¿Por qué no hay discurso político hispanoamericanista en Hispanoamérica? Los fines éticos del Estado como vínculo
A propósito de la Conferencia dada por la politóloga Gloria Álvarez en el Moviecenter de Montevideo Shopping el 23 de noviembre de 2014, ''República Versus Populismo''.
Autor: Mónica Luar Ribeiro Nicoliello
Existen en la tradición grecolatina (Aristóteles, Platón, Cicerón, Séneca) y judeocristiana (Filón, Plotino, Agustín de Hipona) auténticas teorías del desarrollo (desarrollo de los seres vivos, de las capacidades humanas, de la cultura, de la vida social y política), y a partir de ellas, toda una reflexión muy elaborada sobre los fines éticos del Estado, esto es: cómo debería orientarse el desarrollo de los individuos en cuanto personas; cómo debería funcionar el cuerpo social en cuanto orden social justo (es decir armonioso, no violento), la justicia social como virtud social, y la virtud como una conducta constante, orientada a valores (como el sumo Bien) tanto del individuo como del Estado. Son teorías del desarrollo aunque la época haya podido caratularlas como doctrinas de la salvación del alma.
La Alta Edad Media europea heredó estas teorías del desarrollo, y a partir de su propia práctica histórica y política las reelaboró. Un periodo donde fueron fundamentales los aportes desde España, aportes que los manuales suelen olvidar. Doctrinas donde, al calor de la discusión sobre la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio del poder (una discusión muy actual) se constituyó, no solo la Monarquía hispanovisigoda en asociación con la Iglesia (mucho antes de que Carlomagno hiciera lo propio), sino, en general, las doctrinas jurídico-políticas de Derecho público y de Derecho internacional público de la Edad Media y las doctrinas sobre lo que debe ser la relación entre el Estado y la Iglesia (que van más allá de la discusión sobre confesionalismo y secularización o laicidad), discusiones sobre las que luego se construyeron las doctrinas jurídico-políticas sobre las que se asienta el edificio de la soberanía hispanoamericana.
Y mientras tanto se fue desarrollando la intuición de América; pero lo interesante es que la intuición de América fue tomando forma en la medida en que se iba profundizando la discusión sobre los fines éticos del Estado, concebidas la Atlántida de Platón como un modelo de reflexión social y la Thule de Séneca como una reflexión sobre el destino de la humanidad; pero a partir de entonces, bajo la influencia del cristianismo, la intuición de América como un mundo posible donde propagarse la verdadera doctrina evangélica. Y es que las religiones no solo son revelaciones de lo trascendente; también son teorías del desarrollo, por lo cual no da lo mismo una religión que otra, así como no da lo mismo una teoría del desarrollo que otra: apuntan a la realización de fines éticos diferentes.
Isidoro de Sevilla, el problema de la conversión de los arrianos y los judíos, y el problema de los límites del poder espiritual y del temporal
De madre visigoda cercana a la realeza y de padre hispano romano, originario de Cartagena, Doctor de la Iglesia, nacido en el 556, fallecido en el 636 en Sevilla, continuó la obra de San Agustín, en lo que se refiere a la producción de argumentos contra las religiones y herejías. Argumentos que iban dirigidos, no tanto contra los ideólogos de los grupos sectarios que voluntariamente obraban de mala fe, sino para evitar la confusión de sus potenciales víctimas. Ya San Agustín en Del Génesis contra los maniqueos había escrito el siguiente comentario, perfectamente coherente con su concepto de la naturaleza humana como dotada de libre albedrío:
''La divina Providencia permite que haya muchos herejes con diversos errores, para que cuando nos insultan y nos preguntan cosas que ignoramos sacudamos la pereza y nos acucie el deseo de conocer las Letras divinas. Por esto dice el Apóstol: es necesario que haya herejías, para que entre vosotros se manifiesten los buenos. Son buenos para Dios aquellos que pueden enseñar rectamente; mas no pueden darse a conocer a los hombres sino cuando enseñan; pero no quieren instruir sino a los que quieren ser instruidos. Muchos, si no fuera por las molestias y afrentas que reciben de los herejes, las cuales les sirven para despertarlos del sueño, para echarles en cara su impericia y para hacerles ver que naufragan en la fe sin la ciencia debida, serían perezosos para buscar la verdad. Los hombres que están firmes en la fe no se doblegan ante los herejes; al contrario, buscan por todos los medios argumentos con qué replicar. A estos Dios no abandona; como peticionarios, reciben; como investigadores, encuentran; como pordioseros, hallan las puertas abiertas. Los que desesperan encontrar en la doctrina católica lo que buscan, se entumecen con los errores, pero si con empeño continúan buscando, después de grandes trabajos, fatigados y casi medio muertos, vuelven a beber en la misma fuente de la que se alejaron''.
En una época de desintegración social y cultural, San Isidoro de Sevilla impulsó la asimilación de los visigodos y los romanos, y la conversión de la Casa real visigoda, que era arriana, al catolicismo, lo cual se produjo en el año 587 con Recaredo, y tras él, con la conversión de toda la nobleza de Toledo.
Presidió el segundo sínodo provincial de la Bética en Sevilla (noviembre de 618 o 619, durante el reinado de Sisebuto), al que asistieron no sólo prelados peninsulares sino también de la Narbonense (que formaba parte del reino visigodo de Toledo) y Galia. En las actas del concilio se establece totalmente la naturaleza de Cristo, rebatiendo las concepciones arrianas. El Sínodo Hispalense II, reunido el 13 de noviembre del año 619 aprobó una declaración sobre las dos naturalezas de Cristo en una sola persona, y además argumentó en contra de las ideas, entre erróneas y heréticas, de Sintharius, además de pronunciarse en contra de la gestión del Obispo de Écija.
Isidoro de Sevilla presidió el IV Concilio de Toledo (633), que requirió que todos los obispos estableciesen seminarios y escuelas catedralicias. Siguiendo las directrices establecidas por Isidoro en Sevilla fue prescrito el estudio del griego y el hebreo, y se alentó el interés por el estudio del Derecho y la Medicina. Entre otros logros importantísimos, el Concilio logró la unificación litúrgica de España. Pero además, el Concilio formuló una nueva doctrina teológico-política, como una reformulación de la doctrina de las dos espadas, que a su vez era una reformulación de la idea de las dos ciudades de San Agustín.
La doctrina conocida como utrumque gladium se refería al tema de la coexistencia de dos tipo de poder, llamados ''espiritual'' (de la Iglesia) y ''temporal'' (del Estado). Fue definida a fines del siglo V por el Papa Gelasio I en carta al emperador Anastasio I de Oriente:
''Estas son las dos espadas porque se mantiene el mundo: la primera espiritual, e la otra tenporal. La espiritual taja los males ascondidos [escondidos] e la tenporal los manifiestos''. (Según Alfonso X el Sabio en su Segunda Partida).
Así, el IV Concilio de Toledo estableció que la Iglesia es libre e independiente del poder temporal, pero ligada mediante una solemne lealtad al rey. Por otro parte, ''Dios concedió la preeminencia a los príncipes para el gobierno de los pueblos''. No obstante, los reyes incapaces pueden ser depuestos. Por otro lado, eran los representantes del poder espiritual quienes los consagraban.
Los reyes visigodos eran ungidos siguiendo el modelo bíblico. Según la reconstrucción hecha por los especialistas en el tema, durante la ceremonia de unción realizada por el Obispo, se pronunciaban las siguientes palabras de consagración:
“Queden ungidas estas manos con el óleo santo con el que fueron ungidos los reyes y los profetas, como ungió Samuel a David al consagrarlo Rey, con el fin de que tú seas bendito y constituido Rey en este reino sobre este pueblo que te dio tu Señor Dios para regirle y gobernarle, lo que Él mismo se dignó concederte”.
La doctrina política del IV Concilio de Toledo se elaboró en el preciso contexto histórico en que Suíntila fue depuesto como consecuencia de una rebelión encabezada por Sisenando, Dux de Septimania, en la que el usurpador contó con la ayuda del franco Dagoberto. Prácticamente al mismo tiempo que Sisenando alcanzaba el poder, otro usurpador llamado Iudila se alzaba en el sur del reino. Acuciado por los problemas derivados del alzamiento de Iudila y con la mirada puesta en otros posibles candidatos a la usurpación, Sisenando se vio obligado a suplicar el amparo de la nobleza y de la Iglesia en pos de legitimar su poder.
La asamblea conciliar reafirmó en el poder a Sisenando -si bien al mismo tiempo marcó los términos que en adelante debían limitar el poder real- y redactó un canon que puede ser considerado como la verdadera constitución política de la monarquía visigoda. Los padres conciliares dictaminaron asimismo que el monarca estaba revestido de un carácter sagrado por su condición de ungido del Señor (Christus Domini). Un juramento (sacramentum) tomado a la nobleza y al pueblo sancionaba ante Dios el acuerdo suscrito.
''La inspiración isidoriana en la declaración del IV Concilio toledano está fuera de toda duda. El decreto sinodal rezuma coherencia con la teoría política del Hispalense acerca de la diferencia entre rey legítimo y tirano y de la procedencia divina del poder real'' opina J. Morin de Pablos.
Una preocupación importante de Isodoro de Sevilla, fue la de establecer la diferencia entre Rex y tyrannus, entendido como usurpador. Y como la función del Rey es la de gobernar, regir, pero sobre todo la de corregir, establece entonces el principio de que un mal ejercicio del poder hace que el Rey se convierta en tirano. De ahí que Isidoro, usando un aforismo latino, decrete que rex eris si recte facias, si non facias non eris. Es decir que la legitimidad de origen (divino) tiene que ir acompañada por la legitimidad de ejercicio. La legitimidad de ejercicio deriva del buen cumplimiento de las leyes del Reino.
Pero además, -y esto es muy interesante- deriva del amparo que el Rex dé a la Iglesia, desde que en el III Concilio de Toledo se estableció la identificación entre el pueblo y la Iglesia, principio condensado en la expresión patria/regnum gentisque Gothorum o gens Gothorum uel patriam que en adelante quedaron fijadas en la legislación visigoda para definir la maiestas, es decir, el poder y autoridad real, en una forma que recuerda la antigua fórmula institucional romana del Senatus populusque romanus, siendo los colores rojo y gualda los que identificaban a los Estados Pontificios hasta el siglo XIX, símbolos del Senado y el pueblo romanos.
Tal como nos lo explica J. Morin de Pablos, esto significa que las virtudes cardinales de la Monarquía, y los fines éticos del Estado son la justicia y la piedad, el cumplimiento de los cuales asegura la legitimidad de ejercicio, pero ante la ilegitimidad de ejercicio o tiranía, el Rex puede ser derrocado:
''En el fondo la acusación de tiranía fue la que llevó al destronamiento de Suíntila y la consiguiente legitimación del golpe de Estado del piissimo y religiosissimo Sisenando por parte del Concilio. 'Por sus propios crímenes, renunció él mismo al reino y se despojó de las insignias del poder...' sancionan las actas conciliares para justificar la deposición del monarca''.
''El mismo Sínodo dictamina además que el Rey y la Reina serían excomulgados 'a causa de los males que cometieron' y que, así como fueron 'arrojados del trono', también serán privados 'de la posesión de aquellas cosas que adquirieron con exacciones a los pobres'. Dicho en otras palabras, la deposición de Suintila quedó justificada por el doble pecado de injusticia e impiedad''.
De esta manera, España en el año 633 se convierte en la patria de origen de las teorías medievales sobre la naturaleza del poder monárquico, así como también sería España, más adelante, la que daría el impulso para la constitución de las primeras Monarquías parlamentarias, cuando en el año 1188 en León, bajo el reinado de Alfonso IX las estructuras de Curia regis devienen Cortes debido a la presencia del ''brazo popular'', representado por los civis electi, los diputados de los burgos, de la ''burguesía'' de las ciudades y villas.
Resultan así integrados, como quería Isidoro de Sevilla, los romanos y los visigodos, por más que siguió existiendo un mar de fondo que luego permitió la penetración de los musulmanes a principios de siglo VIII, y no es ajeno a este último hecho la situación de los judíos. Volvemos entonces al tema de la conversión de los judíos que dejamos planteado al principio. San Isidoro desarrolla esta idea en De la fe católica contra los judíos, ampliando un tipo de debate ya iniciado con San Agustín. Se trata de un típico tratado de polémica de los que la época agrupaba bajo el nombre de Adversus Iudaeus, un tipo de debate doctrinal de ambas confesiones mediante reflexiones e interpretaciones
de la literatura bíblica desde una perspectiva exegética, en la que se combinaba alegorías,
mímesis e intertextualidad, entre otros recursos.
El tratado de polémica De la fe católica contra los judíos no pasó inadvertido porque influyó en tratados posteriores como los escritos por Ildefonso de Toledo (667), Julián de Toledo (686), y Alfonso de Espina, en 1458. San Isidoro se basa en la Biblia y la Vulgata, y en argumentos de San Pablo y de San Agustín. El tratado está dirigido a los miembros del clero y comienza, a manera de proemio, con una carta que está dirigida a Santa Florentina, su hermana. Sin embargo, el recurso retórico de apelación directa a los judíos como supuestos interlocutores, aparece.
El tratado trasunta la preocupación ante la amplitud del fenómeno del criptojudaísmo: ''Sabemos que ciertos judíos llevados recientemente a la fe de Cristo, presentan con el engaño de su infidelidad a otros niños en lugar de sus hijos ante la sacrosanta fuente del bautismo''. En este sentido aconseja que ''contra sus fraudulentas y astutas artes conviene que tengamos un cuidado escrupuloso''. Parece que un mismo niño era bautizado infinidad de veces haciendo creer que se trataba de niños diferentes.
Por otro lado, discute el tema de la conversión de los judíos a partir de lo que puede considerarse como una reelaboración de las ideas de San Agustín. En este sentido, su análisis sobre la intervención de Dios para corregir el alma es parecido al que hace San Agustín sobre la libertad humana y la corrección divina:
''De muchos modos atemoriza Dios a los hombres para que, aunque tarde, se conviertan, y sientan mayor vergüenza por el hecho de haber esperado su retorno durante tanto tiempo. Pues a algunos los conmueve, ora con amenazas, ora con infortunios, ora con revelaciones, a fin de que se enmienden, estremecidos de terror, los que rehúyen convertirse voluntariamente''.
Considerada como un fin ético del Estado, la conversión en sí misma es voluntaria. Por eso, en el año 633 en Toledo se acuerda que ''acerca de los judíos manda el Santo Concilio que en adelante nadie les fuerce a creer'' pues ''Dios se apiada de quien quiere y endurece al que quiere''. Por eso, ''no se debe salvar a los tales contra su voluntad, sino queriendo, para que la justicia sea completa. Y del mismo modo que el hombre, obedeciendo voluntariamente a la serpiente, pereció por su propio arbitrio, así todo hombre se salve creyendo por la llamada de la gracia de Dios y por la conversión interior. Por lo tanto, se les debe persuadir a que se conviertan, no con violencia, sino usando el propio arbitrio y no tratar de empujarles''.
Pero esta decisión se refería a los judíos que se convirtieran en el futuro. ¿Qué pasaba con los que ya se habían convertido pero no de forma sincera, los criptojudíos? Éstos se consideraba que habían contraído un compromiso, aunque la conversión hubiera sido contra su voluntad. Entre el cumplimiento forzado del compromiso y el abandono del compromiso contraído -lo que supondría la banalización de los ritos católicos o la aceptación de un perjurio-, el Concilio decidió a favor del cumplimiento forzado:
''Pero aquellos que fueron convertidos anteriormente por la fuerza al cristianismo, como se hizo por los años del religiosísimo príncipe Sisebuto, porque consta que recibieron los sacramentos divinos y la gracia del bautismo, y que fueron ungidos con el crisma, y que participaron del cuerpo y sangre del Señor, conviene que se les obligue a retener la fe que, forzados y necesariamente, admitieron, a fin de que el nombre del Señor no sea blasfemado y se tenga por vil y despreciable la fe que aceptaron''.
A partir de esa decisión las leyes empezaron a crear una serie de impedimentos para evitar que los judíos que se encontraban en esta situación pudieran abandonar el cristianismo. Además, el Concilio procedió contra los clérigos o seglares que habiendo recibido dádivas o favores de los judíos, hubieran ''fomentado su incredulidad'', es decir, que se habían dejado sobornar (mediante sobornos que incluían haber mantenido relaciones sexuales con las mujeres judías, según se denuncia), los cuales, ''no sin razón son tenidos como pertenecientes al cuerpo del Anticristo, porque obran contra Cristo''.
Esta red de corrupción que fomentaba el criptojudaísmo y el fraude siguió existiendo durante los siglos siguientes, y el problema volvió a ser planteado en el XII Concilio de Toledo. Este Concilio restableció la conversión forzosa, fijando como plazo el día 27 de enero del 681 para que todos los judíos del Reino, junto a sus hijos y siervos, recibieran el bautismo. También se les prohibió la posesión de esclavos cristianos, desde el momento en que también los judíos obligaban a circuncidarse al personal bajo su dependencia, y, según relatos de la época, los martirizaban si no admitían la religión judía.
A medida que el siglo VII se acercaba a su final, la relación con los judíos se volvió más difícil, hasta que fue el XVII Concilio de Toledo, en el 694, el que tomó la decisión más dura y radical de todas, -porque decidió la desintegración física de las familias judías- la cual probablemente fue respondida mediante el apoyo a la invasión musulmana (incluyendo también a otros grupos de cristianos) en el 711. Lo cual a su vez creó un nuevo tipo de situación en lo que se refiere a la relación entre cristianos y musulmanes.
El fracaso de la Iglesia en asimilar al judaísmo español y, sobre todo, al criptojudaísmo español puso de manifiesto -tal como lo había adelantado San Agustín- que es la voluntad humana y no los obstáculos naturales ni sobrenaturales el verdadero freno a la expansión de la Iglesia. A partir de entonces se fue formando, junto con la idea de la irreductibilidad de las religiones monoteístas del Viejo Mundo, la esperanza de que las islas del extremo Oeste formaran parte de un Nuevo Mundo, más receptivo y abierto a Cristo.
Y es que al ser las religiones, no solo doctrinas de la salvación del alma, sino teorías del desarrollo, catolicismo y judaísmo terminaron chocando en España en la medida que eran proyectos sociales antagónicos.
La doctrina de la universalidad de la Iglesia Católica y la evangelización apostólica de las islas del extremo Occidente
La Iglesia Católica ha sostenido desde siempre las idea que continúa afirmando desde el principio el Catecismo: "Esta es la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica [...] es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades [...] Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus manifestaciones históricas son signos que hablan también con claridad a la razón humana'' (Catecismo de la Iglesia Católica, Profesión de Fe).
Según esto, la Iglesia Católica es universal. En primer lugar porque es la única Iglesia de Cristo. La más antigua. La verdadera, y todas las demás están destinadas a volver a su seno (Decreto sobre el Ecumenismo, que no debe interpretarse como una doctrina del relativismo cultural). La Iglesia Católica está destinada a triunfar sobre sus perseguidores, sobre los idólatras, herejes, cismáticos, apóstatas, a propagarse por el mundo entero, y los hechos históricos no hacen sino probar su extensión en el espacio y en el tiempo. Como recordara el Concilio Vaticano I:
"La Iglesia por sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión divina a causa de su admirable propagación, de su eximia santidad, de su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, de su unidad universal y de su invicta estabilidad" (Catecismo de la Iglesia Católica, Profesión de Fe).
Esta afirmación fundamental de su Profesión de Fe tuvo diversas derivaciones durante los siglos de la Edad Media anteriores al conocimiento de América, -tales como la doctrina de la universalidad del poder espiritual de la Iglesia y del Papa, en cuanto vicario de Cristo-; y los siglos de la Época Moderna, después de 1492, ya con América como espacio de evangelización de la Iglesia, donde estas doctrinas debían verificarse.
Hay una serie de doctrinas medievales que empiezan a desarrollarse hacia el siglo IV, cuando Teodosio I el Grande promulga el Edicto de Tesalónica (347-395) por el cual la religión católica se convierte en la religión oficial del Imperio romano, y que en el III Concilio de Éfeso, en el 431, declaró herética la doctrina de Nestorio, derivada de la de Arrio, sobre la naturaleza dual de Cristo. No obstante, la herejía se extendió porque era más fácil de entender que el misterio de la santísima Trinidad. Nestorio marchó al exilio en Egipto y murió predicando en los desiertos de Libia entre el 440 y el 451, pero sus ideas se fueron propagando cada vez más al Este, a Turquía, Siria, Israel, Líbano, Iraq, Irán, Armenia, Afganistán y parte de Paquistán. Sobrevivió al Islam y llegó hasta China, donde despertó la curiosidad de los grandes Khanes del Imperio mongol que llegaron a solicitar a Roma que les fueran enviados misioneros cristianos para conocer más de cerca aquellas doctrinas.
Siglos después, esta historia tuvo repercusión inmediata en los argumentos con los que Cristóbal Colón defendió su proyecto. Colón armó tres navíos en el Puerto de Palos el 12 de mayo de 1492, y zarpó ''muy abastecido de muy muchos mantenimientos y de mucha gente de la mar, a 3 días del mes de agosto de dicho año en un viernes, antes de la salida del sol con media hora'', tomando ''el camino de las islas de Canarias de Vuestras Altezas que son en la dicha mar océana'', con el objetivo de alcanzar ''las tierras de la India y de príncipe llamado Gran Can, que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes, como muchas veces él y sus antecesores habían enviado a Roma a pedir doctores en nuestra santa fe porque le enseñasen en ella y que nunca el Santo Padre le había proveído y se perdían tantos pueblos creyendo en idolatrías o recibiendo en sí sectas de perdición''.
Pero siglos después de Colón, estas tradiciones tuvieron nuevas repercusiones, esta vez en América, cuando un conocimiento erudito del tema, entre los siglos XVI y XVIII condujo a la discusión sobre si el cristianismo habría llegado hasta la Indias y a través de quiénes, y hasta que punto se trataba de la doctrina cristiana correcta. Dado que la Iglesia Católica afirma que es la única y universal, se tendió a pensar que, no los nestorianos, sino los mismos Apóstoles habían predicado en América antes de Colón. Esta era una idea que permitía confirmar la antigüedad y universalidad de la Iglesia Católica en la historia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio. Pero si no habían sido misioneros católicos los predicadores, o bien, si la fe de los Apóstoles con el paso del tiempo se había corrompido, entonces la misión de la Iglesia Católica moderna en América, sería la de restablecer aquella fe. Fue una doctrina que tuvo sus defensores y detractores.
Fray Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra fue un sacerdote dominico de origen mexicano. El 12 de diciembre de 1794 pronunció en México, en la Insigne y Real Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, un famoso sermón, que le había sido encargado por el Regidor de la Orden, donde desarrollaba una hipótesis muy popular en la época, la cual dice que el cristianismo existía en América desde el año 40 d. C., pues había sido predicado por Santo Tomás antes de la llegada de los españoles. Según Fray Servando, el principal exponente de esta hipótesis en el siglo XVIII era el erudito mexicano José Ignacio Borunda, al parecer experto en la interpretación de jeroglíficos indígenas, quien se la había expuesto personalmente con muchos detalles unos días antes. El primer párrafo del Sermón de Fray Servando dice así:
’’La Virgen de Guadalupe no está pintada en la tilma de Juan Diego sino en la capa de Santo Tomé (conocido por los indios como Quetzalcoatl) y apóstol de este Reino. Mil setecientos cincuenta años antes del presente, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe ya era muy célebre y adorada por los indios aztecas que eran cristianos’’.
La idea que Fray Servando quiso expresar con fuerza, es que el lienzo sobre el cual se halla pintada, de manera milagrosa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, no data de 1531, fecha en la cual se le habría aparecido al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin, sino que es varios siglos anterior. De esta forma intenta demostrar que la difusión del cristianismo en América es anterior a la llegada de los españoles. ¿Para qué? Se supone que para darle mayor realce y grandeza a una tradición mexicana, aunque también se pueden hacer lecturas más profundas. Pero la idea estaba en un limbo entre el orgullo mexicano y la herejía.
El 12 diciembre, fecha de lectura del sermón se celebraban los festejos del aniversario número 263 de la manifestación mariana de la virgen de Guadalupe, en presencia del virrey Miguel de la Grúa Talamanca, del arzobispo Alonso Nuñez de Haro y Peralta y varios miembros de la Real Audiencia de Nueva España. Fray Servando era sacerdote y Doctor en Teología de la Universidad de México desde los 27 años.
Dos días después de leído el sermón por Fray Servando, el 14 de diciembre de 1794, el arzobispo lo acusó de haber negado la tradición de Guadalupe, al decir que la imagen de la Virgen estaba pintada sobre la capa de Santo Tomás y no sobre la del indio Juan Diego, pero el Cabildo de la Colegiata misma de Guadalupe defendió la tesis de Fray Servando. La hipótesis era ya popular entre muchos eruditos y entre la gente común. Tampoco era nueva, sino que se remontaba al siglo XVI. En su Apología, Servando dice que América ya era conocida en la Antigüedad por los apóstoles. Según sus propias palabras:
''San Clemente, discípulo de San Pedro, y su sucesor, a los veinte años de su martirio, en su célebre carta a los corintios, que se leyó en las iglesias del Oriente más de treinta años como una escritura, les dice así: 'En el inmenso Océano hay otros mundos gobernados por el Creador con las mismas leyes con que se gobierna el nuestro' De la misma manera hablaron Orígenes, San Jerónimo y otros Padres''.
En la Apología, hallamos algunas pistas sobre el origen histórico de las ideas que expuso el religioso del siglo XVIII en su sermón:
''[...] Expuse como probables dos proposiciones, a que en substancia se redujo todo el sermón [...]
''La primera fue que el Evangelio ha sido predicado en América siglos antes de la conquista por Santo Tomás, a quien los indios llamaron ya Santo Tomé en lengua siriaca, como los cristianos de Santo Tomé en el Oriente; ya Chilancambal, en lengua chinesa, cosas muy para notar; ya Quetzalcohualt (sincopado Quetzacoatl) en lengua mexicana. Porque quetzal, por la preciosidad de la pluma de Quetzalli, correspondía en las imágenes aztecas a la aureola de nuestros santos, así como zarcillos y rayos alrededor de la cara era un distintivo de la divinidad, y, por consiguiente, vale como decir santo. Y coatl, corruptamente coate, significa lo mismo que Tomé, esto es, mellizo, por la raíz taam, pues en hebreo se dice Thama o Taama, y con inflexiones griegas Thomas, a quien, por lo mismo, los griegos también llamaban Dydimo en su lengua. Thomas qui dicitur Dydimus.
''Esta predicación ha sido defendida por muchos y muy graves autores españoles, extranjeros y americanos, aun en obras a propósito, no solo manuscritas sino impresas en España, como Diego Durán, Gregorio García, Alonso Ramas, Antonio Calancha, Nobrega, Mendieta, Remesal, Torquemada, Betancourt, Rivadeneira, Abraham, Justo Lipsio, el autor español de las excelencias de la Cruz, Sigüenza en su Fénix del Occidente, el apóstol Santo Tomé; el jesuíta autor de la Historia del verdadero Quetzacohuatl, el apóstol Santo Tomé; Becerra Tanco, Boturini, Veitia y otros muchos. Sin que hayan faltado santos y sabios arzobispos y obispos de América, verbigracia, Dávila Padilla, Casas y Zarate, ni cardenales de la santa romana Iglesia, como Gotti''.
''[...] He dicho que esta opinión es la más conforme a la Sagrada Escritura, porque Jesucristo, enviando a predicar a sus apóstoles, les mandó: 'Yendo al mundo entero, predicad el Evangelio a toda creatura que está por debajo del cielo; y sedme testigos desde Jerusalén y Judea hasta lo último de la tierra' ¿Sería dable que en una orden tan fuerte, general y absoluta no se hubiese comprendido la mitad del globo? Y ¿qué disculpa podrían tener los apóstoles de no haberla cumplido, habiéndoles su Maestro comunicado expresamente los poderes de su omnipotencia para levantar los obstáculos? El Evangelio no se plantó sino a fuerza de milagros; y si, según San Lucas, el apóstol San Felipe fue arrebatado por los aires para ir a anunciar el Evangelio a una sola ciudad de filisteos llamada Azoto, adonde podía ir por su pie, ¿había mayor dificultad o menor interés para que Santo Tomé lo trajese a casi la mitad del mundo? San Marcos concluye su Evangelio afirmando que habiéndose los apóstoles partido, predicaron en todas partes; y la mayor parte del mundo es la América''.
''San Pablo escribía a los colosenses que el Evangelio estaba entre ellos, como en el mundo entero está, les dice, y fructifica y cree. Y escribiendo a los romanos veintinueve años después de la muerte de Cristo, les dice que en verdad ya se había cumplido el vaticinio de David acerca de los apóstoles, 'a toda la tierra llegaron sus palabras''.
''Habiendo dicho Jesucristo a sus discípulos que del templo de Jerusalén que estaban admirando no quedaría piedra sobre piedra, y preguntándole ellos la época de su destrucción, la más decisiva, última y próxima señal de todas las que les dio, fue 'se predicará este Evangelio en todo el mundo, y entonces vendrá la consumación'. Hablaba de la del templo y de Jerusalén. Este es el sentido literal que sigue Calmet, y que Jesucristo mismo parece confirmar, pues concluye así su discurso: 'De verdad os digo que no pasará la presente generación sin que todas estas cosas se hayan cumplido' Y que efectivamente se cumplieron todas las señales que entonces dio antes de la ruina de Jerusalén, que fue cuarenta o cuarenta y dos años después de su muerte, lo prueba con mucha erudición el insigne obispo Testado sobre San Mateo''.
''Así lo entendieron también multitud de Padres que sostuvieron haberse predicado el evangelio por todo el mundo desde el tiempo de los apóstoles. Pueden leerse reunidos sus textos en Maluenda de Ante-Christo. San Crysóstomo hasta compuso para probarlo una homilía entera, que es la 21. San Agustín es verdad que pareció dudar, pero sin ocurrir al docto Titelman, que de propósito se puso a probar que las razones del Santo no concluyen su intento. Santo Tomás lo reconcilia con los otros Padres explicándolo y diciendo que sólo quiso decir que no se predicó el Evangelio en todo el mundo desde el tiempo de los apóstoles, de tal modo que fructificase hasta fundarse iglesias en todos los reinos y provincias (y en realidad eso es lo que prueban las razones de San Agustín); pero que no negó se hubiese dado un pregón general de la nueva ley en todo el mundo, conforme a las órdenes de Jesucristo''.
''[...] Es tradición general de la Iglesia, atestiguada por los Padres, que los Apóstoles, antes de partir de Judea, distribuyeron entre sí las partes del mundo para no agolparse todos en un punto. Y no leemos que se hiciese exclusión de parte alguna, y mucho menos de la mayor. Al contrario, habiendo predicado primero, según las órdenes de Jesucristo, el Evangelio en Judea, recibieron orden de llevarlo a los gentiles, mediante una visión hecha a San Pedro, de un lienzo cuadrado lleno de animales inmundos. Estos eran los gentiles de las cuatro partes del mundo, según la interpretación de los Padres: ut per universas quadrati orbis partes –dice San León– lux evangelii omnibus inferretur.
''Decir que no se conocía entonces la América es un despropósito, porque los Apóstoles tenían ciencia infusa de cuanto importaba al desempeño de su misión. Fuera de que es falso que no se conociese la América en los primeros siglos del cristianismo. Masdeu (Historia crítica, título I, ilustración 1.ª, pág. 324) prueba con evidencia que, no obstante la sumersión de la Atlántida, que interrumpió la comunicación entre el antiguo y nuevo Continente, desde Solón hasta Orígenes, es decir, nueve siglos, se tuvo en Europa claro conocimiento de la América, el cual sólo comenzó a obscurecerse por la oposición teológica de San Agustín, las befas de Lactancio, a que se añadieron después los anatemas del papa Zacarías contra el presbítero Virgilio, conservándose siempre la memoria entre los árabes o antiguos orientales, que llamaban a la América Jesu-Dunico, o Nuevo Mundo. San Clemente, discípulo de San Pedro, y su sucesor, a los veinte años de su martirio, en su célebre carta a los corintios, que se leyó en las iglesias del Oriente más de treinta años como una escritura, les dice así: ''En el inmenso Océano hay otros mundos gobernados por el Creador con las mismas leyes con que se gobierna el nuestro'' De la misma manera hablaron Orígenes, San Jerónimo y otros Padres.
''¿Y quién no sabe las blasfemias de los incrédulos contra la religión cristiana, cuya divinidad, dicen, se les estuvo probando diez y seis siglos, hasta majarles los huesos, con su dilatación en todo el mundo por solos doce hombres, y con la universalidad de la Iglesia, y al cabo se descubrió un nuevo mundo donde nada se sabía de ella? Es falso. En toda la América se hallaron monumentos y vestigios evidentes del cristianismo, según testimonio unánime de los misioneros.
''[...] Por los mismos motivos políticos se había opuesto el Sr. Solórzano en De jure in indiarum a la predicación de Santo Tomás. Pero habiendo salido a luz La predicación del Evangelio en el Nuevo Mundo viviendo los Apóstoles, por el dominicano fray Gregorio García, y La predicación de Santo Tomás en América, por el agustiniano fray Antonio Calancha, retractó su oposición en la Política indiana, diciendo que no se atreve a negarla, aunque no se despide todavía enteramente de los demonios, recomienda la lectura de dichas obras por la mucha diligencia que testifican haber puesto sus autores, y asegura que esto nada perjudica a los derechos de S. M.; que el mismo emperador Carlos V escribió a los indios disyuntivamente, diciéndoles ''el Evangelio que nunca habíais oído, o que habéis olvidado, &c.'' Los vasallos, pues, no deberían querer ser más delicados que sus soberanos.
''Digo esto porque algunos me acusaban de que había intentado quitar a los españoles la gloria de haber traído el Evangelio. ¿Cómo pude haber pensado en quitarles una gloria que es muy nuestra, pues fue de nuestros padres los conquistadores, o los primeros misioneros, cuya sucesión apostólica está entre nosotros? Gloria filiorum patres eorum. La gloria de los Apóstoles tampoco perjudica a la de sus sucesores; y tan glorioso es haber introducido el Evangelio al principio como restablecerlo después que se había olvidado o trastornado.
''[...] De los residuos que logró juntar Boturini, consta, dice Veitia, que hubo en Nueva España dos predicadores. Uno hacia el siglo VI, y otro más antiguo, doce años después de un gran eclipse que el mismo Vietia y Boturini calculan ser el de la muerte de Cristo.
''Si es así, el más antiguo no pudo ser otro que el apóstol Santo Tomás, como ellos piensan, y esta es la opinión general de los autores. No sólo porque en todas las Américas se conservó el nombre de Tomé, que no aprendieron de los españoles, los cuales les hubieran enseñado a decir Tomás.
''No sólo porque significan lo mismo otros nombres que le daban en sus respectivas lenguas, como Quetzalcohuatl, Cozas, Chilancambal, &c., esto es, mellizo o coate, sino porque es el único de quien digan los Padres que se remontó a naciones bárbaras y desconocidas. Y consta por los monumentos de la iglesia siriaca que de la India ulterior, donde le llamaron y llama Tomé, pasó a predicar en la China.
''Ora de ésta no sólo era fácil venir a la América, pasando el corto estrecho que la separa del Asia, o pasando de isla en isla, de que hay a las costas entre ambas una cordillera, sino en los buques de la China, que estaba en comunicación con ambas Américas en los siglos primeros del cristianismo. Consta de monseñor Wache, que estudió en Pekín mismo los mapas geográficos de los chinos, y en su memoria sobre una isla desconocida, presentada al Instituto Nacional de Francia, e impresa entre sus Memorias, refiere los nombres que los chinos daban a ambas Américas, describe el derrotero con que venían y aun cuenta que el año de Jesucristo 450, pasaron religiosos a nuestra América, donde extendieron la religión de Joë, que, como es parecida a la cristiana, puede ser la equivocasen con ella''.
''En cuanto al segundo predicador que hubo en el Anáhuac, si fue en el siglo VII, diría que había sido San Bartomé apóstol de ese siglo en la China, y cuyo nombre encontramos acá en el célebre copil de Tula, que martirizó el rey Huemac y mandó echar su cabeza en la laguna, donde se llamó Copilco, que quiere decir ''donde está el hijo de Tomé'', y eso significa Bartomé. Su sepulcro se conservó con mucha veneración en el templo mayor de México hasta la conquista, según Acosta y Torquemada.
''Si este predicador fue en el siglo VI, en que colonias de monjes irlandeses, cuyos abades todos eran obispos, se esparcieron por diferentes rumbos a predicar el Evangelio, sería el abad San Brendano, vulgarmente San Borondón, que, según sus Actas, vino en el siglo VI de Irlanda a una muy grande isla remota y desconocida, con siete compañeros, y con ellos, ordenados de obispos, fundó siete iglesias y se volvió a Europa. Es verdad que sus Actas en esta parte son reputadas apócrifas por las circunstancias de su viaje, que huelen a fábula; pero siempre en lo antiguo y raro se añaden muy maravillosas, sin que por eso deje de ser la cosa verdadera en su fondo. Ya desde el principio del descubrimiento de las Américas le ocurrió esto mismo a Oviedo, primer historiador general de las Indias, para explicar los vestigios que por todas partes se hallaban del cristianismo''
De manera que, aunque la Iglesia de México no avaló ni mucho menos -por demasiado eruditas y personales- las tesis del sermón de Fray Servando, el mismo es en sí mismo fuente de fuentes, y evidencia de la existencia de una serie de tradiciones, no solo del siglo XVI, sino desde mucho antes. Ellas son evidencia de que América fue intuida antes de ser conocida, pero no intuida como botín, con fines de saqueo, sino como motivo de reflexión sobre la naturaleza humana y su realización, intuida incluso, como promesa evangélica.
Bibliografía y fuentes recomendadas:
Rafael Barroso Cabrera, Jorge Morín de Pablos, Isabel Velázquez Soriano, La imagen de la realeza en el reino visigodo de Toledo a través de la iconografía y la epigrafía, en el siguiente enlace:
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Gonzalo Álvarez y Ricardo Izquierdo, El antisemitismo en España, en el siguiente enlace:
C3%ADos&f=false
Hernando Colón, La Historia del Almirante Don Cristóbal Colón, en el siguiente enlace:
Fray Gregorio García, El Origen de los Indios del Nuevo Mundo, Valencia, 1607. Edición facsimilar.
Fray José Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra, Apología completa, ingrese en el siguiente enlace:
http://www.filosofia.org/aut/001/1917mi02.htm
Autor: Mónica Luar Ribeiro Nicoliello