SOBRE LA REACCIÓN FRENTE A LA BLASFEMIA

CULTURA Miércoles 12 de Diciembre de 2012

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Compartimos un maravilloso trabajo de Virginia O. de Gristelli, aparecido originariamente en otros medios.

Autor: Virginia O de Gristelli

Por: Virginia O de Gristelli

Repasando un poco los hechos recientemente ocurridos en Tucumán a raíz del Encuentro de Mujeres Auto convocadas, y aunque orgullosa del resultado obtenido gracias a la presencia y testimonio de mujeres católicas, cuando miramos los videos que –escamoteados por la prensa oficial, por supuesto- podemos ver por Internet resurge una pregunta que estoy segura de no ser la única persona que se la formula. Ella es: ¿Y HASTA DÓNDE se debe y puede seguir tolerando, legítimamente, la ofensa, la injuria, y el agravio a la Fe y a la Patria?

Más allá de la templanza y autodominio de la que hacen gala los jóvenes que custodian la Catedral en sucesivas ocasiones, ¿no se advierte que –aún sin quererlo- se puede estar confundiendo la virtud de la ‘paciencia’ –hija de la Fortaleza, sin duda- con cierta negligencia en la Justicia ?…Y es que parece que el precepto evangélico de poner nuestra mejilla para recibir los golpes, se confunde a veces con poner la de Ntro. Señor para esquivarlos…

Porque si es lícito –y aún loable- tolerar hasta el mismo martirio, la ofensa a la propia dignidad en nombre de Quien se humilló a Sí mismo para salvarnos, soportando el escarnio, ¿cabe la misma tolerancia cuando el agravio es hacia El mismo, “por Quien todo fue hecho”?, y que nos ha advertido que “A quien me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre” (Mt 10,32)…. La pregunta es, pues, insistimos, si el único modo legítimo para confesarlo es a través de la resistencia impasible, permitiendo no sólo las ofensas personales (como escupidas, golpes, insultos, etc.) sino las mismas blasfemias.

El mundo de las palabras

Sabemos que en un mundo en que la palabra se ha devaluado hasta lo inverosímil (en que los jóvenes, por ejemplo, permanecen sonrientes llamándose todos con el mismo apelativo, por cierto diferente del que sus padres pensaron para ellos, y que en otros tiempos constituía un insulto...), y que tanto se cacarea acerca de la libertad de expresión, éste parece un tema casi sin razón de ser…

Hace poco nos hemos enterado, sin embargo, de que en la católica Irlanda, anacrónicamente para muchos, seguramente, pero ejemplarmente para otros, se ha confirmado este año que “la publicación o expresión de cuestiones blasfemas, sediciosas o indecentes es un delito que será castigado de acuerdo con la ley”, propuesta del gobierno que fue aprobada en la Cámara Baja y pasó al Senado, donde se aprobó por un único voto de diferencia: 23 contra 22 (de 60 miembros).

Pero por supuesto, no es ésta la dirección hacia donde va el mundo occidental y “cristiano” (¿?). Por el contrario, en Mayo de 2009, la Comisión de Venecia, que es el cuerpo consultivo de la UE para temas constitucionales, estableció claramente que la blasfemia se sitúa bajo la libertad de expresión, protegida por la carta de la UE, y aunque han fracasado los intentos recientes en Dinamarca, Finlandia u Holanda para eliminar las leyes sobre blasfemia (que por lo tanto existen) nadie las cumple. Siempre pionera en este tipo de “avances”, en Inglaterra la Casa de los Lores abolió finalmente los estatutos anti-blasfemia en marzo de este año… Traemos estos datos para señalar de paso que “por algo será” [2], pero la situación es que este tema no nos ocupa sólo a nosotros, según parece. Y mientras se declaman los derechos de los canto-rodados y de los tréboles, y se elevan panegíricos de defensa de la “madre Tierra”, los tribunales de este mundo se reúnen para legislar el “derecho” de asesinar a los niños no nacidos (dudando de si se trata de zorrinos o zapallos), celebrar la diferencia de género entre el jersey, la seda y el marimacho, y de paso, ¡insultar artísticamente a Dios!…para anatematizar al “fanatismo”, por supuesto, porque como bien señalaba León Bloy, al burgués no le ofende ninguna mentira o falacia, sólo la Verdad lo ofende, y desde ya, toda especie de precisión y de afirmación de un absoluto lo hacen a uno sospechoso de fanatismo.[3]

Nosotros [4] (un nosotros que por supuesto calificarán de discriminatorio y exclusivista los popes contemporáneos del análisis del discurso, a quienes no me interesa en absoluto complacer), no obstante, creemos que el Decálogo sigue vigente, con o sin consenso, y si repasamos un poco el Catecismo vemos que la doctrina católica sobre la legítima defensa [5] sigue plenamente vigente.

Tornamos pues, a preguntar: ¿y si alguno de los allí presentes, por temperamento, carisma, o simplemente convicción, creyera en conciencia que es testimonio y deber también – y no menos heroico- reprimir (¡oh! ¡la palabrita!!..) con los modestos medios que se tengan al alcance, la injuria proferida por el agresor, en legítima defensa del Nombre de Cristo, de su Madre, de su Cuerpo Místico, la Iglesia? ¿Sería justo, en ese caso, que fueran escarnecidos con la reprobación de los propios, tachados de “violentos”, “intolerantes” o faltos de fortaleza, si en vez de optar por la resistencia, lo hicieran por la reacción…?

Efectivamente, es lamentable oír a algunos jóvenes católicos a veces, admirados por la reacción “contundente”, que observamos en miembros de otras religiones cuando se agravia a su fe (por otra parte, falsa), y cómo esta sensación repercute más de una vez en hacerles sentir la “incoherencia” de la propia, cuando se pregona demasiado livianamente el imperativo absoluto del pacifismo como doctrina “oficial”.

Pero resulta que el pacifismo NO es católico, como lo es la Paz, y subrepticiamente, se ha ido colando esta confusión en las conciencias de muchos que de buena fe, sirven a aumentarla en los que los observan.

La otra mejilla

A quienes esgriman el argumento de la otra mejilla, consideramos de estricto sentido común que una cosa es poner la propia mejilla y otra bien distinta es interponer la mejilla de Cristo o de su Madre como valla ante mi mirada “heroica” de espectador. Seleccionando pasajes de la Escritura, por lo demás, sistemáticamente eluden el pasaje en que Nuestro Señor expulsa a los mercaderes del templo, “haciendo de cuerdas un azote” (Jn 2,13-22; Mt 21,12-17; Me 11,15-19; Le 19,45-46); ¿qué podemos suponer que haría si los mercaderes se hubiesen puesto a blasfemar en las puertas del Templo?… Pero resulta paradójico que mientras por una parte algunos se empeñan hoy en día de mostrarnos cada vez un Jesús tan “humano” que hasta se opaca su divinidad, esto se admite buenamente para ponernos a elucubrar torcidamente sobre sus “tentaciones”, pero se opone resistencia si se trata de demostrar sus más razonables y legítimas actitudes como Hombre perfecto, Hijo de Dios también perfecto, celoso de la honra de su Padre. ¿No es esto curioso?…

La madre de Sta. María Goretti es heroica y ejemplar por perdonar al asesino de su hija (y hace poco hemos visto un ejemplo similar en nuestros tribunales), pero una cosa es el perdón posterior a una ofensa cometida contra mí mismo, contra mi familia o bienes, criaturas todas, y otra cosa muy diferente es el reconocer la infinita injusticia que se inflinge con el agravio al propio Nombre de Dios, ante lo cual no se trata ya de un orgullo o aún de una vida, sino de algo mucho mayor (aunque muchos se escandalicen al recordárseles que Dios posee una dignidad infinitamente mayor a la de cualquier hombre, razón por la cual en el Decálogo los mandamientos referidos a Él anteceden los referidos al prójimo, tal como indica el orden de la Caridad ).

‘No tengan tanto miedo...’

Y su ofensa no sólo “lastima” los oídos y la vista de los fieles allí presentes (cuando se ve destrozar Rosarios arrancados a los congregantes, luego de pasarlos obscenamente por su cuerpo [6]…), sino que, por decirlo del modo más claro, “perjudica” a toda la creación. Cabe aquí señalar también el anejo pecado de escándalo que encierra semejante situación sin reparación alguna, y que el escándalo se trata en el Quinto Mandamiento de la Ley de Dios (que prescribe “No matarás”), teniendo en cuenta que Nuestro Señor nos dijo también “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo...” (Mt 10,26-30).

No se trata de un pecado más, como no es un mero acto de vandalismo la profanación de un sagrario con Hostias consagradas, y su defensa es tanto o más “lógica” que el custodiar la seguridad de una casa. ¿Y si las rejas de la casa son franqueadas, es o no lícita la expulsión del intruso? Reiteremos un texto recién citado: La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad. (Catic. 2265) Y no queremos responder como Caín, que no tenemos nada que ver con la vida de nuestro hermano, pues enhebrando frases y razonamientos del mismo Catecismo, se nos advierte acerca de la fe que aunque es un acto personal: “no es un acto aislado, ya que nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo (…) Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.” (Catic.166 ss.)

¿Hasta cuando y donde?

¿Y si no se trata de atravesar las “fronteras materiales” sino de las espirituales?… Insistimos entonces: ¿¿HASTA DONDE ha de tolerarse??? O mejor dicho, ¿es lícito tolerarlo?

Si pretendiéramos sugerir que todo católico “debe” exponerse al martirio, nos reprocharían con justicia que no podemos exigirlo, pues se trata de una gracia.

Aquí tampoco sugerimos que todo católico “deba” reaccionar ante estas situaciones procurando neutralizar al agresor, pero tampoco parece justo, ni ético, ni caritativo, ni “pastoral” (¡!) exigir a todo católico que soporte impasiblemente estas situaciones, incurriendo en la temeridad de estar convirtiendo a muchas almas en “ollas a presión”, cuando su conciencia y la gracia les sugiere otras actitudes más “naturales”, por así decirlo.

Veamos otro argumento, que echa por tierra la acusación de intemperante o imprudente a quien reacciona. La prudencia humana, sin embargo, no es sino una desviación de la prudencia como virtud, cuando se entiende como no pasar un limite establecido.

La prudencia sobrenatural actúa en función de la realidad externa, vista a la luz de los primeros principios intelectuales y morales que nos hacen buscar el Bien, pero esta realización del bien exige conocer ante todo la verdad. ¿Y podríamos llamar prudente un proceder que permite la proclamación a voz en cuello de obscenidades contra la Verdad misma?…

En relación con la verdad, asimismo recordamos que la corrección fraterna es deber de caridad entre cristianos (por muy en desuso que esté frente a la mayor comodidad y “goce sensible” que provoca el chusmerío o la maledicencia, aunque éstos sean pecado y aquella virtud), así como no sería caritativo observar “respetuosamente” como un hermano nuestro se suicida, ¿no parece razonable hacer todo lo que esté de nuestra parte para impedir que sume profundidades de abismo a su pecado, si se permite que agregue blasfemia sobre blasfemia, arrastrando con ella a otros, además?…

¿Es justo entonces que se afirme que la reacción celosa por la honra de Dios y la salvación del pecador sea imprudencia, sin más, proceder violento, o desprecio por la concordia? Afirmamos que no, y que constituiría un juicio temerario, afectado incluso de cierto esteticismo liberal, que aparta asqueado la mirada cuando se trata de defender algún principio con algo más que con discursos convenientes.

Apártate Satanás

A quien nos insinúe socarronamente si estamos convocando a una Cruzada o guerra santa, le diremos que no, pero tampoco nos avergonzamos de ellas. No creemos que la gracia haya suspendido jamás, por así decirlo, la circulación de la sangre por las venas.

Apártate Satanás

Otro versículo que reiteradamente esgrimen los cultores del “inmovilismo” es el del rechazo con “apártate Satanás” de Ntro. Señor a Pedro antes de la Pasión, pero la cita prosigue “Tu eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”… (Mt 16,21ss.)

El obstáculo que Pedro significaba entonces era para la Pasión, por cuyo medio seríamos rescatados; su condición de “necesaria” es afirmada por El mismo tras la Resurrección : “...era necesario que el Cristo padeciese estas cosas…” (Lc.24,26), pero podemos ver entonces que no es este el mismo caso, sino más bien muy al contrario. ¿O alguien puede afirmar la “necesidad” de la blasfemia? Si continuamos asimismo la lectura del texto sagrado, hallamos, efectivamente, más materia para sostener nuestra posición, pues sigue “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?

Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras”(Mt 16,21-2). Y en esta línea, entonces, ¿quién cuida más su “vida” –en el sentido en que NO debe ser cuidada-?: ¿quien permanece impasible, “tolerando” con el aplauso y compasión de los fieles mundanizados incluso, y la burla de los enemigos de Cristo, o quien reacciona con el peligro cierto de perder bienes, fama, honor y privilegios, además de la añadida reprobación de los “buenos y prudentes”, incluidos algunos pastores?

No quepa duda, pues, de que si no se trata de encauzar legítimamente el apetito irascible (que en sí mismo no implica el pecado de ira, por supuesto, sino que es facultad común a todo hombre) de los jóvenes para defender los valores más altos, muchos seguirán dejando hasta la vida en las canchas de fútbol, creyendo que es incluso meritorio dar la vida por una remera…

La quema de la bandera argentina merece realmente un capítulo a parte. No creo que quienes lo hicieron lo hayan hecho con ánimo de honrarla, sino más bien, como se colige de las imágenes, con explícita intención de profanación.

Los tiempos en que el respeto a los símbolos patrios era inculcado desde la primera infancia ya sabemos que están lejos, pero…de ahí a que frente a CIENTOS de personas (y cámaras mediáticas) un grupo de degenerados subversivos (apátridas por definición) consume el cierre de su aquelarre con nuestra enseña nacional… nos hace formular una nueva “inocente” pregunta a cuanto abogado puedan llegar estas líneas, por lo menos: ¿es que no hay acaso alguna figura legal que permita iniciar alguna acción contra los actores-responsables-cómplices silenciosos de esta “hazaña”?

Si nos remitimos a la otra devaluación que, conjuntamente con la palabra, vienen sufriendo en nuestro tiempo los signos, a secas… no podemos dejar de manifestar cierto escepticismo sobre ello, porque no podemos negar que paralelamente al descrédito de algunos signos otrora respetables (por ej. los símbolos patrios), otros muy elocuentes van tomando subrepticiamente su lugar, e insensiblemente van dejando de provocar escalofríos, tal vez por la anestesia que su bombardeo conlleva (pensemos en las cruces invertidas, las imágenes demoníacas, los emblemas terroristas…), como muestra evidente de la decadencia y apatía moral de toda la sociedad, que luego vemos organizar marchas con velitas y cacerolas (¿¿??), en pedido de solidaridad, paz, etc. etc…

Si todo se quema, hay que apagar el fuego

Muchos replicarán, que compete a la autoridad finalmente, la reacción… Llegados a este punto, un niño nos diría sin vacilar, que si su madre no está, y ve fuego, tratará de apagarlo.

Hace unos años, volviendo al tema religioso, por ejemplo, solicitando a una autoridad eclesiástica la inclusión de una Misa en la Catedral Metropolitana en desagravio por una blasfemia pública y escandalosamente difundida contra María Santísima un 8 de diciembre, se nos respondió que “desagravio es una palabra muy fuerte…” y se incluyó entonces nuestro pedido como “intención particular” (sic)…

Pero es el Año Sacerdotal, y estamos transitando sin duda el tiempo del Espíritu Santo, quien no sufre por supuesto tentaciones del mundo, ni merma con los siglos. Sin olvidar con Job[7] y Santa Teresa que “milicia es la vida del hombre sobre la tierra”…sabemos que es el mismo Espíritu el que alentó a Marta y a María allá en Betania; a San Benito y también a Santa Juana; al Santo Cura en Ars y a Santiago en España; y aunque se empeñen los tibios en sembrar con inquietudes dialécticas el campo, ahí está San Juan[8], y aquí Nuestra Señora, en Fátima, que nos señalan sin ambages que los momentos decisivos, se cifran en combates…

Quedan formuladas, sencillamente, estas reflexiones, como para retomar tal vez, Rosario en mano, el Catecismo, el Evangelio, y suplicar la guarda y caridad del corazón, y la fidelidad en cada hora y en cada obra, para que sean según Su Voluntad, sin temeridad ni cobardía.

¡San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla!

Octubre, 2009, semana de la Hispanidad.

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[1] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Mateo, 54,4; trad. de D. Ruiz Bueno en: Obras de san Juan Crisóstomo. II Homilías sobre el Evangelio de san Mateo (46-90), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1956, p. 148 (BAC 146). Aquí su seriedad de reformador y también su falta de tacto le llevaron a serios conflictos con obispos y con la corte imperial. Depuesto y desterrado, sus tribulaciones y muerte (14.09.407) en el exilio fueron una dolorosa prueba martirial para él y para el sector de la comunidad eclesial que se le mantuvo fiel.

[2] Alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo (Ap. 12:12)

[3] “Un sectario capaz de vociferar en abundancia, un abogado charlatán, un diputado locuaz, y hasta ventrílocuo, jamás serán sospechosos de fanatismo”… (Bloy, L. Exégesis de Lugares comunes, C.Lohlé, Bs.As. 1977)

[4] Nosotros, católicos, a quienes me dirijo ex profeso en un “entre-nos” íntimo y amistoso, sin ánimo de polemizar pero sí de compartir premisas algo olvidadas o caídas en desuso, porque no se llevan a la práctica…

[5] 2263. “La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor… solamente es querido el uno; el otro, no”.

2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal: Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita… y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro.

2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad.

2266 La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte. Las penas tienen como primer efecto el de compensar el desorden introducido por la falta. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, tiene un valor de expiación. La pena tiene como efecto, además, preservar el orden público y la seguridad de las personas. Finalmente, tiene también un valor medicinal, puesto que debe, en la medida de lo posible, contribuir a la enmienda del culpable. (Catecismo de la Iglesia Católica )

 

Autor: Virginia O de Gristelli

Nuestra Opinión


Desde todo punto de vista, esta nota no tiene desperdicios. Aunque haya sido escrito para hechos ocurridos en 2009; tienen una absoluta vigencia, por los sucesos de Misiones y de la Capital Federal. La misma metodología, las mismas abyectas blasfemias, por las mismas feministas extremas y pro abortistas.

Con un gran conocimiento, otra mujer nos llama la atención sobre nuestras actitudes frente a las blasfemias y atrocidades que se cometen en cada una de estas marchas; y nos advierte sobre la tibieza con la que tratamos de justificar nuestros miedos y omisiones. Especialmente nos acordamos del párroco de la Catedral de Misiones y del Sr. Obispo Diocesano de esa ciudad capital.

Hemos tratado infructuosamente de localizar a la autora, pero descontamos su aprobación para publicar esta nota. Si alguno de nuestros lectores conoce alguna dirección de mail o forma de localizarla, rogamos nos lo haga conocer.


Por: Ferreyra Viramonte Luis Fernando
lffv@yahoo.com.ar

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