LA MAFIA JUDICIAL

EDITORIAL Miércoles 11 de Abril de 2018

Durante el mes de enero, tratando de apartarme un poco de la televisión, me puse a estudiar un poco sobre la historia de la Mafia Siciliana y de su hija más sofisticada, la Mafia estadounidense. Realmente resulta profundamente tenebrosa esa historia, llena de codicia, sangre y corrupción. Los jueces italianos desde fines de los ’70, hasta principios de los ’90, dieron testimonio con sus vidas de su lucha contra ese espanto.

Autor: Luis F. Ferreyra Viramonte - Director

El 23 de Mayo de 1992, cuando explotaron los 400 kilos de TNT debajo del automóvil en donde viajaba el magistrado Marco Falcone y su esposa –también magistrado- Francesca Morvillo, el mundo tomó conciencia de la grave lucha de los italianos contra la mafia siciliana. Aún cuando ya habían muerto varios jueces (entre ellos Paolo Borcellino, también juez antimafia y compañero del anterior) por atentados diseñados y ejecutados por esta organización criminal y secreta, quizás el más sintomático y profundamente conmovedor, fue el del Juez Falcone.

Sin querer explayarme sobre un tema que no domino demasiado, pude aprender que la mafia tiene 2 o 3 reglas que la distinguen y que han sido utilizadas con éxito por varios siglos: el secretismo o sigilo, la omertá (la regla del silencio) y el non sacho niente (no sé nada). Por supuesto que no terminan ahí estas ‘normas’ internas. Pero sirven para dar pié a esta nota editorial.

A su desprecio por la vida humana, sin embargo, debe agregarse su gran capacidad de organización y disciplina interna que, al igual que la masonería, amenaza con la muerte (de hecho hay muchísimos ejemplos) a quien viole esa regla.

Aún con todo ello, tanto los italianos como los estadounidenses, tomaron la decisión política de perseguir a esta organización y la condena de muchos mafiosos a penas privativas de la libertad, logrando el debilitamiento (no la desaparición, por supuesto) de estas organizaciones. Para eso, hizo falta la fortaleza espiritual y convicción decidida de una Justicia que trabajó incesantemente y en contra de toda amenaza, para el bien común.

En nuestra querida Patria, que adoptó la metodología organizacional de la mafia para todo tipo de actividad (comercial, política, gremial, etc.), no hemos tenido la capacidad necesaria para levantarnos en contra de las organizaciones criminales ni las asociaciones secretas, que vienen dominando a placer la vida de los argentinos.

Y ello es muy difícil, aunque no imposible, cuando el Poder Judicial se ha constituido en una verdadera mafia, adoptando una organización basada en el amiguismo, el secreto y en la libre interpretación de las leyes. En definitiva, la base de la Justicia de hoy, es la ‘cláusula del relativismo’. Existen tantas interpretaciones de la ley, como intereses deban protegerse.

Inseguridad e impunidad

Nos quejamos diariamente tanto de la inseguridad como de la impunidad; pero no atinamos a encontrar alguna solución al respecto de ambos males entronizados y apañados por la política, que justifica o justifica toda conducta inmoral o delictiva por la obtención de votos que los lleve o mantenga en el poder, siempre en beneficio personal o de su familia.

El  Poder Judicial, que debería trabajar por el bien común de la sociedad, se ha convertido en encubridora de cuanto delito o irregularidad cometan los políticos. Ello se justifica genéricamente, bajo el pretexto de ‘democratización’ de la Justicia, que tiene por finalidad la aceptación y dependencia de quien tiene los votos populares, en la cúspide de las cuales, se encuentra el gobernador en cada provincia y el presidente en la Nación.

Es nada más, que el sometimiento de la Política bajo un subterfugio para nada conveniente para la gente, pues los votos otorgados en elecciones a quienes ocupan el Poder político, sólo les otorga la responsabilidad de administrar los bienes que pertenecen a la sociedad, de la cual no se constituyen en propietarios.

Pero la realidad nos marca que ello resulta imposible, pues lejos de perseguir a las organizaciones criminales y a los delincuentes seriales, la Justicia ha adquirido un sistema de organización que se emparenta estrechamente con la mafia.

No podemos olvidar, que comparte el característico secretismo con las logias masónicas, que se han apoderado de este poder del estado. Las resoluciones se toman, en atención a la pertenencia de una de las partes a estos grupos secretos y no de acuerdo a las leyes que dictan las legislaturas para beneficio de todos (las hay, todavía)

Describiendo a la Justicia

La mafia neoyorquina, de la mano férrea de Lucky Luciano, creó “La Comisión”, formada por los jefes de las grandes familias mafiosas (Cossa nostra), quienes en sus reuniones secretas, decidían sobre la actividad criminal a desplegar por cada familia, tanto como las zonas de influencia de cada una. Esas resoluciones u órdenes, bajaban a los llamados ‘capitanes’ y estos a los ‘soldados’ que estaban a su cargo, quienes eran los ejecutores de dichas directivas. Los problemas mafiosos, eran resueltos por mafiosos, aunque a fuerza de torturas y asesinatos, las más de las veces juntas. Así de simple.

El Poder Judicial a partir de la década del ’90, adquirió esta organización que persigue tanto el enriquecimiento de los jerarcas, como el mantenimiento del inmenso poder político que les otorga el ejercicio de la magistratura.

Solo baste pensar, que el Tribunal Superior de Justicia tiene intervención tanto en el nombramiento como en la remoción de los jueces, fiscales y Asesores Letrados. Nunca ha prosperado un Jury por denuncia de particular, sino sólo por iniciativa del Tribunal Superior de Justicia quien, de esta forma, mantiene su poder extorsivo sobre los jueces inferiores. “O hacés lo que te digo o te vas”… e ‘irse’ de la magistratura, es perder un ingreso que supera los 2 millones de pesos por año.-

Para ser juez, debe rendirse un concurso en donde las reglas de admisión dependen especialmente de las imposiciones del Tribunal Superior. No quiere jueces díscolos que tengan independencia, sino que sólo sean intérpretes de las órdenes impartidas desde el Alto Cuerpo, encargado de los acuerdos políticos con el Gobernador y la Legislatura. Los abogados que ejercen la profesión, son mantenidos ‘en caja’ mediante el Tribunal de Disciplina de Abogados, cuyos miembros siempre tienen el beneplácito del Alto Cuerpo, para evitar cualquier crítica al despotismo o nepotismo de los jueces o fiscales.

De tal manera, existe “La Comisión” (aunque con nombre de Tribunal Superior o Corte Suprema), los jefes de familia (los encargados de cada Fuero), los capitanes (los camaristas) y por último los soldados (los jueces, fiscales, secretarios y empleados). Todos los demás ciudadanos, somos convidados de piedra y sólo debemos pagarles el sueldo... Negocio redondo.

Tráfico de Influencias

Los mismos que se adueñan del poder político o económico, necesitan adueñarse –antes que nada- del Poder Judicial.

Y esa apropiación, se hace patente y demostrable, con el inmenso y constante nepotismo de los magistrados y funcionarios. No hay magistrado que no tenga 2 parientes ingresados en Tribunales.

Pero también está claro que existe el amiguismo y el tráfico de influencias. Si bien está previsto en Código Penal, no se registra en todo el país tan siquiera una sola condena por este delito. Ambas cuestiones, van acompañadas del secretismo, la omertá y el non sacho niente.

No caben dudas, entonces, que el Poder Judicial actualmente es una organización mafiosa que debe ser desmantelada. En ello, nos jugamos el presente y el futuro, sobre todo de nuestros hijos. Corrompido como está, resulta imposible que haya paz en la sociedad. Los jueces y fiscales no están para servir al bien común general, ni para dictar justicia para los hombres y mujeres de a pié; están esencialmente para encubrir a los grandes poderes políticos, económicos o financieros, otorgándoles la impunidad necesaria para lograr sus objetivos de enriquecerse con los dineros públicos o de aquellos que han caído en la desgracia de haber sido demandado por alguien vinculado a algunas de las familias de esta 

Autor: Luis F. Ferreyra Viramonte - Director

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