apostólica y Romana, a la que le prestará su protección más decidida, sin perjuicio de la libertad religiosa que gozan sus habitantes” nuestros obispos ven una actitud retrógrada y malintencionada que habría que revertir, enmendar y superar cuando en realidad es una declaración de principios ejemplar que deberían admirar el resto de las naciones; sobre todo aquellas donde la religión se ha vuelto instrumento de opresión, de persecución ideológica y sometimiento, y la excusa para saquear, asesinar y corromper a los indefensos. Otra vez, nuestros prelados humillándose por errores que no cometimos y pidiendo perdón a sus verdugos de
pecados inexistentes. Es realmente una vergüenza leer que para ellos “hoy semejante párrafo es inadmisible desde todo punto de vista”.
Como en una pesadilla que no deja respirar, a renglón seguido se lee: “Sin pretender entrar en las motivaciones que impulsaron a aquellos constituyentes, o en la coyuntura histórica que los habrá conducido…” con la muletilla del aggiornamento los obispos justifican sus dichos acudiendo a un historicismo rancio para decirnos que lo pasado, pisado…
Contra este error hay que decir que, nuestros Padres han decidido declarar jurídicamente y a perpetuidad la identidad católica de la Patria reconociendo su origen, su correspondencia y por sobre todas las cosas su destino en comunión con los ideales del Evangelio, porque entendieron que el Fin del Hombre en este mundo no se agota en el Estado –por perfecto que este sea-, si no en Dios, fuente y razón de toda justicia. Pudieron reconocer esto, aún sin comprometer los asuntos que a cada uno le correspondía. De ahí que afirmar que “la condición propia de lo temporal, por definición, implica la no perdurabilidad, la siempre mutabilidad, la continua perfectibilidad…” es una actitud desertora, propia de cobardes y traidores indignos que están siempre dispuestos a entregar la “cosa pública” a los corruptos y salteadores que, otra vez como hace dos mil años, quieren repartirse la ropa y sortearse la túnica del único Salvador del mundo.
El catolicismo en la góndola de las religiones. Uno de los mejores pasajes del Evangelio es ese que narra la historia del administrador astuto: Cristo alabó al administrador infiel porque había sido más astuto que los hijos de la luz. ¿Qué diría hoy Nuestro Señor frente al derrotismo manifiesto con el que se gobierna su hacienda que es la Iglesia? Colocar a la Iglesia en plano de igualdad con el resto de las religiones falsas e idolátricas es Apostasía que no escapa al sentido común. Acá no se trata de una lucha de poder para conservar una banca apestosa en el Parlamento o un cargo en Tribunales, la cuestión es la misma de siempre: Reinado de Cristo o reinado del Anticristo.
El historiador francés Fustel de Coulange, en su libro “La ciudad Antigua”, relata que, según las Actas de los Mártires de los primeros siglos, los romanos habían ofrecido a los cristianos que su religión sea reconocida dentro del imperio al igual que todas las demás religiones, colocando a su Dios en el Parnaso. Que una vez aceptada esta tregua el Imperio dejaría de perseguirlos y ellos quedarían incluidos dentro de la Pax Romana (es decir, convertir al cristianismo en una religión más del Estado). Naturalmente que los cristianos rechazaron el acuerdo para sorpresa y estupor de los mismos cónsules romanos, que no entendían por qué estos hombres se dejaban matar por su fe rechazando un acuerdo tan favorable que ponía fin a largos años de masacres y persecuciones por las cuales el Estado Romano ya estaba agotado y sin posibilidades. Pero la cosa no era de sorprender, porque los cristianos entendieron que por encima de la Pax Romana está el único Dios verdadero y que, la Fe en Cristo no podía ser de ninguna manera reducida a una simple confesión más, porque eso significaría caer en idolatría. Luego de lo cual se desató la más cruel de las persecuciones.
Valga esta anécdota des-edificante para manifestarnos en contra de aquello que se afirma diciendo: “…la redacción de la próxima Constitución en su artículo 3, o aquel que lo reemplace, debería reflejar el respeto a la pluralidad de una sociedad que es precisamente plural en sus distintas expresiones religiosas.”
¡No se puede ser tan cínicos! Los enemigos de Cristo se relamen ante semejante lustrabotismo. Justamente porque firman la rendición antes de la tregua.
Pero tranquilos, porque a reglón seguido se dice: “Debería, además de reconocer la justa autonomía de los dos órdenes, garantizar su cooperación…” claro, no nos engañemos, esa cooperación será para humillar a la Fe de Cristo y al nombre de su Santísima Madre. No en nuestro
nombre. No va a ser entregada la libertad de los fieles a un ídolo que pretende instaurar todo en una religión pluralista con nuestra complicidad e indiferencia.
La “tesis” debe ser siempre el Estado Católico. Debe ser la consigna permanente y es el mandato que la Iglesia siempre proclamó. San Juan Pablo II nos alentaba diciendo:
Inculturar el Evangelio, no es reconducirlo a lo efímero y reducirlo a lo superficial… Por el contrario, [es] insertar la fuerza del fermento evangélico y su novedad… en el corazón mismo de las sacudidas de nuestro tiempo, en gestación de nuevos modos de pensar, de actuar y de vivir”1.
Ahora resulta que nos quieren meter miedo, vergüenza y cargos de conciencia a los cristianos cuando luchamos por introducir el Evangelio en las estructuras temporales, en las instituciones públicas, en las escuelas, en los hospitales, en los tribunales y en los parlamentos. ¿Qué seguirá de esto? ¿Querrán cambiarle el nombre a la Provincia de Santa Fe de la Vera Cruz también? Bueno, vayamos pensando... por lo pronto tiro una idea: “Provincia Laicista de la Sana Pluralidad”
¿Qué más? ¿Será que tendremos que salir a la calle a luchar por derechos ya consagrados? ¿Qué sentido tiene esta entrega? El único sentido que le encontramos a todo este barullo es ideológico, se llama modernismo. Más precisamente, herejía modernista.
Y dígase claramente, ofende el hecho de que este comunicado haya salido al ruedo sin el conocimineto de los católicos santafesinos y que en nombre de “todos, todos, todos” se burle la inteligencia de la grey. Una incoherencia patente en unos pastores que agitan la bandera de la inclusión y la “sinodalidad”. ¡No a nosotros! ¡No en nuestro nombre! Conocemos perfectamente nuestros derechos y obligaciones como laicos y por eso manifestamos nuestro descontento ante este atropello. Es el colmo que, no son los masones, los liberales o los comunistas los que están en este propósito, sino nuestros obispos… ¿O sí?
No nos engañemos, el laicismo como concepción política, ha llevado a la ruina a las sociedades cristianas y a la persecución cruenta y martirial de los cristianos cada vez que se negaron los derechos de Dios y Su soberanía. Decir que el laicismo es “neutro” es idiotez indigna de una persona que ha sido puesta por Dios para advertir (que eso y no otra cosa significa epíscopo: ver desde arriba). Y levantar la bandera de la “sana laicidad del Estado” es un acto de imprudencia y falta de lucidez, porque la Argentina todavía es católica –de hecho y de derecho- y ningún clérigo tiene potestad para desmentirlo. Evidentemente estos obispos no conocen a su rebaño, se manejan como lobos disfrazados de corderos y están dispuestos a entregarnos.
¿Será necesario aclarar cuál es fin último del Estado? El fin de la política es la consecución del bien común último del orden temporal.
Conviene detenerse aquí para hacer una distinción importante: existe el bien común temporal que es competencia de la política y el bien común espiritual que es competencia de la Iglesia.
La sociedad política jamás debe renunciar a la conquista del Bien Común temporal (o del aquende) aun cuando eso implique sostener y contribuir material, jurídica o institucionalmente al Bien Común del allande. Así mismo, la “sociedad sobrenatural” o espiritual que es la Iglesia, jamás debe renunciar a la conquista del Bien Común espiritual (del allende) que es la salvación de las almas, sin dejar por eso de proteger o velar en la medida de sus posibilidades por el Bien Común político del Estado cuando se ordene a su propio fin. De aquí que la Iglesia deba interferir en asuntos políticos como docente porque es Mater et Magistra para el orden social.
1 Mensaje de Juan Pablo II a los Miembros del Consejo Pontificio de la Cultura, 13 de enero de 1989.
Sin interferir uno en otro, el Estado debe subordinarse al poder espiritual de la Iglesia por la evidente primacía de lo espiritual sobre lo temporal. A este Bien Común trascendente se corresponden todas las acciones que la Iglesia tiene derecho a desarrollar. Cumplir con la obligación de dar a Dios el culto debido para para Su gloria y para el bien de las almas, tanto en lo individual como así también en lo universal. Callar estas verdades es bajar la guardia y dejar el rebaño de Cristo a merced de los lobos, que tienen nombre y apellido y los conocemos bien: son los que desde el principio dicen “no queremos que éste reine sobre nosotros”2
Para quienes creen que la Soberanía de Cristo es algo anacrónico hay que decirles que la Iglesia no es una empresa que se regula por las leyes de la oferta y la demanda, la Iglesia es la Iglesia de las Promesas, sobre ella pesa el mandato de Cristo : “hace que todas las naciones sean mis discípulos”. Ya el padre Julio Meinvielle enseñó que en medio de la Iglesia de las Promesas –como el trigo y la cizaña- crecía una falsa iglesia: la iglesia de la publicidad, la que iba a reemplazar el mensaje evangélico por un credo gnóstico y secularizado, es lo que estamos viendo.
Este es un tiempo para abrir una sola esperanza: la alegre esperanza de la Segunda Venida del Salvador. En contra de los que quieren “Instaurar todas las cosas en la Pluralidad”, nosotros seguimos levantando bien alto la bandera de Cristo Rey:
“Omnia Instaurare en Cristo”
2 Lc.
Autor: Centro de Estudios Universitarios P. Castellani