EL VERDADERO OASIS
Después de imbuimos del espíritu misionero de la hermosa 1 carta del Papa San Pablo VI sobre el "Anuncio del Evangelio", deseo poner hoy por escrito mi homilía del pasado domingo sobre los riesgos de vivir aferrados a los bienes materiales.
Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN
Imaginémonos perdidos en el desierto, abrasados por el sol, muertos de sed. En esa ocasión de alteración mental, podríamos ver el espejismo de un oasis con manantiales de agua, signo de satisfacción y bienestar, que por supuesto sería una ilusión.
Nuestra situación cultural actua,l tiene algunas afinidades con un desierto, pero nosotros los cristianos podemos refugiarnos en un oasis real, que es nuestra fe, para desenmascarar el espejismo de sensaciones placenteras, que hoy aparentan ser sinónimo de plenitud, bienestar y felicidad.
El espejismo de la sociedad de consumo es el de creer que el brillo del 'oro' (lo material), puede saciar la sed irrefrenable de vida que tenemos.
El hombre de la parábola de San Lucas quería vivir, y vivir una larga vida. Hoy y siempre será igual. Los hombres sostenemos todos nuestros apetitos sobre la voluntad de vivir. Es por ello que rechazamos visceralmente la muerte.
En estas circunstancias podemos caer en la tentación de buscar seguros de vida en el dinero, el placer ilimitado, o el poder. El espejismo es no ver lo evidente, es decir que nada de lo que hacemos en este mundo nos satisface plenamente. Ni el trabajo (Ecl 2,20), ni el entretenimiento, ni aún las cosas más hermosas de la vida, como son la familia, o el amor en todas sus formas, ya que deseamos perpetuarlo, pero resulta imperfecto y fugaz, mezclado siempre con sufrimientos, y finalmente todo acaba con la muerte.
La admonición de Jesús 'Insensato, esta misma noche vas a morir' (Le 12,20), es iluminada por el salmo 89 que, describiendo la fugacidad de la vida humana, que por estar ligada al cuerpo vive en el espacio y el tiempo, y por ende tiene un comienzo y un final, nos dice: 'Enséñanos Señor a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato/sabio'.
Ante el 'drama' de la finitud rechazada, tenemos básicamente dos opciones con diversos matices:
1. El espejismo de hacer de este mundo el todo, que muy a menudo culmina en vicios como la avaricia o la lujuria (Col 3, 5), que San Pablo describe como idolatrías, que no solo no nos dan ni satisfacción ni seguridad, sino que generan un sinnúmero de injusticias, que explican muchos de los males de los más postergados de la sociedad.
2. La propuesta más humana, que es la cristiana, que consiste en 'no vivir para sí, sino ser ricos a los ojos de Dios' (Le 12, 21), es decir, vivir para el Otro con mayúsculas, y para los otros, que en definitiva revierte en satisfacción plena para sí.
Ante la vista borrosa de nuestra fragilidad, debemos buscar despejar la mirada, y permitir que la luz de nuestro espíritu inmortal y de la fe infundida por el Espíritu Santo, nos guíen a descubrir el verdadero 'Oasis': 'Aspiren a los bienes del cielo' (Col 3, 1).
El camino no es el de la calidad de vida entendida en términos de confort sin límites, donde nadie perturba a nadie, sino el de la plenitud de vida, en la cual los legítimos bienes materiales como son una bella casa, uno o más autos, el dinero o la comodidad, se ponen al servicio de bienes más altos, como son el cumplimiento de la voluntad de Dios amándolo a Él y a nuestro prójimo (familia, trabajo, estudio, amigos, vecinos, conciudadanos, pobres, débiles y sufrientes), como a nosotros mismos.
La plenitud de vida trasciende el espacio y el tiempo, y como dice San Pablo abre las puertas de la vida eterna, ya que 'el amor no pasará jamás' {I Cor 13). Son las puertas de la casa del Padre Celestial, verdadero oasis eterno, en el que ni la sed, ni el hambre ni las lágrimas tienen lugar (cf. Ap 21, 4). La luz de la fe en Cristo resucitado es guía segura para encontrar el camino, de la mano de María, peregrina de esa fe.
Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN