Los argentinos y la Fe
En silencio, fuera de la vista general, fieles sedientos de buena doctrina y liturgia digna se forman para librar la batalla espiritual y cultural. Una minoría que, como el grano de mostaza, abre la esperanza de una restauración.
Fuente: LA PRENSA - AGUSTÍN DE BEITIA
La secularización de la Argentina, que viene abriéndose camino desde los albores mismos de la organización nacional, es una penosa degradación que parece no tener fondo. Aunque aún no lo reflejen las estadísticas, a nadie puede sorprender lo mucho que este proceso ha avanzado. Hay veces, sin embargo, que el desfondamiento de la fe se impone ante los ojos con mayor claridad. La reciente elección presidencial tuvo algo de ese efecto. Volvió a exponer el divorcio existente entre el número de quienes se dicen católicos y sus decisiones, lo que se tradujo, en este caso, en el criterio con que sopesaban su voto.
Hay que ver lo marginal que fue la angustia por la falta de un candidato católico, o las disputas que abrió la elección sobre cuál sería el mal menor o el voto útil dentro de este encuadre.
Del resto podrá decirse que aquella disociación mental que demostraron no es, ni más ni menos, que la misma que viene ocurriendo desde hace décadas. Y será cierto. Lo novedoso es que, con la misma impasibilidad, se siguen ahora los pasos de Milei para convertirse en el primer presidente judío de la historia argentina. Triste apostasía, que es personal pero que, por el cargo que detenta, cobra una trascendencia nacional.
Para dar una idea de la resonancia que debería tener esto habría que pensar en un presidente israelí que decidiera convertirse al catolicismo. De seguro que los titulares de los diarios y las conversaciones en la calle, en ese caso, no girarían ciertamente en torno a la agenda económica del nuevo gobernante. Por eso lo que ocurre aquí es algo por demás elocuente sobre la falta de arraigo de la fe en los argentinos, o ese catolicismo “mistongo” del que hablaba Castellani y que acaba de recordar el arzobispo emérito de La Plata, monseñor Héctor Aguer, en un imprescindible artículo titulado “¿Es la Argentina un país católico?”.
SIGNOS
Frente a este desolador panorama que ofrece nuestro país, que por momentos se parece mucho a un terreno yermo, raso y desabrigado, hay también, sin embargo, signos que son reconfortantes y que devuelven el ánimo.
Entre la gran diversidad de signos que cada uno podrá tener a la vista, y que por cierto abundan, gracias a Dios, habrá que contar también a los numerosos grupos de formación católica que en los últimos años se han ido diseminando por buena parte del territorio y que actúan en el silencio.
Son laicos con sed de una sana doctrina y de una liturgia digna que se esfuerzan por vivir con coherencia su fe. Buscan proveerse de una buena formación, nutrirse de los maestros, crear una vida comunitaria con ambientes católicos sanos donde se pueda respirar aire puro, libre de la intoxicación que viene del mundo. Intoxicación que ahora también baja, por desgracia, de la propia Iglesia.
Muchos de los que asisten a esos círculos de formación son jóvenes, y este es un rasgo para tomar nota.
Sus actividades apenas llegan a ser conocidas. Tienen algo de furtivo. Pero no es una clandestinidad buscada, porque sus integrantes no tienen mentalidad de gueto. Es más bien la indiferencia ajena la que los confina al ostracismo. Porque el planteo de esos grupos es exigente. Como es exigente la vida de un católico que quiere ser coherente con su fe. Y esto es algo a lo que muchas personas le dan la espalda, encantados de dejarse arrastrar por las mieles de la vida cómoda y placentera.
Por eso, al ver el trabajo que estos grupos despliegan, al trabar contacto con ellos y respirar el ambiente que han creado, no sorprende tanto su número como su mera existencia, la profunda espiritualidad que demuestran, los ámbitos de vida católica que han sabido crear y su ambición, que es no desinteresarse del bien común, sino lo contrario: preservar la fe íntegra para irradiarla, defender la doctrina de siempre, confrontar con la cultura dominante. En pocas palabras, trabajar -ni más ni menos, como dicen algunos de ellos- por el reinado social de Cristo.
REACCION
Luis Britos, de 35 años, quien hace doce años creó el “Círculo de Formación Cristo Rey y María Reina”, en San Miguel de Tucumán, dice que no hay nada nuevo en las ideas que los animan. “Es el espíritu de la Iglesia”, explica. “Tratamos de hacer algo por la recristianización de la sociedad, cada uno en su ámbito. Reaccionar, como decía San Ignacio”.
Britos cuenta que, hacia fines de 2007, cuando empezaba a estudiar abogacía en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Unsta), vio en los jóvenes mucha ignorancia en materia religiosa y mucho también de esa crisis intelectual que parece ser el sello de nuestra época, pero a la vez vio “la necesidad que demostraban algunos de recibir formación católica”. Entonces dice que sintió “que allí había algo por hacer”.
La primera actividad, cerca de la fiesta de Cristo Rey (de allí el nombre que adoptaron), fue una charla de contenido formativo, doctrinal, a la que siguieron después otras acciones.
Hoy tienen una reunión semanal, generalmente los viernes, con una charla formativa, que es distinta para hombres y mujeres, seguida de una charla espiritual más breve. Y después se quedan todos compartiendo unas pizzas y guitarreando, dice Britos. A veces festejan cumpleaños, a veces hacen alguna convivencia.
Una vez al año, además, organizan las “Jornadas de Fe y Cultura”, un congreso que dura un fin de semana e incluye la Misa, el Rosario, una serie de conferencias formativas a cargo de expositores invitados, la exposición del Santísimo, y también momentos de recreación, porque hay una noche de peña, de fogón, de guitarreada.
“Se trata de compartir un lindo clima de amistad, que es lo que tratamos de vivir todo el año”, dice Britos.
Y luego tienen, una vez al año, unos ejercicios espirituales ignacianos y una misión a algún pueblito del interior del país antes de la Navidad, actividad, ésta, que es “para jóvenes, netamente espiritual, muy católica, con confesiones, procesiones, imposición de escapularios”, enumera.
Britos comenta que la idea es “generar un ambiente católico donde se pueda vivir una sólida formación, una espiritualidad seria y profunda, y un ambiente de sana diversión. Es decir: un ambiente de linda amistad en el que se comprueba que los católicos podemos divertirnos sin boliche, sin descontrol, sin la mundanidad
. Hay folklore, buenas conversaciones, mucha alegría”, comenta.
“Quiere ser un ambiente también atractivo, donde se pueda charlar tranquilo. Un lugar de resguardo, de cobijo, en medio de una sociedad agresiva o del ambiente tóxico que nos rodea cada día. Un lugar para respirar aire sano”, añade, antes de mencionar que así se formaron varios matrimonios también.
“Lo que queremos mostrar es la belleza de la fe, de ser católico y también la belleza de la liturgia, que es algo que también nos caracteriza”, apunta. “Ya sea con una misa en el rito nuevo o en el rito tradicional, procuramos que sea siempre solemne. Prestando atención a la música, al coro, a los ornamentos del sacerdote”, explica.
“Hemos ido armando con el tiempo una pequeña sacristía, comprando elementos dignos, como candelabros, cruces, manteles y cosas así. Siempre tratamos de que haya una linda liturgia, bien celebrada. Y por eso sufrimos bastante el ‘drama litúrgico’, confiesa.
Para Britos, “la liturgia es un elemento importante en la formación contrarrevolucionaria. Porque nuestro espíritu es contrarrevolucionario. Estamos contra la Revolución Mundial Anticristiana, ese proceso histórico que viene desde hace siglos, que ha socavado la fe y que trata de confinar la fe al ámbito privado. Nuestra tarea es esa: luchar contra ese orden social”, asegura.
EL COMBATE
Con el mismo apostolado de la formación católica y el mismo espíritu de trabajo por el Reinado Social de Cristo, hay grupos parecidos en otros lugares. Por ejemplo, el Grupo de Formación Santo Tomás Moro de San Luis, para universitarios, que viene perseverando desde hace veinte años a pesar de las persecuciones. Pero también los hay en La Plata y en Paraná, ciudad donde tuvo asiento el famoso seminario fundado por monseñor Adolfo Tortolo, del cual salieron muchos laicos y sacerdotes de buena formación.
En esta última ciudad hay un grupo que trabaja ya desde hace décadas, si se tiene en cuenta la labor de otro conjunto de laicos que los precedió y que se dio a conocer como “La Unidad”, con Alberto Abud a la cabeza, quien era amigo del sacerdote Alberto Ezcurra. Hoy tienen un colegio como centro de actividades, el Colegio El Madero, al frente del cual está su hijo Jordán Abud, a quien acompañan en la tarea más de 150 personas que intentan formar a los jóvenes en la militancia católica, para que entiendan la vida como un combate y se esfuercen por el Reinado Social de Cristo.
“La Unidad”, el grupo original, que era una extensión de otras “unidades” formadas por monseñor Roque Puyelli (1926-2012), ex capellán de la Fuerza Aérea, sigue actuando y continúa con sus planes de lectura, charlas, prácticas de piedad y actividades recreativas como la vida de campamento. Mientras que el colegio, que tiene un oratorio con el Santísimo, apunta más a la formación doctrinal, la verdadera historia, la sana teología.
Los Abud, identificados con el nacionalismo católico, organizan además un encuentro anual muy conocido en el ambiente, las Jornadas de Formación Católica del Litoral, que nacieron hace 27 años y que duran todo un fin de semana, con Misa y conferencias de primer nivel.
Como expositores han pasado por las aulas del colegio y por esas jornadas los mayores intelectuales católicos del país, según relata Jordán Abud. Entre ellos, numerosos sacerdotes, como los jesuitas Alfredo y Ramiro Sáenz o el dominico fray Armando Díaz, el padre Claudio Sanahuja, los filósofos Alberto Caturelli, Rafael Breide Obeid y Daniel Lasa, los prolíficos Mario y Antonio Caponnetto, Héctor Hernández, los historiadores Enrique Díaz Araujo y Sebastián Sánchez, Delia Buisel, y muchos más.
“Lo importante -dice Abud- es la corriente espiritual que se genera. Nosotros no le vamos a regalar las calles a la Revolución. No vamos a regalar nada, mientras la Providencia nos dé la gracia y los medios: no vamos a regalar colegios, ni clubes, ni cuerpos intermedios. En el colegio todos, desde los maestros hasta el personal de limpieza, comparten la misma preocupación, que es la salvación de las almas”.
LUGAR DE ENCUENTRO
Buenos Aires no se queda atrás en ejemplos de laicos así comprometidos. Cuenta con la magnífica obra del Instituto de Filosofía Práctica (Infip), que ofrece conferencias mensuales de gran nivel, y también con la siempre atractiva propuesta del Círculo de Formación San Bernardo de Claraval, que organiza unos reconocidos “Encuentros de Formación Católica de Buenos Aires”, instituidos en 1998. En 2020 sumó unos ciclos de conferencias virtuales por los que han pasado prestigiosos expositores como el obispo Athanasius Schneider o monseñor Nicola Bux.
También en Buenos Aires está “Forvm, espacio de cultura y ciencia”, que inició su andadura en 2007 y que tiene un apostolado intelectual igualmente interesante. Ellos organizan su propio ciclo de conferencias mensuales, entre cuyos oradores contaron nada menos que con el escritor español Juan Manuel de Prada.
Walter Hack, uno de sus fundadores, explica que Forvm nació por la inquietud de unos veinticinco laicos de entre 30 y 50 años.
“Queríamos hacer algo en el campo cultural. Teníamos la certeza de que en el terreno político es extremadamente difícil, si no imposible, hacer el bien sin ceder en los principios, y que casi irremediablemente se cae en la trampa electoralista”, rememora.
“Por lo que nos volcamos a la batalla cultural, mucho más lenta, con resultados que pueden tardar decenios en verse, pero con la tranquilidad de no estar negociando en nada y con nadie”, agrega.
El ciclo de conferencias es “un medio para generar un lugar de encuentro. Eso es Forvm, un lugar de encuentro. Por eso el convivium que se da en el intervalo -con café y masas- es tan importante como la conferencia. Es importante poder acercarse al expositor e intercambiar unas palabras con él, y también la oportunidad de comprar los libros que exhibe el Club del Libro Cívico”, dice.
Pero las conferencias no son lo único. También tienen “cursos semanales para jóvenes y un ciclo de conciertos sin una frecuencia definida”, explica Hack. “Ese ciclo de conciertos terminó decantando en un concierto de Navidad, al que en el futuro tal vez se sume un concierto de Pascua”, desliza.
La labor que realizan en Forvm, como en todos los otros grupos, tiene algo de apostolado y algo cultural. “Si no hubiese un mensaje católico en lo que hacemos, no lo haríamos”, reconoce Hack. “Pero no organizamos conferencias católicas”, aclara. “Parafraseando a Chesterton, nosotros organizamos conferencias, a secas. Lo católico se nos nota. Y, si no se nos nota, nos vamos al infierno”, señala.
Con un perfil algo distinto está la Peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad. Aunque no están dedicados a la formación intelectual, es un apostolado espectacular el que hacen los organizadores, entre quienes está la familia Stier. Se trata de la peregrinación a Luján de quienes se identifican con el tradicionalismo católico, y que cada vez convoca a más jóvenes. En la última edición participaron más de mil personas, provenientes de distintos rincones del país.
Todos estos son focos contrarrevolucionarios. Focos en los que se nuclean jóvenes, familias y matrimonios jóvenes con niños, que tienen buena formación y ganas de mejorarla, que tratan de cultivar una vida espiritual. Son focos de resistencia. “De eso hablaba cierta vez el padre Ramiro Sáenz. El veía ciertos focos de resistencia en la Argentina”, confirma Britos.
“Los grupos de formación católica son muchos y están diseminados por gran parte de la geografía de la Argentina. Hay en Buenos Aires, La Plata, Tucumán, Paraná, San Luis, Rosario, Santa Fe, Córdoba, Mar del Plata, Mendoza capital, San Rafael, La Pampa, Santiago del Estero. Ahora mismo se está armando algo en Misiones también”, enumera Cristian Rodríguez Iglesias, fundador del “Centro Pieper” de Mar del Plata.
El Centro Pieper, que se fue gestando a partir de conversaciones entre varios profesores, tuvo su primer curso de formación en 2007 y desde entonces hacen uno por año. “Son cursos de historia del pensamiento y la cultura, en los cuales se aborda la vida y la obra de figuras que muchas veces no se conocen de forma suficiente”, explica Rodríguez Iglesias. Al margen de esto han organizado Congresos y Jornadas de formación.
“La idea es generar una comunidad donde haya maestros y discípulos con un mismo afán por cultivar la verdad y darla a conocer. Una comunidad, un discipulado, que aspira a perdurar en el tiempo, fortaleciendo los lazos de unión entre personas que de otro modo estarían aisladas y a merced de la intoxicación que baja desde los medios de comunicación”, puntualiza.
El curso de este año fue una aproximación a los doctores de la Iglesia.
Todos estos círculos de formación tienen espiritualidades muy diversas, pero los une la profesión de una misma fe y el deseo de trabajar por el reinado social de Cristo.
MAESTROS
En otros países también están surgiendo centros formativos similares. “Lo que sucede es que, en la Argentina, este movimiento es muy notable. Hay una minoría muy lúcida, muy comprometida, que sostiene la fe, y después contamos con maestros de los cuales podemos nutrirnos”, dice Rodríguez Iglesias.
“De esa minoría de católicos han surgido estos núcleos formativos. Son pequeñas ínsulas. Pero, en la medida en que podamos acercarlas, formarán un archipiélago y con el tiempo -esa es la esperanza- tendrán más gravitación cultural”, agrega.
Un primer paso para acercarse lo dieron a principios del año pasado en Mar del Plata, precisamente. A ese encuentro acudieron más de treinta grupos, incluidos algunos que participaron de manera virtual desde Uruguay, Paraguay, México y Brasil.
“En Brasil están organizándose. Ya tienen unos cincuenta centros culturales”, cuenta el fundador del Centro Pieper. “Ellos tienen más ventajas para la impresión de libros, tienen un laicado que se encuentra en mejores condiciones económicas, se han movido muy bien con las redes sociales y, en especial, con los canales de Youtube. Pero los maestros están en Argentina. Por eso vienen acá. Es lo que les falta”, añade.
Jordán Abud confirma que lo mismo sucede en Chile y Perú, donde tienen como referentes a los mismos maestros argentinos.
Rodríguez Iglesias adelanta que “hay en danza un proyecto para crear una red iberoamericana de centros humanísticos”. La red les permitirá contar con más lugares para conferencias, presentaciones de libros, más intercambio de oradores y difusión de sus respectivas actividades.
El primer evento público de la red tendrá lugar en los próximos días. Coincidirá con la presentación de una biografía de Jordán Bruno Genta que escribieron Mario Caponnetto y Lis Genta, y que está a punto de salir de imprenta.
¿Cuál es la importancia de esta red? “Dar un testimonio”, responde Rodríguez Iglesias. “Será una evidencia de que no somos tan pocos los que estamos en esto”, acota.
“Saber que hay otros trabajando en lo mismo ayuda, estimula”, dice. “Nos hace ver que el espíritu de Dios va inspirando a otros a hacer tareas similares”, concluye.
“La realidad es desoladora”, confirma Britos. “A veces golpea y uno se puede sentir solo. Pero no hay que perder la esperanza. No estamos solos. Cristo nos pide el combate, nos pide poner todos los medios para la victoria, pero no nos pide la victoria. Y la verdad es que en estos eventos uno se da cuenta de que no está solo. Hay mucha gente mayor, muchos jóvenes que están en la lucha, que tienen sus núcleos de formación, que organizan sus actividades”, añade.
Al pensar en el trabajo que realizan estos grupos, y que se repite en centros de estudios y en algunas cátedras universitarias, es muy difícil no recordar la parábola del grano de mostaza: la más pequeña de todas las semillas, que con el tiempo se convierte en un árbol enorme en cuyas ramas los pájaros hacen sus nidos. Todos ellos son ese grano de mostaza.
Hay una nueva generación que está tomando el testimonio de modo silencioso. Es cierto que estos laicos son una minoría dentro de la población y también dentro de quienes se consideran católicos. Pero son parte de la reserva espiritual de la patria y conocerlos es reconfortante, es consolador, e insufla un nuevo ánimo, una nueva esperanza de una posible restauración de la fe en Argentina, con la vista puesta en el bien común.
Fuente: LA PRENSA - AGUSTÍN DE BEITIA