Creados para la cercanía y no para el distanciamiento
Cercanos ya a los 90 días de cuarentena en nuestra patria, los invito a hacer un balance de la situación, pensando en los cambios en nuestro estilo de vida, que ya se han producido, y en las perspectivas por venir.
Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN
Cercanos ya a los 90 días de cuarentena en nuestra patria, los invito a hacer un balance de la situación, pensando en los cambiosen nuestro estilo de vida, que ya se han producido, y en las perspectivas por venir.
A juzgar por las expresiones de nuestros gobernantes, que son quienes encabezan las estrategias de combate contra el virus, debemos ir acostumbrándonos a una “nueva normalidad”, que consiste fundamentalmente en el distanciamiento social, y que está simbolizada por la triste imagen de personas que caminan con barbijos por todos lados, obviamente ocultando parte de su rostro, como en una nada divertida, por compulsiva, mascarada.
¿Cómo pueden saber ellos que la pandemia supone acostumbrarnos a una nueva normalidad de ahora en más? ¿Por qué este discurso se sostiene en boca de gobernantes de todo el planeta utilizando la misma expresión? ¿Cómo están tan seguros, si las preguntas que surgieron desde el comienzo aun no se responden? ¿Origen del virus, funcionamiento, contagiosidad, letalidad, eficacia de los diagnósticos, terapia?
A juzgar por los resultados a esta altura todo es más bien confuso, y por ende sospechoso: Tan sólo 2 enfermos con coronavirus en el Hospital San Roque (reservado exclusivamente para tratar la pandemia), miles de camas preparadas vacías y respiradores inactivos en numerosos lugares, muertos en Argentina y en el mundo que corresponden en altísimos porcentajes a residentes de geriátricos que comprenden personas mayores de 80 años y con enfermedades preexistentes, tests que aparentemente encuentran lo que buscan cuando lo necesitan, zonas del país sin casos y sin clases, puestos de trabajo que se pierden día a día…
El discurso monocorde sobre la necesidad imperiosa de la vacuna también es sospechoso, especialmente al considerar que se desestiman probados medicamentos eficaces para combatir el virus, y que a su vez son hechas en el extranjero por empresas farmacológicas poderosísimas con alcance mundial, que recaudan sumas multimillonarias.
También es sugestiva la insistencia en la necesidad de acostumbrarse al teletrabajo, y a todo tipo de conexión cibernética o artificial.
Mi punto del día de hoy es que es muy grave partir de afirmaciones falsas o medias verdades a modo de hecho consumado, como “de ahora en adelante el mundo es diferente”, pretendiendo acostumbrar a la población en su conjunto a que eso es así, sencillamente porque quienes lo dicen lo dicen. En esa línea de pensamiento, también se debe entender que “hay que cuidarse del otro que me puede contagiar, por lo cual debo permanecer distanciado de él”. Entrar en la lógica de los hechos consumados nos puede conducir a una catástrofe humanitaria.
¿En qué consiste la catástrofe? En acostumbrarnos a que sea normal lo que era absolutamente anormal, inhumano, irracional, ridículo hasta hace tan sólo tres meses, y que siempre lo será. Pretender que las persona vivamos como máquinases sencillamente una violencia social, sólo imaginable por mentes que experimentan con las personas, como se haría con animales, con el único fin de “domesticarlas”.
Lo que avanza gracias al estado de shock de personas traumatizadas por lo que escuchan, encerradas en sus casas, por pánico a morir, es la automatización de la vida humana, que deja de ser vida para trasformarse en un artefacto con piezas artificiales, que se conectan no por el calor de la llama de su íntimo principio vital, sino por energía externa electromagnética, así como se conecta y “alimenta” un aparato.
Es urgente superar la hipnosis. El hechizo que nos induce a someternos a “protocolos” inhumanos.Tal vez todavía haya quienes gracias a que cobran sueldos seguros, o prefieren no trabajar, puedan aceptarlo. Pero el crecimiento del desempleo, el quiebre de la cadena productiva, las enfermedades no atendidas, la violencia barrial, tarde o temprano, si no se levanta el confinamiento, terminará por afectarnos a todos.
Como venimos repitiendo, el momento actual requiere unidad y no caer en el “sálvese quien pueda”. Seguramente no todos nos pondremos de acuerdo en todo, algunos por ejemplo pueden pensar que mis planteos son descabellados, pero debe resultar obvio para cualquiera que se detiene a pensarlo, que desde los parámetros del distanciamiento social no hay sociedad humana posible. No debemos someternos a los caprichos de agendas globales, nacionales o corporativas de cualquier tipo, que generan, o al menos aprovechan condiciones de desequilibrio social para avanzar en la prosecución de sus intereses, no precisamente a favor de todos.
El mundo artificial, creado por el hombre, al no ser orgánico sólo puede producir máquinas que se relacionan mecánicamente, carentes de vida. El avance del transhumanismo es equivalente a la destrucción de la especie humana, y debemos impedirlo.
¿Cómo puede parecernos normal, llevar a nuestros niños con barbijos en el auto o por la calle? ¿Cómo podemos aceptar educarlos en escuelas en las cuales, permanecen “protegidos por una burbuja a su alrededor”, y no puedan tocarse con sus compañeros? La afectación psicológica en las mentes, especialmente de niños y adolescentes, será irreversible.
Para destruir al hombre no hace falta muchas cosas. Quitarle el calor humano es suficiente. ¿Cuánto tiempo viviría un bebé sin el calor de la cercanía de su madre, sin sus caricias? ¿Cómo enamorarse y casarse sin contacto físico? ¿Cómo expresar la amistad sin apretones de manos, o abrazos…? ¿Por qué permanecer aislados en colectivos, veredas, negocios, confiterías? Es sencillamente ridículo, porque no es humano. Esa nueva normalidad sólo se explica por parte de quienes quieren debilitar, y dividira las personas, para controlarlas mejor.
El cristianismo es la respuesta en esta encrucijada histórica, en este caso a lo que llaman transhumanismo, que pretende imponer nuevas normalidades, a través de protocolos uniformes creados mucho antes de la pandemia.
El Emanuel, el Dios-con-nosotros, el Verbo hecho carne, nos enseñó a acercarnosal hombre y no a alejarnos de él. Vino para renovar la naturaleza humana herida por el pecado de la división que produce distanciamiento. Nos mostró la grandeza del único Dios verdadero por su capacidad de meterse en el corazón de la vida de las personas, de mirarlas a los ojos, de tocarlas y abrazarlas, de caminar junto a ellas al punto de que en ciertas ocasiones era imposible saber quién de entre la multitud le había tocado el manto.
Curó al ciego, al sordo, y al mudo tocándolo con sus manos, abrazaba a niños, y se dejaba besar y ungir por hombres pecadores, a quienes también lavaba sus pies… La naturaleza redimida por Cristo nos recuerda que Dios no nos creó para el frío de las máquinas, o las “miradas metálicas” de las cámaras, o la palabra grabada de los robots, sino para mirarnos a los ojos, escucharnos, hablarnos y experimentar la caricia, el beso el abrazo del amor…
Si no resolvemos la cuestión del presente virus en todas sus dimensiones, no existe más vida humana sobre la tierra.
Tampoco vida cristiana sacramental. La sacramentalidad, recuerda a la humanidad, la cercanía de Dios con el hombre. La Iglesia es la extensión del Dios “prójimo”, que toca a las personas a través de los sentidos, que ven al sacerdote y a todo el cuerpo de Cristo que es la Iglesia espiritual y material, que escuchan su palabra, que son tocados por el agua, o ungidos con aceite a través de las mismas manos que absuelven y bendicen.
Las iglesias llenas de imágenes, pilas bautismales, reclinatorios, o gestos como el saludo de la paz, la imposición de manos o cenizas, la Eucaristía que se parte y entrega en la boca o en las manos es signo de la cercanía del Padre que alimenta a sus hijos…
Jamás podríamos aceptar que la pandemia actual nos condujera a una “nueva normalidad inhumana”. El momento requiere testigos valientes que resistan este embate contra la evidente eterna normalidad de las relaciones humanas basadas en el contacto corporal. Anhelamos fervientemente que los pastores de la Iglesia iluminen la presente hora con lo mejor de las luces que nos da la fe, a la vez que esperamos que todos los hombres y mujeres de buena voluntad, utilizando sus inteligencias colaboren en el esclarecimiento de la confusa situación que hoy a todos nos afecta.
En definitiva se trata de que todos los seres humanos del planeta tengamos las mismas oportunidades para poder vivir en la libertad que nuestra dignidad demanda, y no que bajo falsos argumentos, con ocultas intenciones que en nada se interesan por la “discriminación racial”, se nos quite ese don de Dios, especialmente a los más débiles. Libertad para respirar, alimentarnos, formar familias, entablar vínculos de amistad, trabajar para ganar nuestro pan cotidiano, estudiar para regocijarnos en la verdad, hacer de nuestras vidas un don para el otro, caminando con el rostro descubiertobajo el sol, hasta finalmente llegar al cielo…
No permitamos que la libertad de los hijos de Dios nos sea arrebatada por una lógica basada en el error de desnaturalizar al hombre, en manos de psicópatas que quieren equipararse a Dios, y de acólitos que obsecuentemente acatan sus indicaciones. “En casa”, en estado de shock, paralizados por el pánico, ciertamente no lograremos frenar su apetencia de poder.
¡María, Madre Admirable, nos consuele, y que Dios los bendiga!
Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN