Hay que obedecer a la consciencia

REFLEXIONES Viernes 26 de Junio de 2020

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Hoy quiero proponerles un espacio de reflexión y oración inspirado en el ejemplo de Santo Tomás Moro (1478-1535), a quien la Iglesia celebró el pasado 22 de junio. Se trata de uno de los más grandes santos que como laico (casado con cuatro hijos) se distinguió por su valeroso testimonio de fe ante el poder temporal del Rey Enrique VIII de Inglaterra, de quien a la sazón fuera su Canciller, ya que era un abogado prestigioso y de intachable conducta. Es actualmente el patrono de los políticos.

Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN

Enrique VIII se separó del Papa y formó la Iglesia de Inglaterra (Anglicana), debido a la negativa de Roma de declarar nulo su matrimonio. Para justificar su decisión exigió a todos los súbditos de su reino firmar un Acta de Sucesión y Supremacía, que Santo Tomás se negó a convalidar, lo que lo llevó finalmente al martirio, junto con el Cardenal Juan Fisher.
 
Les propongo leer y reflexionar sobre una de las cartasque escribiera desde su encierro en la torre de Londres a su hija Margarita. Presten atención especialmente cómo queda de manifiesto la firme escucha de su consciencia, como último estamento de obediencia en la fe.
 
Él conocía perfectamente su deber de obediencia al Papa, y a la autoridad civil, pero ante todo escuchaba a Dios quien hablaba en su recta consciencia, a partir de lo cual estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias antes de contrariarla.
 
Inspirados también en San Juan Bautista, cuyo nacimiento celebramos ayer, deseo introducir la carta con el texto del Profeta Jeremías que la liturgia nos propone en la Misa de las Vísperas de la Solemnidad.
 
 
Lectura del libro del profeta Jeremías     1, 4-10
 


La palabra del Señor llegó a mí en estos términos:
«Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones.»
Yo respondí: «¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven.»
El Señor me dijo: «No digas: "Soy demasiado joven", porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. 
No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte -oráculo del Señor-.»
El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: «Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar.»
 
 

 

 
De una Carta de santo Tomás Moro, escrita en la cárcel a su hija Margarita
 
(The English Works of sir Thomas More, Londres, 1557, p. 1454)
Me pongo totalmente en las manos de Dios
 
 
“Aunque estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes de que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá, o bien dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.
 
Esta mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a su divina bondad, me conseguirá más tarde un aumento premio en el cielo.
 
No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro, cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe viento, y haré lo que él hizo. Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda.
 
Y, si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una tal caída redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia, y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.
Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve.
 
Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”.
 
 
Como comentario previo a las consignas para su reflexión orante deseo agregar dos observaciones. La primera en relación a la importancia de la dimensión comunitaria a la hora de testimoniar valientemente nuestra fe. En el caso de Santo Tomás Moro, de entre los más notables del reino de Inglaterra, sólo el Cardenal Fisher lo acompañó. Es bueno destacar que es deseable, por ejemplo en la encrucijada que nos toca atravesar hoy, que muchos cristianos permanezcamos unidos en la lucha por defender nuestras convicciones, que serán a la vez luz para resolver los problemas sociales que nos aquejan como nación y como miembros de la comunidad universal.
 
En relación al valor de la consciencia, debemos tener en claro que cuando no aceptamos una norma objetiva (Consciencia) como base moral para nuestra conducta, o cuando tememos a la muerte (opuesto al martirio) más que a renunciar a nuestros principios, no queda nada en pie. Estamos condenados a vivir en la esclavitud que el mal, la mentira, y la sed de dominio del más fuerte intentará imponernos.
 
 
Propongo ahora las siguientes consignaspara la reflexión y oración:
 
1.         Leer y meditar la lectura del Profeta Jeremías aplicándola a la propia experiencia de vida. Pensar en el grado de confianza que tenemos en la presencia de Dios en nuestras vidas en medio de las pruebas, y en la misión que valerosamente debemos asumir hoy para construir un mundo más humano.
 
2.         Leer la carta de Santo Tomás Moro, y extraer las ideas principales.
 
3.         ¿Tengo una consciencia educada en la que Dios me habla, a la que escucho, y que guía mis pasos como último criterio de vida?
 
4.         Intentar encontrar conexionesentre lo planteado en los textos, y la presente situación social.
 
 
Para terminar les presento la hermosa oración que Santo Tomás Moro escribiera sobre el Buen Humor:
 
 
Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.
 
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
 
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar
lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante
el pecado, sino que encuentre el modo de poner
las cosas de nuevo en orden.
 
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no
permitas que sufra excesivamente por ese ser tan
dominante que se llama: YO.
 
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría y
pueda comunicársela a los demás.
 
Así sea.
 

Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN

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