Carta Abierta a la mediocridad
La mediocridad es un virus elusivo, resistente y desgraciadamente común que poco a poco está socavando los cimientos de nuestra sociedad, y convirtiéndonos en ovejas infelices que no se atreven a salir del rebaño, y que al final acaban persiguiendo a todo al que se atreve a desviarse del camino que las ovejas creen correcto.
Autor: Cristian Sosa Barreneche
La mediocridad es un virus elusivo, resistente y desgraciadamente común que poco a poco está socavando los cimientos de nuestra sociedad, y convirtiéndonos en ovejas infelices que no se atreven a salir del rebaño, y que al final acaban persiguiendo a todo al que se atreve a desviarse del camino que las ovejas creen correcto.
¿Si todos lo hacen, no puede estar mal, no?
En un momento donde necesitamos más que nunca talento, referentes y gente fuera de la media, la mediocridad acampa a sus anchas, evitando que la gente se atreva a destacarse por miedo a ser diferente, por miedo a “no encajar” y a ser visto como “raro”.
¿Prefieres encajar y ser infeliz, como todos los demás?
Porque eso es la mediocridad.
Desde niños se nos enseña a “ser como los demás”, a repetir las cosas tal como se nos han mostrado, a no cuestionar el por qué de las cosas y sobre todo, a no destacarse, a no sobresalir, en vivir en el medio de un montón de iguales. En lugar de fomentar que el ritmo de la sociedad la marquen los que se esfuerzan, los que modifican las circunstancias, los que hacen “que las cosas pasen”, lo que realmente sucede es que los grupos sociales se adaptan a los que menos interés o aptitudes tienen. Pasa en las escuelas, en los partidos políticos, en los centros vecinales, en las cooperadoras escolares, en los trabajos, en los grupos de estudio, en las organizaciones sociales de toda índole.
Aceptamos como cierta que hay una forma de evaluar las aptitudes: a través de métodos “rígidos” asumiendo que todos somos iguales, que todos podemos/debemos ser formados con los mismos parámetros, con la expectativa de los mismos resultados, en el mismo momento, por la misma persona, con un mismo método, en un mismo lugar, a la misma hora. Como ovejas iguales que hacen meeeeee y comen pasto. Y nada más erróneo. Con sólo mencionar la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner queda demostrado lo absurdo y retrógrado del concepto.
Si vamos a seguir creyendo que todos somos iguales … nos va a seguir pasando lo que nos está pasando.
Si juzgas a un pez por su capacidad de trepar árboles vivirá toda su vida pensando que es un inútil.
Allí comienzan los “anticuerpos” a funcionar. La mejor forma de no sentirse tan inútil es intentar encajar en el molde, ser como los demás e intentar que no se note nuestras “rarezas”. Esas que nos hacen especiales, únicos y diferentes. Y por si fuera poco, el sistema educativo, en lugar de comprender que cada persona es diferente, y potenciar lo que tiene de especial cada uno de nosotros, lo que hace es reforzar aquello en lo que no destacamos. ¿Resultado? La campana de Gauss, cada día más homogénea y concentrando a más gente en el centro (por si no la conoces, es una curva estadística que se usa para describir la más usual de las distribuciones de variables aleatorias en un universo):
Y luego llegan los primeros trabajos, en los que en demasiadas ocasiones la gente acaba trabajando para un jefe o jefa mediocre, y poco a poco ese espíritu de “voy a cambiar las cosas” se va desgastando, va perdiendo fuerza… y pasamos a convertirnos en personas que no arriesgamos, que no se atreve a ofrecer nuevas ideas, terminando, finalmente, salivando como los perros pavlovianos.
Tenemos un miedo atávico a todo lo que es diferente, lo que se sale de lo predecible. En la época de las cavernas, lo que era nuevo a menudo era peligroso. Pero, ¿ya han pasado unos años no?
Ojo, ser mediocre no significa estar en la media o en el medio, significa glorificar la media y demonizar cualquiera que salga de la misma… habitualmente porque esa persona actúa como espejo y nos hace ver a lo que hemos renunciado, lo que nos ha dado miedo hacer. Ese espejo refleja lo que no nos animamos a hacer.
Ninguna persona está en todos los aspectos en la media: todos tenemos algo especial y único dentro de nosotros, que nos hace diferentes y geniales.
Ya sea tu forma de bailar, tu afinidad con los animales, la capacidad para escribir o hablar, o la facilidad para memorizar, o el apego al orden, o la facilidad de pensar creativamente, o el poder concentración, y tantos otros talentos que existen. Tantos como seres humanos hay.
Algunos, como consecuencia de algunos mandatos paternos, usamos estas capacidades en el terreno de los hobbies. Quién no ha descubierto algún amigo que en reuniones de karaoke nos sorprende con su voz o ritmo. Descubrimos que muchos de nosotros nos han dicho “que no se puede vivir de eso, que no es una profesión seria” y, en el peor de los casos, hemos sido reprimidos por ser “tonterías de niño” o “cosas inútiles”.
Y lo repetimos con nuestros hijos.
El problema es que la mediocridad no sólo es un cáncer que impregna muchas capas de la sociedad sino que tiende a perpetuarse. Basta con echar un vistazo a nuestra clase política, y comparar los gobiernos que hemos tenido desde el regreso a la democracia (no importa el signo político). Es para llorar.
Parece ser que el fracaso es buscado, las ideas que pretenden cambiar el status quo son dejadas de lado, y la innovación y la creatividad, reducidas a pequeñas mejoras sin ambición y sin apenas riesgo.
Por eso tenemos que actuar. Ya.
Para aquellos que tienen alguna duda o sienten que no están hechos para la “cosa pública”, me nace preguntarles: si no es ahora, ¿cuándo? Y si no somos nosotros, ¿quiénes?
Rodearnos de gente que sume, de gente que nos anime a arriesgarnos y no que se regodee en y de nuestros fracasos o que reciban migas de nuestros éxitos.
Atrevernos a salir cada día un poco de nuestra zona de confort. Hoy comer en un restaurante nuevo. Mañana ir por un camino diferente al trabajo. Escribir algo que se me ocurre, plantear una idea, tirar por la borda lo “viejo” que nos ata al pasado y no al futuro. Y, así, quizá, en un momento dado de nuestra vida, te encuentras haciendo “eso” con lo que desde hace años sueñas pero que nunca te has atrevido. Pero empieza a probar a hacer cosas nuevas, con gente nueva, con una idea nueva.
Porque la comodidad te empuja a la mediocridad casi sin darte cuenta. Al estancamiento.
Y no digas que es difícil, porque lo es. No digas que te cuesta, porque se sabe que es así. No digas que no es para vos, porque no hay otro responsable que vos de tu propio destino. No digas que traicionas a tu pasado o a tu situación, porque el agua de los estanques cuando no se mueve, se pudre. No digas que no se puede, porque sí se puede.
Debemos actuar sobre nosotros mismos, pero por encima de todo, sobre nuestros hijos.
Porque enseñar a alguien a arriesgarse, a salir del camino predeterminado y buscar su propio destino es fácil cuando eres joven y tienes poco que perder…. pero se va haciendo progresivamente más difícil cuanto más corres lo que Robert Kiyosaki llama la carrera de la rata (1) o cuanto más pesadas son tus cadenas doradas (créditos, consumo, prestigios, puestos, títulos, viajes, cosas, confort, etc).
Es un músculo que hay que ejercitar, y aunque al principio parece imposible, estas cadenas pueden ser rotas: mucha gente lo ha hecho.
No dejemos nuestro destino en manos de los mediocres, inútiles, inoperantes, cómodos, pusilánimes; menos aún nuestros proyectos y sueños, y jamás el futuro de nuestros hijos.
Los verdaderos héroes son las personas comunes que se atreven a hacer cosas que valen la pena.
En algún momento vamos a tener que dar cuenta sobre nuestra falta de compromiso sobre temas y actividades que son importantes –y sabemos que lo son-, y que elegimos no hacerlas.
Nos la pasamos hablando, mas no haciendo.
Y la única medida que muestra y demuestra nuestro grado real de compromiso con nuestras ideas, no son las charlas de café, ni la cantidad de quejas en Facebook, ni los llorisqueos con los amigos ni menos aún pasarnos criticando a otros. Sino el tiempo invertido en ellas. Hay que poner el cuerpo. Porque es la máxima ofrenda que podemos hacer para el “Otro”. Lo único que no podemos guardar ni acumular: el tiempo personal. El resto, son sólo palabras.
Si queremos hacerlo, encontraremos la forma… y si no, encontraremos la excusa perfecta para no hacerlo.
Es por eso que hay que acercarse a Organizaciones, Instituciones o Propuestas claras y comprometidas para canalizar los esfuerzos.
Espacios en donde no se prometa nada, no se pague nada, ni se regale nada, en donde sólo se ofrezca una oportunidad para construir un camino hacia la esperanza. La tuya, la de tu familia, la de tus hijos, la de tu ciudad, la de tu país.
Un espacio como el nuestro.
Y como en los caminos de antaño, el tránsito va dejando una huella que sirve de camino para los que vienen atrás.
¿Te animás a dejar tu huella en el camino de la vida?
Cristian Sosa Barreneche
@CristianSosaB
(1) Siempre peleando por llegar al siguiente escalón, siempre luchando por ir un poco más rápido, más lejos, y sin embargo parece que nunca llegas. Es como la rueda del hamster. ¿Tiene sentido dedicar nuestra existencia a correr sin reflexionar hacia dónde? ¿Realmente necesitamos comprar cosas que no necesitamos para impresionar a gente que no nos importa?
Autor: Cristian Sosa Barreneche