Ecos confusos de nuestra historia (La Magna Cristiandad en el origen de la Hispanidad)
Los acontecimientos en la historia argentina e hispanoamericana y en la misma historia de la España contemporánea no son muy claros y no son nada fáciles de dilucidar. Por eso nos enredamos en calificar de buenos o malos a tales o cuales personajes como si el juicio a los que ya no están entre nosotros fuese el motor de análisis en esta ciencia. ¡No perdamos el hilo de la madeja por ahí, que terminaremos perdiendo el tiempo y desgastando el cerebro que Dios nos dio!
Autor: Patricio Lons
por Patricio Lons
(Historiador argentino. Egresado de la carrera de Periodismo de la Universidad del Salvador. Conferencista y comentador de Historia en varios programas de la Televisión de Argentina y Europa. Columnista en numerosos medios de comunicación argentinos y extranjeros e investigador de las raíces hispánicas de nuestra civilización.)
Los acontecimientos en la historia argentina e hispanoamericana y en la misma historia de la España contemporánea no son muy claros y no son nada fáciles de dilucidar. Por eso nos enredamos en calificar de buenos o malos a tales o cuales personajes como si el juicio a los que ya no están entre nosotros fuese el motor de análisis en esta ciencia. ¡No perdamos el hilo de la madeja por ahí, que terminaremos perdiendo el tiempo y desgastando el cerebro que Dios nos dio!
De por sí, es muy difícil ponerse en los zapatos de los actores de momentos pretéritos.
Miren, al tema lo veo de este modo; las coronas y las naciones aparecen o se gestan con un propósito. La magna cristiandad europea tenía como fin primordial llevar la luz de Dios al mundo. De ese mandato nace nuestra civilización.
Cuando Alemania e Inglaterra se separaron de Roma, abandonaron ese objetivo central que le daba sentido a sus vidas como pueblos y como naciones; se extraviaron y empezaron a sufrir por ello, en distinto grado y con escasas pausas de paz hasta el día de hoy. Vivimos un momento que entre la actual tibieza espiritual europea y la invasión islámica, sus caracteres de identidad parecen desdibujarse. A partir de ese momento crucial de ruptura en la cultura europea del siglo XVI, que estaba definida por su fe, los reinos auténticamente católicos no tuvieron descanso, teniendo que soportar los ataques permanentes de los extraviados. Lutero separó la voluntad civilizadora de caminar todos unidos en el Viejo Continente. Sin ese principio rector de su voluntad, Europa fue pasto de mercaderes sin más deseo y vocación que el corto plazo de sus bolsillos. Primero los comerciantes de la Liga Hanseática y luego por contaminación buena parte del resto de sus colegas europeos. Los pueblos bajo el protestantismo volvieron a ser siervos de la gleba, en un retroceso social que todavía a principios del siglo XX se hacía patente
en algunos países.
Cuando España y las Españas de América empezaron a alejarse paso a paso del centro de su objetivo como corona civilizadora, dejando como factor secundario el de ser la luz de Trento y la espada de Roma, no pudieron reaccionar ante los ataques arteros que recibían por todos lados. La Francia laica napoleónica y la pérfida Albión, la socavaron abierta y encubiertamente. Ante esto, el rey ni pudo ni supo que hacer. No tuvo luz ni visión. Y los actores políticos americanos de aquel momento no fueron un monumento a la prudencia política sino que se presentaron y actuaron como todo lo contrario al sentido común. Por eso, cuestionarnos si hubo Borbones buenos o malos, es quedarnos fuera del problema central. Es como analizar si tales o cuales gobernantes americanos en los siglos XIX y XX fueron buenos o malos. Estos últimos son los resultados de aquellos tiempos convulsionados que heredaron.
La cuestión es que caímos en una trampa preparada por los intereses religiosos, políticos y comerciales londinenses con un siglo de antelación, por lo menos, y de la cual hace dos centurias que no salimos. Demostrado está por estos siglos de debilitamiento y empobrecimiento, que no fue el mejor camino el separarnos en veinte países. Parece que a los revolucionarios les falló el oráculo iluminista que les prometía un Edén en tierras del Nuevo Mundo.
La identidad de nuestros ancestros no era el de ser americanos, ni respondían a los gentilicios nacidos con los nuevos estados. Ni siquiera se hablaba de América sino de Indias Orientales y Occidentales.
Si le preguntaban en el año 1800 a un habitante de cualquier rincón del territorio de la corona cuál era su nacionalidad, desde Manila en la actual Filipinas y Los Ángeles, California en los actuales EEUU, hasta Carmen de Patagones o en el Archipiélago de Chiloé en el sur de Chile, pasando por Santa Fe de Bogotá y Caracas en el Caribe o cargando un buque en el puerto de Maldonado en la provincia de Montevideo en el actual Uruguay, nadie hubiese nombrado algún adjetivo referido a su territorio, todos hubiesen respondido: “soy católico y súbdito del rey”, no había otra identidad. Eso nos otorgaba un sentido de pathos, de empatía entre nuestros pueblos españoles. El sólido ethos; el ser era más fuerte que el tellus, así en la tierra se arraigaba fuertemente la religión como identidad de todos. El logos que nos proporcionaba la fe de la que provenía el pensamiento de nuestro ser, nos mantenía unidos. Estos conceptos encarnados en las almas de nuestros pueblos, superaban cualquier diferencia planteada por las distancias terrenales entre las administraciones españolas en las Indias y de éstas con la corte en Madrid. La identidad de origen era más fuerte que los posteriores nacionalismos liberales de los estados modernos decimonónicos ya separados de España.
¡Imagínense si en esa fecha les hubiesen propuesto partirse en veinte pedazos, la cara de asombro que habrían puesto los interpelados y la ira que habría tenido que enfrentar quien se atreviese a hacer semejante pregunta! Hubiese sido tomada como una insolencia que habría requerido una reparación. En 1806, los gauchos de Pueyrredón gritaban: “Santiago y cierra España”, al atacar a las tropas inglesas en los pagos de Perdriel en la provincia de Buenos Aires. Repitiendo en las tierras del rey del Virreynato del Río de la Plata, el legendario grito de guerra español nacido en la batalla de las Navas de Tolosa allá por 1212 contra el ejército moro del califa Al Nasir.
Esta lucha -entre el protestantismo anglosajón y el catolicismo español- es un reflejo terrenal y político, de la lucha mística y metafísica entre el bien y el mal. Descubre a la vista de todos, la intención manifiesta del mal por destruir al katechón, al obstáculo que Dios provee al hombre para derrotar al mal y gran parte de este obstáculo, era la catolicidad española en las Indias. [1]
Comparemos las caídas de algunos imperios.
Los nativos de Indias, lucharon a brazo partido por mantenerse unidos a la corona española. En esa lucha por España participaron indios, negros, criollos y algunos pocos peninsulares. Tanto San Martín, como Bolívar, Belgrano y la mayoría de los revolucionarios en todo el continente, se quejaban del escaso apoyo popular para llevar adelante su revolución. Sólo por una violenta leva obligatoria y muchas veces con amenazas y amarrándolos con grilletes, como fue el caso de los sanluiseños, pudieron mantener soldados en sus ejércitos. Hasta hubo Granaderos a caballo de San Martín que, en el Perú, se pasaron al ejército realista escandalizados por los abusos de los revolucionarios y retomando el fuerte de El Callao. Incluso algunos de ellos abandonaron las filas de los granaderos y se fueron a España.
El latrocinio británico de las riquezas de las Españas en América fue rápido, la lucha duró décadas, incluso más allá de la batalla de Ayacucho, con milicias indígenas que seguían flameando las Aspas de Borgoña, bandera con la cual habíamos vencido tantas veces a los ingleses, franceses, rusos y holandeses y que ahora debía enfrentarse nuevamente a las huestes de la Legión Británica de Simón Bolívar que contaba con 7.500 mercenarios, marineros y espías ingleses y a los fusileros y marinos ingleses de Cochrane que estaban al servicio de San Martín. Hasta 1883 había indios realistas o que, cuando menos, no reconocían más soberano que a sus propios caciques y se mantenían en abierto desconocimiento de los nuevos gobiernos nacionales que les habían quitado sus derechos reconocidos por la corona española. Todavía hoy, sacerdotes católicos huiliches del sur de Chile, reivindican su cultura española y podemos ver indios ecuatorianos, reivindicar derechos sobre tierras, con documentación escrita y refrendada por Carlos III.
Esta lucha por nuestra identidad, resurge hoy de nuevo con iniciativas cubanas y portorriqueñas para restaurar su unidad con España como comunidades autónomas. El escritor colombiano Gabriel García Márquez lo había profetizado: “los españoles volverán, esa es nuestra identidad”, en una clara metáfora de la necesidad de reafirmar el ser español-americano, para no desaparecer en estos tiempos turbulentos de la historia actual.
En camino contrario, las trece colonias norteamericanas se independizaron en solo cinco años, pues bien afirmaba Benjamin Franklin: “el imperio inglés en América, solo había existido en la imaginación de Londres”. Esas colonias no eran una Inglaterra trasplantada al Nuevo Mundo, eran otra cosa, otra religión, otros intereses y eran colonias para extraer riquezas, no eran reinos civilizadores de ultramar como pasaba con las tierras de la corona española en América. Nuestra separación fue traumática para nuestra identidad, costó tiempo y sangre a los pueblos que la padecieron y con los pésimos resultados que los americanos de hoy padecemos.
Veamos otro caso. La diferencia entre una causa justa, como la defensa de la pertenencia a la corona española, de una causa inventada como el comunismo soviético, se ve en que a la primera le llevó años para ser derrotada y la segunda pareció sufrir, como dice el analista político Adrián Salbuchi, una “desactivación programada”, al caer el Muro de Berlín y el bloque soviético. Concepto muy bien explicado por los periodistas Pablo Dávoli y Lucas Carena en la emisión n° 33 de La Brújula por TLV1. Como si la Guerra Fría hubiese sido una puesta en escena de la política mundial, que ante su fracaso, había que bajar a uno de los actores del escenario para mantener la ilusión de la obra. Del comunismo quedan algunas tiranías dispersas que apenas sobreviven, de la hispanidad queda todo un continente en el que impera su lengua y su espíritu. Como decía el poeta nicaragüense Rubén Darío: “todavía quedamos mil cachorros del león español”
No se puede negar lo que uno es. Como dice con gran humor y genial resumen, el politólogo argentino Gabriel Fossa: “Solo existimos desde 1810 para los colegios y las Universidades. Hablamos español, porque a una paloma que vino de España se le cayó un diccionario español- guaraní, azteca, maya, sanavirón, etc, etc. sobre la cabeza de un aborigen y este aprendió solito, luego imprimieron ejemplares y se extendió por toda América. Las vacas, los arados y caballos también vinieron volando.
¿Los españoles? ¿Qué españoles? Nunca estuvieron en América, ni civilizaron nada, ni crearon 25 universidades, ni cabildos, ni leyes, ni caminos, ni fuertes, ni escuelas, ni hospitales, ni iglesias antes del 1800. Los paisitos nuevos de habla castellana, dicen que no son españoles porque vinieron en un OVNI”. ¡¡¡LA HISTORIA DESAPARECIDA. HAY 300 AÑOS ANTERIORES QUE PARECE NO SON NADA!!!
En medio de tanta irracionalidad, es una mentira aceptable a los inocentes oídos de los americanos contemporáneos. Recuerdo la frase poco feliz de Jorge Luis Borges al afirmar que: “a los españoles no se les dio el arte de navegar”. A lo cual, con fina ironía contestó el gran historiador argentino Muñoz Azpiri: “claro, porque descubrieron América viajando en dirigible”.
De habernos mantenido unidos en las Indias, en primer lugar habríamos salvado nuestra identidad, factor necesario para construir una sociedad perdurable en el tiempo. Y no hago teoría contrafactual, porque esa era la realidad imperante.
Fueron tres siglos de paz y desarrollo, siempre teniendo en cuenta las características de aquellos años. En
segundo lugar, podríamos haber ayudado a rescatar a España de sus enemigos externos y de sus traidores. La habríamos salvado de las garras del liberalismo agnóstico. En tercer lugar, habríamos mantenido nuestra moneda común en todo el territorio americano, el Real de a 8 y nuestro predominio en los mercados de Asia y del Pacífico. Por consecuencia, habríamos reconstituido nuestro poder, evitado dos siglos de guerras civiles, postraciones y empobrecimiento crónico. Seríamos relevantes y preponderantes en las decisiones políticas que se toman en el mundo. Hasta es muy posible que se hubiesen evitado las dos guerras mundiales y la revolución comunista rusa, pues los EEUU serían un país limitado en su territorio y poder y que no se extendería más allá del río Mississippi. Muy posiblemente ese p
aís, se habría mantenido en el área de influencia económica y cultural española como lo había estado durante largo tiempo en buena parte de sus actividades. ¡Thomas Jefferson les enseñaba español a sus hijas, para que pudieran prosperar y conocer el mundo! Incluso en lo
sanitario, los EEUU se beneficiaron de la Expedición Balmis, ordenada por Carlos IV para erradicar la viruela.
Y por último pero también importante, ¡hubiésemos sido pueblos prósperos y felices!
Expedición Balmis. Grabado del siglo XIX
[1] Strobel Trilling afirma que es el propio Dios en la persona del Espíritu Santo, la fuerza que demora la parusía que los fieles de la época estaban experimentando. (Nota del Editor: Cfr.: http://es.metapedia.org/wiki/El_katechon_como_idea_metapol%C3%ADtica)
Autor: Patricio Lons