BATALLA DE CASEROS: LA GRAN DERROTA NACIONAL (Segunda Parte)

HISTORIA-HISPANIDAD Miércoles 21 de Febrero de 2018

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Escena de la Batalla de Caseros

El 3 de febrero de 1852 las fuerzas de la Confederación Argentina comandadas por Juan Manuel de Rosas se enfrentaron a un ejército dirigido por Justo José de Urquiza integrado por tropas de Entre Ríos, Corrientes, la Banda Oriental y el Brasil. Tras cinco horas de combates la victoria fue para las armas del caudillo entrerriano. La derrota de la Confederación no implicó solamente el derrocamiento del gobernador de Buenos Aires, significó ante todo el fin de un sistema político, económico y social. Significó el fin de un modelo de Argentina y el inicio de otro completamente diferente. (Segunda nota)

Autor: Leonardo Castagnino director de La Gazeta Federal

(CONTINUACIÓN de http://www.losprincipios.org/historia-hispanidad/batalla-de-caseros-la-gran-derrota-nacional-primera-parte.html)

Urquiza y la Constitución

Las diferencias entre Rosas y Urquiza en cuanto a la cuestión de la Constitución son más sencillas de explicar. El 4 de enero de 1831 las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe - luego se sumó Corrientes - firmaron el Pacto Federal. En esos momentos se producían los enfrentamientos con la Liga Unitaria formada por el General José María Paz y que abarcaba a las provincias del interior. El Pacto estableció el libre comercio entre las provincias firmantes, la igualdad de derechos para sus ciudadanos, la formación de una alianza ofensivo – defensiva frente a cualquier agresión interna o externa y la formación de una Comisión conjunta en Santa Fe con diputados de todas las provincias participantes. La Comisión podía declarar la guerra y la paz y formar ejércitos. Pero lo que más interesa aquí es el inciso 5 del artículo 16: “Invitar a todas las demás Provincias de la República cuando estén en plena libertad y la tranquilidad a reunirse en federación con las tres litorales; y a que por medio de un congreso general Federativo se arregle la administración general del país bajo el sistema Federal, su comercio interior y exterior, su navegación, el cobro y distribución de las rentas generales y el pago de la deuda de la República, su crédito interior y exterior y la soberanía, libertad e independencia de cada una de las Provincias”. Es decir, planteaba que cuando el país estuviera pacificado se reuniría un congreso para organizarlo constitucionalmente. Tras la derrota de la Liga Unitaria a fines de 1831 se produjo un enfrentamiento entre los federales por esta cuestión. Estanislao López de Santa Fe y Pedro Ferré de Corrientes sostenían que había llegado la hora de cumplir este punto y dar a la Confederación una Constitución federal. Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga planteaban que aún no era el momento y que era necesario primero organizar las provincias y pacificar definitivamente el país para luego redactar una Constitución. Mientras esto ocurría, el Pacto Federal bastaría. La disputa culminó con el predominio de las ideas de Rosas y Quiroga, pero la cuestión quedó pendiente.

En 1834, a raíz del enfrentamiento entre los gobernadores federales de Salta y Tucumán , Facundo Quiroga fue enviado al norte para poner fin al conflicto . Rosas le solicitó a Quiroga que expresara a los gobernadores del interior sus ideas sobre la Constitución. Las mismas quedaron plasmadas en un documento que es clave para comprender la personalidad y el pensamiento político de Rosas, la llamada carta de la Hacienda de Figueroa datada el 20 de diciembre de 1834. Reproduzco algunos de sus párrafos más significativos: “Nadie, pues más que Vd. y yo podrá estar persuadido de la necesidad de la organización de un Gobierno general, y de que es el único remedio de darle ser y responsabilidad a nuestra República. ¿Pero quién duda que este debe ser el resultado feliz de todos los medios proporcionados a su ejecución? ¿Quién aspira a un termino marchando en contraria dirección? ¿Quién para formar un todo ordenado, y compacto, no arregla, y solicita, primeramente bajo una forma regular, y permanente, las partes que deben componerlo? ¿Quién forma un Ejército ordenado con grupos de hombres, sin jefes, sin oficiales, sin disciplina, sin subordinación, y que no cesan un momento de acecharse, y combatirse contra sí, envolviendo a los demás en sus desórdenes? (...). En el Estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a todos los pueblos, ¿quiénes, ni con qué fondos podrán costear la reunión y permanencia de un Congreso, ni menos la administración general? (...) Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia, ¿de dónde se sacarán los que vayan a dirigir toda la República? ¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios, y a toda clase de bichos? ¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más hombre para el Gobierno general que a Don Bernardino Rivadavia, y que este no pudo organizar su Ministerio, sino quitándole el cura a la Catedral (...). Antes de hacerse la reunión debe acordarse entre los gobiernos, por unánime advenimiento, el lugar donde ha de ser, y la formación del fondo común, que se haya de sufragar a los gastos oficiales del Congreso (...). Lo primero que debe tratarse en el Congreso no es, como algunos creen, de la erección del Gobierno general, ni el nombramiento del jefe supremo de la república. Esto es lo último de todo. Lo primero es dónde ha de continuar sus sesiones el Congreso, si allí donde está o en otra parte. Lo segundo es la Constitución General principiando por la organización que habrá de tener el Gobierno general, que explicará de cuantas personas se ha de componer ya en clase de jefe supremo, ya en clase de ministros, y cuáles han de ser sus atribuciones, dejando salva la soberanía e independencia de cada uno de los Estados Federados. Cómo ha de hacer la elección, y qué cualidades han de concurrir en los elegibles; en dónde ha de residir este Gobierno y qué fuerza de mar y tierra permanente en tiempo de paz es la que debe tener, para el orden, seguridad y respetabilidad de la República” . Y así continuó enumerando la forma en que debía organizarse el gobierno. Por cuestiones de espacio no incluyo más partes de este documento indispensable para entender el pensamiento rosista.

En la época tratada solamente algunos Estados tenían Constitución y la mentalidad era diferente a la actual. Rosas consideraba que los intentos de promulgar una Constitución – 1819 y 1826 – habían llevado a la anarquía. Pero los fracasos se habían debido no al rechazo de los caudillos por capricho o intereses personales sino a la ceguera del partido unitario que trató de imponer Constituciones que nada tenían que ver con la idiosincrasia de nuestro pueblo. Querían hacer leyes a las cuales se adaptaran los pueblos y no leyes adaptadas a los pueblos . Por otra parte existía un respeto a la ley Divina que superaba cualquier ley humana y una copiosa legislación vigente de origen hispánico que regía los principales aspectos de la vida de las personas. Por el contrario entre los unitarios y algunos federales predominaba el concepto de que la Constitución era clave para la organización de un Estado. En la actualidad esta idea es generalizada y difícilmente se la cuestione , pero no lo era en el período estudiado. Este punto era resultado de una clara influencia de las ideas de J. Rousseau expresadas en el Pacto Social – obra que ya en la época tenía amplia difusión - que consideraba que las sociedades se originaban a partir de pactos y no, como creían Rosas y Quiroga, - que se basaban en las ideas del derecho natural - que las sociedades era previas y que los pactos debían confirmar la organización preexistente.

El documento citado es de 1834 pero cuando Urquiza se alzó contra Rosas reclamó que desde entonces nada se había hecho por la organización nacional. ¿Por qué Rosas que estuvo en el gobierno entre 1835 y 1852 en ningún momento intentó organizar un Congreso Constituyente? Nuevamente el partido unitario tiene la respuesta. Fueron las coaliciones internas organizadas en combinación con las agresiones externas las que impidieron a la Confederación tener siquiera un año de paz para poder hacerlo. Los principales conflictos que la Confederación debió enfrentar fueron:

. Guerra contra la Confederación Peruano – boliviana (1837 – 1839).

. Conspiración de Cullen (1838) .

. Conspiración de Maza en Buenos Aires (1839).

. Revolución de los Hacendados o libres sur de Buenos Aires (1839).

. Revolución del general Lavalle (1839 – 1841).

. Coalición del Norte (1840 – 1841) .

. Levantamiento de Berón de Astrada y Paz en el litoral (1839 – 1842) .

. Levantamiento de los Madariaga en Corrientes (1846 – 1847).

Las sublevaciones fueron apoyadas por el bloqueo francés (1838 – 1840) y al fracasar este se intentó derrocar a Rosas por el anglo – francés entre 1845 y 1849. ¿En estas condiciones de peligro extremo, qué Estado podía sancionar una Constitución?, ¿todo lo hecho en defensa del Pacto Federal, del federalismo, la estabilización del Estado y las luchas en defensa de la soberanía frente a los enemigos exteriores e interiores no es organizar el país? Así lo sostuvo Rosas al replicar a las acusaciones de Urquiza.

La postura mantenida por el caudillo de Entre Ríos era que en realidad Rosas no deseaba la organización nacional, por ello sistemáticamente se negaba sancionar una Constitución. Así lo expresó en su pronunciamiento: “Que una vez manifestada así la libre voluntad de la provincia de Entre Ríos, queda esta en aptitud de entenderse directamente con los demás Gobiernos del mundo, hasta tanto que congregada la Asamblea Nacional de las demás Provincias hermanas, sea definitivamente constituida la República” . El periódico urquicista El Iris fue aún más explícito: “¿No hace 17 años que tal patraña [se refiere a la carta de la Hacienda de Figueroa] la escribía al General Quiroga? ¿Desde entonces hasta hoy le han faltado los elementos para realizarlos? Si no le ha sido posible convocar al Congreso General que ha de ocuparse de esa Organización de un Gobierno General, que es el único medio de darle el ser y respetabilidad a nuestra República, llevando así los deseos de todas las provincias, ¿cómo es posible que contra todas las tendencias e intereses argentinos, contrariando en todas y cada una de las partes el Pacto Federal de 1831, sin ningún género de trabas ni responsabilidad el ejercicio para con todos los pueblos la más absoluta y ominosa dictadura (...)” . Así lo sostuvo Urquiza y lo aplicó después de Caseros. La historiografía suele resaltar el punto de la Constitución pero olvida el económico. En ambas cuestiones para llegar a la verdad es fundamental hacer el contraste entre lo planteado en forma teórica antes del enfrentamiento y lo hecho con posterioridad. Es innegable el deseo de Urquiza de continuar el proceso de organización nacional redactando una Constitución, pero es falso que la organización comenzara con la Constitución. Si se pudo llegar al documento fue por el proceso previo iniciado ya desde 1810 y aún antes pues nuestras estructuras políticas son en gran parte fruto del legado hispánico.

A la cuestión constitucional se sumó otro factor político: el creciente poder de Urquiza dado por sus victorias en el litoral sobre los unitarios. El 4 de febrero de 1846 derrotó a las fuerzas del General Paz en Laguna Limpia, cayendo prisionero Juan Madariaga que junto con su hermano Joaquín gobernaban la provincia desde 1843. La rápida reacción del General Paz con apoyo de tropas paraguayas obligó a Urquiza a retirarse hacia Entre Ríos, pero inició negociaciones con los Madariaga. Paz fue desplazado por Joaquín Madariaga y el 14 de agosto de 1846 firmó con Urquiza el Tratado de Alcaraz. Corrientes se reincorporó al Pacto Federal y cesaron los enfrentamientos. Por una cláusula secreta Urquiza aceptó la no participación de Corrientes en la guerra en la Banda Oriental, en el bloqueo anglo – francés y se comprometía al reconocimiento de la independencia del Paraguay (los Madariaga habían sido apoyados por estos aliados, de allí el deseo de no enfrentarlos). Rosas desconoció el tratado, por las últimas cláusulas al considerarlas inaceptables y la guerra se reinició. El 27 de noviembre Urquiza con 6.500 efectivos destruyó al ejército de 5.000 hombres de Joaquín Madariaga en la batalla de Potrero Vences. Benjamín Virasoro fue nombrado nuevo gobernador de Corrientes, consolidando el prestigio e influencia urquicista en el litoral. Ya claramente quedaban dos figuras predominantes en la Confederación: Rosas y Urquiza. Los deseos del segundo de modificar el sistema económico rosista, la cuestión de la Constitución y las disputas por la hegemonía llevarían a Caseros. Pero Urquiza solamente contaba con el poder de su provincia y la de Corrientes para desafiar a Rosas. Esto no bastaba, necesitaba de otro aliado. Ese aliado sería el Imperio del Brasil.

El Imperio se involucra en la maniobra

Las tensiones entre la Confederación y el Brasil para 1851 eran de larga data. En las notas anteriores publicadas en esta revista el lector habrá podido observar las sucesivas maniobras del Imperio tendientes a formar una alianza con el fin de poner fin al sistema político y económico de la Confederación. Desde el punto de vista político, Brasil consideraba inadmisible el proyecto rosista de restablecer la unidad del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Rosas se había negado sistemáticamente a reconocer la independencia del Paraguay . También apoyaba a Manuel Oribe quien contaba entre sus proyectos con la reincorporación del Uruguay a la Confederación. Esto era intolerable para el Imperio que se desesperaba ante la posibilidad de que la Confederación - con las reincorporaciones previstas - recobrara el poder perdido a partir de la disgregación iniciada por las divisiones internar surgidas tras la Revolución de Mayo de 1810.

Económicamente, el sistema basado en la ley de aduanas y en el no permitir la libre navegación de los ríos interiores significaba un serio obstáculo para la política de expansión comercial imperial. De allí que Brasil exigiera dentro de las cláusulas del tratado de alianza con Urquiza el reconocimiento de la independencia del Paraguay y la apertura a la libre navegación de los ríos interiores argentinos y orientales.

Para 1848 las relaciones entre el Imperio y la Confederación se volvieron más tensas debido a las constantes incursiones de tropas brasileñas en el norte del territorio oriental . Fuerzas comandadas por el Barón Jacuhy saqueaban las estancias, produciéndose esporádicos combates con las tropas de Manuel Oribe dirigidas por Diego Lamas. Frente a las invasiones, Rosas como encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, ordenó a Tomás Guido - embajador en Brasil - que elevara las protestas correspondientes, generándose un nutrido intercambio epistolar con las autoridades imperiales. Mientras negociaba con Rosas, Brasil acordaba una nueva alianza, esta vez con Francia, para la formación de una coalición contra la Confederación. A comienzos de abril de 1850 llegaron a Montevideo más naves de guerra francesas, desembarcando armas y municiones para reforzar las defensas de la ciudad sitiada. El 8 de abril de 1850 una nueva expedición del Barón de Jacuhy fue interceptada por Diego Lamas que, además de causarle considerables bajas, secuestró una gran cantidad de correspondencia que puso en evidencia el apoyo del gobierno imperial a estas operaciones de saqueo. Las cartas fueron enviadas a Rosas y publicadas en el periódico oficial La Gaceta Mercantil. Las relaciones se tensaron a tal punto que el emperador Pedro II dispuso el reclutamiento masivo de tropas en mayo. Rosas – siempre sumamente celoso al tratarse de cuestiones de soberanía - exigió un desagravio al pabellón nacional por las agresiones brasileñas. El reclutamiento de tropas continuó con el auspicio de banquero más importante del Brasil, Irineo Evangelista de Souza, más conocido como el Barón de Mauá. Poco tiempo después sería el que financie las operaciones urquicistas contra la Confederación. El 30 de septiembre de 1850 T. Guido, por órdenes de Rosas, rompió relaciones con el Imperio y pidió sus pasaportes. Los brasileños no lo esperaban y recibieron la noticia con estupor pues el estado de sus recursos militares, a excepción de la escuadra, no podía compararse con el de la Confederación. Para peor Brasil creía contar con el apoyo de Francia que no llegó a materializarse completamente debido a los problemas internos y cambios en el gobierno galo. El Imperio quedó solo frente a la Confederación, pero ocurriría el milagro.

El bastión unitario en Montevideo

Las sucesivas acciones militares producidas en la Banda Oriental en 1847 (ver Deyseg Nº 31) llevaron paulatinamente a que Manuel Oribe volviera a dominar la campaña uruguaya y restableciera el sitio a Montevideo. Por tercera vez la ciudad se encontraba cercada por las fuerzas federales . Inglaterra y Francia se alejaban del Río de la Plata y los unitarios quedaban prácticamente solos, la caída era inminente. La única esperanza era una alianza con Brasil. Para evitar el desastre, el 4 de febrero de 1849 el Imperio y el gobierno de Montevideo firmaron un acuerdo por el cual se establecieron como puntos principales:

. Uruguay aceptó retrotraer sus límites a 1821, es decir cuando el territorio se encontraba invadido por Brasil. A su vez dejó la posibilidad al Imperio de realizar nuevos reclamos para demarcar las fronteras.

. A cambio de la cesión territorial, Montevideo recibiría un millón de pesos fuertes. Con el dinero podía aliviar la situación de la ciudad que contaba con recursos muy escasos dado el sitio terrestre y marítimo impuesto por las fuerzas de Oribe. Si el emperador no aceptaba ceder el dinero, Montevideo lo recibiría pero a manera de crédito por tres millones de pesos. Es decir se endeudaría, a la cesión de territorios se sumó la dependencia económica.

. Por una cláusula secreta el Imperio se comprometió al envío de ayuda militar para sostener la ciudad. Así se sentaron las bases de la futura alianza entre los unitarios orientales y argentinos exiliados y el Brasil

. Un observador particular, el Sr. Saint Robert señaló en una carta personal datada en diciembre de 1851: “Es gracias a Francia, pues solamente a Francia, que ha persistido hasta el final en la salvaguarda de la independencia de Montevideo, que se debe el éxito obtenido por el Brasil y sus aliados. Es ella, únicamente – y el hecho es indiscutible – que ha dado a la coalición el tiempo de formarse y culminar. Debe creerse, además, que en medio de los acontecimientos que se perfilan, entre ellos el de la libre navegación de los ríos, se evidencia una consecuencia natural como para que adquieran lugar considerable los intereses comerciales de Europa, sobre todo los de Francia, a la que no puede desconocerse equitativamente su parte en los acontecimientos ocurridos (...)” La ayuda del Brasil complementó la francesa y así pudieron reforzarse las defensas de la ciudad, que siguió resistiendo el sitio de Oribe cuya lentitud para decidir la guerra resultaba evidente. A su vez el Imperio envió a Honorio Carneiro Leao a Montevideo para ajustar las tratativas con Urquiza y ampliar la alianza.

2. La alianza contra la Confederación

“¡Al arma argentinos!

cartucho al cañón;

que el Brasil regenta

la negra traición.

Por la callejuela,

por el callejón,

que a Urquiza compraron

por un patacón”

Las causas antes mencionadas llevaron a Urquiza a decidir pronunciarse en contra de Rosas. Anualmente el gobernador bonaerense presentaba su renuncia a las facultades federales que las provincias le habían delegado, es decir el manejo de las relaciones exteriores y los negocios generales de la Confederación. Anualmente las provincias la rechazaban y Buenos Aires continuaba ejerciendo estas facultades especiales. El 1 de mayo de 1851 Justo José de Urquiza desde Entre Ríos realizó su conocido pronunciamiento . Tal hecho no fue otra cosa que el aceptar la renuncia de Rosas y reasumir para su provincia el manejo de las relaciones exteriores. La medida implicaba lisa y llanamente la ruptura del Pacto Federal de 1831, pues este establecía que para el manejo de las relaciones exteriores las provincias se pondrían de acuerdo, de tal manera que fuera una de ellas la que las asumiera en representación de todas las demás. J. Urquiza giró órdenes a Diógenes Urquiza para que se dirigiera al gobierno inglés el 29 de agosto de 1851 y obtuviera el reconocimiento de Entre Ríos como si se tratara de un Estado independiente. La petición fue rechazada por el gobierno británico el 8 de noviembre.

Por sí misma Entre Ríos carecía de las fuerzas militares necesarias para enfrentar el poder de Rosas que recibió el apoyo de las provincias al conocerse el pronunciamiento. Por ello, previamente al mismo, Urquiza realizó una serie de tratativas con el único aliado regional de peso con el que podía contar: Brasil. Como hemos visto el Imperio se encontraba en una situación desesperante debido a la ruptura de relaciones diplomáticas y la inminente guerra contra la Confederación. Aislado, carecía de poder militar para enfrentar a las veteranas tropas de Rosas que ya había empezado las conversaciones con Oribe para operar contra el Brasil, pero entonces ocurrió el milagro. Urquiza, dispuesto a la rebelión, efectivizó las negociaciones para la formación de la alianza que llevó a Caseros.

Las tratativas fueron encabezadas por un comerciante catalán, Antonio Cuyas y Sampere. El 29 de mayo de 1851 se firmó el tratado de alianza entre Brasil, Corrientes, Entre Ríos y Montevideo. Dispuso que si el gobierno de Buenos Aires declaraba la guerra a una de las partes las otras responderían por ella, formándose una alianza ofensivo – defensiva. Las fuerzas aliadas obligarían a Manuel Oribe y sus tropas a abandonar el territorio oriental. Se tomaría la isla Martín García para ser usada como base de operaciones. Consideraba la seguridad de los ríos Uruguay y Paraná como prioritaria, por lo que autorizó a las naves aliadas a navegarlos libremente (artículos 16, 17 y 18). Por el artículo 23 se invitó al gobierno de Paraguay a formar parte de la coalición contra la Confederación. Urquiza abrió la campaña permitiendo a la escuadra imperial ingresar a nuestros ríos interiores, en clara violación de nuestra soberanía.

Por un nuevo tratado complementario del 21 de noviembre Urquiza y los aliados declararon la guerra a la Confederación. El gobierno de Entre Ríos recibió del Brasil un préstamo de 100.000 patacones – a pagar con un 6% de interés - poniendo como garantía para su pago las tierras de la Confederación. Brasil entregó armas y el apoyo de sus fuerzas navales y terrestres. Urquiza se comprometió a reconocer la independencia del Paraguay. En el artículo 20 estableció: “El Gobierno de la república del Paraguay será invitado a entrar en alianza , enviándosele un ejemplar del presente convenio, y si así lo hiciera, conviniendo en las disposiciones arriba enumeradas, deberá tomar la parte que le corresponde de cooperación, para el fin de dicha alianza” .

Finalmente las fuerzas paraguayas no llegaron a intervenir en las operaciones por falta de tiempo. Por el artículo 14 se acordó: “(...) Los gobiernos de Entre Ríos y Corrientes, se comprometen a emplear toda su influencia cerca del Gobierno que se organice en la Confederación Argentina, para que este acuerde y consienta la libre navegación del Paraná y de los demás afluentes del Río de la Plata, no solo para los buques pertenecientes a los Estados aliados, sino también para los de todos los otros Estados ribereños que se presten a la misma libertad de navegación (...).” Es decir que autorizó – reafirmando lo acordado en el tratado anterior - a permitir la libre navegación de los ríos interiores una vez derrocado Rosas. Los héroes de la Vuelta de la Obligado que habían luchado para impedir la violación de la soberanía en nuestros ríos no estaban presentes en la mentalidad de los firmantes del tratado. Además Brasil se aseguró mediante la firma de una serie de acuerdos con el gobierno de Montevideo la sesión al Imperio de territorios en la zona fronteriza. Luego a estos se sumarían el territorio argentino que ocupaban las misiones orientales y que el Imperio había usurpado previamente . Con estas cláusulas los principales intereses de Brasil estaban cumplidos. De un solo golpe el Imperio destruiría el sistema proteccionista de Rosas, se aseguraba que no se restableciera la unidad del antiguo Virreinato del Río de la Plata y daba a su vez un paso para más para continuar su proceso de expansión. Esto último se materializaría completamente durante la Guerra del Paraguay.(Ver tambien,Castagnino Leonardo, Guerra del Paraguay. La Triple Alianza

3. El camino hacia Caseros

El 28 de junio de 1851 se realizó una conferencia en Gualeguaychú en la que participaron Urquiza, Garzón (Entre Ríos – Corrientes) , Herrera y Obes (Montevideo) y el Almirante Genfell, comandante de la escuadra imperial. Las conversaciones determinaron el plan de operaciones a seguir. Se acordó la ocupación de los ríos Paraná y Uruguay por las naves brasileñas para evitar cualquier acción ofensiva de las fuerzas de la Confederación sobre Montevideo o la Mesopotamia. A la par continuaba la concentración de las tropas imperiales en Río Grande que quedaron bajo el comando del conde de Caxias. Mientras tanto Rosas todavía permanecía incrédulo, a pesar de las evidencias, de que Urquiza fuera capaz de la traición después de tantos años al frente de los ejércitos confederados.

El 19 de julio Urquiza cruzó el río Uruguay con 5.000 hombres a la altura de Paysandú, contando con la complicidad de Servando Gómez, oficial de Oribe que debía haberle impedido el paso. Simultáneamente el general Garzón atravesó el río por el Hervidero (a la altura de Concordia) y Joaquín Virasoro por el Paso de los Higos. En total marchaban 6.000 entrerrianos y 1.500 correntinos. A ellos se sumaron los 2.500 hombres de Gómez. Durante esos días Urquiza acuñó la famosa frase "ni vencedores ni vencidos" para intentar convencer a las fuerzas de Oribe de la necesidad de rendirse. Veremos más adelante su particular forma de cumplirla. El caudillo oriental dejó 6.000 hombres sitiando Montevideo y marchó con los 5.000 restantes para unirse a su hermano Ignacio y enfrentarse a Urquiza. Este último, para ganar tiempo, insistió en negociar con Oribe y logró la firma de un armisticio en el arroyo de la Virgen. El acuerdo permitiría a las tropas de federales retornar sin ser molestadas al territorio de la Confederación. El caudillo oriental lo aceptó, pero la maniobra de Urquiza no fue sincera. Fue para ganar el tiempo necesario para que las tropas imperiales que rondaban entre los 16.000 y 18.000 hombres se le incorporaran junto con 19 piezas de artillería.

El 14 de agosto las baterías nacionales cañonearon a la escuadra imperial en el paso de Tonelero y el 18 de agosto Rosas declaró oficialmente la guerra al Brasil. Oribe comprendió tarde la maniobra, cuando ya se encontraba frente a 27.000 hombres con sus escasas fuerzas. Aún así Urquiza prometió permitirle la retirada si firmaba el armisticio, pero a último momento modificó las cláusulas y aceptó que solamente retornaran a territorio de la Confederación los oficiales argentinos. Tanto las tropas como el armamento debieron incorporarse a las fuerzas aliadas. Oribe, sin posibilidad de resistir, capituló el 8 de octubre de 1851 en Arroyo Pantanoso . Montevideo fue “liberada”. Los unitarios que habían urdido desde allí las intervenciones y agresiones extranjeras que pusieron en riesgo nuestra integridad territorial lograron su victoria. Pero lo peor de todo es que se perdió, ya definitivamente, la oportunidad de reincorporar la Banda Oriental a la Confederación. La coalición de unitarios, brasileños, entrerrianos y correntinos se completó. Después de la capitulación los aliados firmaron el tratado complementario del 21 de noviembre al que me referí en el punto anterior.

El llamado “Ejército Grande” se concentró en Punta Gorda (Diamante) contando con cerca de 28.000 hombres. Las cifras varían. El Atlas del Colegio Militar da un total de 28.180 hombres, de los cuales 16.679 eran de caballería con 45 cañones. Del total de efectivos 10.670 eran entrerrianos, 5.260 correntinos, 4.240 eran del rendido ejército de Oribe, 1.970 orientales, 4.040 brasileños – sin contar los que servían en la escuadra – y 2.000 de otras procedencias . José María Rosa da cifras muy similares, mencionado 28.149 plazas y una distribución similar a la del Atlas. A ellos se sumaron 12.000 hombres que permanecieron en Colonia bajo el mando del conde de Caxias y que amenazaban con desembarcar directamente sobre las costas de la cuidad de Buenos Aires, obligando a Rosas a retener parte de sus fuerzas para evitar el ataque.

El 17 de diciembre las baterías de Mansilla – con 16 cañones respaldados por un escuadrón de caballería y dos batallones de infantería – atacaron a 7 naves imperiales en Tonelero. El fuego fue contestado por más de 60 cañones de los buques del Brasil que lograron pasar pese de los daños. Dada la carencia de escuadra por parte de la Confederación fue imposible hacer más para impedir los desplazamientos de las naves del Brasil. El poseerla hubiera podido, quizás, cambiar los resultados de los acontecimientos . Lo cierto es que las naves imperiales se desplazaron luego con total impunidad.

El 23 de diciembre las tropas del gobernador de Entre Ríos cruzaron en naves brasileñas el Paraná e invadieron Santa Fe, ocupando la ciudad el 24. Su gobernador, Pascual Echagüe, sin posibilidad de resistir se retiró y tras una larga marcha se incorporó con 500 hombres a las fuerzas que lucharon en Caseros.

El 10 de enero mientras parte de las tropas de Urquiza acampaba en El Espinillo, cerca de San Lorenzo en Santa Fe se produjo la sublevación de la división que mandaba el coronel Aquino. Estas tropas eran parte de las que habían sido incorporadas al ejército aliado tras la rendición de M. Oribe. Indignadas por las acciones de Urquiza permanecían leales a Rosas y decidieron rebelarse. Ese día asesinaron a los oficiales que encabezados por el coronel Aquino intentaron detener el levantamiento y marcharon hacia Buenos Aires para incorporarse a las fuerzas de la Confederación. 1.114 hombres abandonaron al ejército de Urquiza.

Es sumamente interesante el relato de Carlos Ibarguren: “Esos soldados no se conformaban con ser mandados por militares contra los que habían peleado tanto, resolvieron rebelarse; para ello combináronse con los oficiales rosistas Guardia y Aguilera. La noche convenida se alzaron con las armas, dieron muerte al coronel Aquino y a todos los oficiales unitarios, separándose del ejército y emprendieron por el desierto la travesía a Buenos Aires, llevándose las caballadas. Desde el fuerte federación, hoy ciudad de Junín, los sublevados avisaron que irían directamente a Santos Lugares a presentarse y ponerse a las órdenes de “nuestro gobernador” a quien querían servir. Cuando esos gauchos veteranos llegaron al campamento de Santos Lugares – recuerda en sus apuntes inéditos Antonino Reyes que los recibió – el aspecto era imponente. Sus ropas gastadas y hechas andrajos en la laboriosa campaña que habían hecho, llevando las armas victoriosas en todas las batallas en que se habían hallado; unos habían envejecido, otros mutiládose por las heridas recibidas en los combates; venían después de once años de ausencia de la patria y del hogar a ver lo que encontraban de sus familias. Y sin embargo todo esto, venían contentos de haber llenado su deber, a presentarse al Ilustre Restaurador de la Leyes, como ellos decían, a combatir a su lado contra sus enemigos. No había uno solo que disintiese en esa voluntad, era uniforme, como era el deseo de no parar hasta no llegar a la presencia del señor gobernador a quien querían ver. Mucho trabajo me costó poder contener allí bajo promesas de que haría presente al señor gobernador su llegada y su deseo , y que aguardarían su contestación. Efectivamente esperaron con el caballo de la rienda. Así que regresó el chasqui que yo había despachado con aquel mensaje, lo rodearon y me pidieron leyera lo que contestaba Su excelencia. Abrí y leí en rueda de cabos y sargentos y oficiales lo que disponía el señor gobernador: que esperasen que al día siguiente iría a verlos. Al día siguiente, a la oración, llegó el gobernador. Yo presencié el momento en que entró a caballo en el centro de las cuadras donde estaban aquellos hombres alojados. En el acto se reunieron a su alrededor todos victoriándolo, le besaban las manos, lo abrazaban y estrechaban con todo cariño. Allí estuvo con ellos mucho rato, y seguido de los más fue a su alojamiento donde se sentó rodeado de muchos de ellos, hasta pasado un tiempo lo dejaron ocuparse de sus asuntos de servicio”. Estos hombres participarían en Caseros y los que sobrevivieron fueron ejecutados por Urquiza, no salvándose ninguno.(Ver El Batallón de Aquino)

Entre el 18 y el 19 de enero de 1852 los aliados cruzaron nuevamente el Paraná en naves imperiales, ahora para invadir la provincia de Buenos Aires. El desenlace final se acercaba. Durante el camino fueron hostilizadas constantemente por la población, a pesar de los boletines de propaganda generosamente distribuidos por D. F. Sarmiento que actuaba como “periodista” del Ejército.

Mientras tanto la inactividad del general Angel Pacheco, a quien Rosas había entregado el mando del Ejército, hacía que Urquiza se moviera casi sin ser molestado. Su sospechosa actitud fue denunciada por el general Hilario Lagos. El 18 de enero las fuerzas aliadas cruzaron el arroyo del Medio, sin ser atacadas, perdiéndose una preciosa oportunidad para detener su avance. Ante la inacción de su jefe, H. Lagos atacó a la vanguardia aliada el 24 de enero. El 31 Lagos al frente de 4.000 hombres, se enfrentó en Campos de Alvarez a las fuerzas urquicistas mandadas por Galarza y López pero fue rechazado con importantes bajas – unos 100 muertos y heridos y 211 prisioneros . La caballería de la Confederación sufrió en especial el efecto del fuego de una batería de cohetes a la Congreve operada por mercenarios al servicio del Brasil. El solo ruido de estos artefactos ayudó a dispersar a las caballadas. Ese mismo día el general Pacheco renunció al comando de las tropas de la nacionales. Se cree que su decisión así como su inacción previa se debió a un acuerdo con Urquiza.

Tras la renuncia se retiró a su casa y a pesar de haber sido uno de los más importantes generales de Rosas no fue molestado por el gobernador de Entre Ríos. A excepción de las acciones de Lagos, las fuerzas rosistas permanecían en una actitud pasiva a la espera del ataque final.

La proximidad de las fuerzas aliadas que en la noche del 2 de febrero habían cruzado el puente de Márquez motivó la realización de una junta de guerra en Santos Lugares. Participaron Rosas, Pedro Díaz y M. Chilavert – unitarios que se unieron a Rosas por considerar una traición a la patria la unión con Brasil – Agustín Pinedo , Hilario Lagos , Gerónimo Costa, Mariano Maza, Martín Santa Coloma , Juan José Hernández y otros oficiales. Rosas propuso salir directamente al campo y enfrentar al ejército enemigo. M. Chilavert planteó que ante la inferioridad de fuerzas era recomendable concentrar la infantería y la artillería en la ciudad y utilizar la caballería para hostilizar a los aliados apoyados por los indios pampas aliados. Rosas rechazó la idea porque no quería someter a la ciudad a un sitio y a un seguro bombardeo por parte de las naves imperiales. El 3 de febrero al amanecer el ejército aliado cruzó el arroyo Morón y se preparó para la batalla.

 

4. Las fuerzas enfrentadas y la batalla

Fuerzas de la Confederación Argentina

Comandante General: Brigadier general Don Juan Manuel de Rosas.

Derecha: general Agustín de Pinedo.

Ubicada sobre la casa y el palomar de la quinta de Caseros con 2 regimientos de caballería (Santa Coloma y Belvis), tres batallones de infantería y diez cañones al mando de Mariano Maza. Estaban parapetadas tras fosos y cercos.

Junto a estas fuerzas y hacia la izquierda se ubicaron una división de caballería al mando de Juan de Dios Videla , ocho batallones de infantería mezclados con baterías de artillería - diez cañones - al mando de los coroneles Jerónimo Costa, el héroe de Martín García, y Juan José Hernández.

Centro: coronel Martiniano Chilavert.

30 cañones de 12, 8 y 4.

Izquierda: coroneles Díaz y Lagos.

Tres batallones de infantería al mando del coronel Pedro José Díaz y tres divisiones de caballería al mando del coronel Hilario Lagos.

Alrededor de 22.000 hombres con 50 cañones. De todos ellos se calcula que alrededor de 10.000 eran infantes y 12.000 de caballería

Otra parte del Ejército quedó aferrada en Santos Lugares ante la posibilidad de un desembarco de los 12.000 brasileños que estaban en Colonia y que Rosas preveía que podían llegar a intentar un desembarco en forma simultánea al ataque de Urquiza.

Fuerzas aliadas

Comandante General: General Justo José de Urquiza.

Izquierda: coronel César Díaz .

Ubicada frente a la quinta de Caseros, con cuatro batallones de infantería oriental y un escuadrón de artillería.

Centro: Brigadier Manuel Márquez de Souza.

Dos batallones de infantería de Montevideo junto con remontados de Entre Ríos y Santa Fe, un escuadrón de artillería y una división imperial formada por seis batallones de infantería y un regimiento de artillería.

Derecha:

Cinco batallones de infantería entrerriana y correntina al mando de Galán con unidades de artillería intercaladas mandadas por el coronel Pirán y los tenientes coroneles Bartolomé Mitrey González Fontes, cuatro divisiones de caballería de Entre Ríos, Corrientes y Brasil mandadas por los generales Lamadrid y Medina y por los coroneles Galarza y Ávalos. El dispositivo era reforzado por las divisiones de caballería ubicadas a retaguardia sobre el extremo izquierdo al mando del general Juan Pablo López y el coronel Urdinarrain.

Alrededor de 28.000 hombres con 50 cañones.

A las siete de la mañana comenzaron los combates entre las avanzadas de ambas fuerzas produciéndose fuertes choques. Dos horas después el grueso de los ejércitos se encontraron frente a frente. Rosas, tras recorrer y pasar revista a toda su línea de batalla, en medio de las aclamaciones de sus soldados, se dirigió al coronel Martiniano Chilavert y le dijo: Coronel, sea usted el primero que rompa sus fuegos sobre los imperiales que tiene a su frente. Como un huracán partieron los proyectiles que encontraron blanco en los brasileros, silenciado sus baterías tal como lo habían hecho años antes en Ituzaingó. Rápidamente el combate se generalizó.

Rosas se ubicó en el centro del dispositivo rodeado por la división de los Coroneles Guardia y Aguilera que días antes había matado a sus jefes unitarios y desde Santa Fe había cruzado el desierto para unirse a las tropas de su caudillo al que habían servido durante tantos años. Confiado en la superioridad numérica de sus jinetes Urquiza los lanzó sobre el flanco izquierdo de las fuerzas de la Confederación. La caballería urquicista estaba compuesta por las divisiones de Medina, Galarza y Avalos. A ello se sumaba la de La Madrid que atacaría por el flanco para envolver a los confederados. Hilario Lagos respondió con sus lanceros rechazando a los aliados y sembrando el desorden entre la caballería que sufrió más de 400 bajas, pero entonces acudió la reserva al mando de Juan Pablo Lópezreforzando a los más de 10.000 jinetes aliados que ya estaban combatiendo. Totalmente superada, la caballería de la Confederación se retiró del campo de batalla. Rosas envió a las divisiones de Sosa y Bustos para intentar mantener el orden en su ala derecha, pero las divisiones aliadas de Galarza y Avalos les cortaron el paso y las dispersaron. La Madrid cargó con gran ímpetu con el objetivo de envolver el ala izquierda de Rosas y caer sobre la retaguardia, pero se desvió demasiado, yendo a parar a más de una legua y media de la posición pretendida . El resto de la caballería aliada se lanzó a perseguir a las fuerzas de Lagos para evitar que se reagruparan. Luego de este combate toda el ala izquierda de Rosas había colapsado.

Urquiza lanzó sus fuerzas centrales contra las de Rosas, encontrándose con las unidades de Chilavert y Díaz. La artillería imperial intentó apoyar el avance de su infantería pero fue silenciada por los disparos de los cañones de Chilavert. La infantería aliada no tuvo mejor suerte siendo diezmada por la artillería nacional.

Mientras tanto era simultáneamente atacada la línea derecha del dispositivo de la Confederación. Los valientes pero bisoños batallones retrocedieron sobre la casa de Caseros siendo completamente superados por las divisiones orientales comandadas por el coronel César Díaz apoyadas por la división de caballería de Urdinarrain, una batería al mando de Vedia y dos batallones de infantería imperial. Muy pocos de sus 800 defensores sobrevivieron al ataque, siendo asesinado el cirujano Claudio Cuenca cuando se acercó a pedir clemencia para los heridos que estaban en el hospital de sangre. Responsable de su muerte fue el coronel oriental Palleja. Los combates se vieron sumamente dificultados por el agotamiento de las tropas, producto de una temperatura que al mediodía ya rondaba los 35 grados y por el incendio de un campo cercano.

Ya solamente resistían en el centro la artillería de Chilavert y los tres batallones de infantería al mando del Coronel Pedro José Díaz. Vencidas la derecha y la izquierda de la Confederación todas las tropas aliadas convergían al centro. A pesar de la enorme desproporción de fuerzas las unidades nacionales detuvieron el avance del enemigo. Lentamente las tropas de Díaz consiguieron replegarse quedando solamente unos 300 artilleros de Chilavert frente a más de 12.000 enemigos que no lograban superarlos.

Antes del desenlace, al mediodía, una columna de caballería aliada cargó contra la división del coronel Sosa, que superada envolvió durante su retirada a Rosas. Perseguido por la caballería aliada se retiró siendo herido en su mano derecha. Luego ordenó a sus escoltas retirarse y como en Hueco de los Sauces redactó su renuncia: “Señores Representantes; creo haber llenado mi deber como todos los señores Representantes, nuestros conciudadanos, los verdaderos federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor es porque no hemos podido”. Y así fue, efectivamente más no se pudo.

Algunos de los que admiramos al Restaurador hubiéramos preferido que cayera enfrentando a los enemigos, tal como expresó Emilio Juan Samyn Ducó poéticamente: “En las trágicas horas de Caseros: ¿Por qué no abalanzaste tu caballo sobre el vil traicionero? ¡Qué símbolo elocuente hubiera sido tu cuerpo desgarrado por las lanzas del falaz brasilero! Tu cadáver, como estigma sangriento, denunciaría por siempre al unitario vendido al extranjero”. De todas formas sería injusto hacer reclamo alguno a Rosas. Durante más de 20 años defendió la soberanía nacional frente a todas las agresiones externas e internas, impidiendo la disgregación del territorio nacional. Si hoy la Argentina ha conservado su integridad territorial fue gracias a Rosas. Nunca la historia de las relaciones exteriores argentinas volvió a tener, salvo en los recordados días de la gesta de Malvinas, momentos de tanta gloria como los que Rosas hizo vivir a la Confederación. A pesar de ello muchos ciegos siguen todavía mansillando su figura. El valor que demostrado por el Restaurador durante el combate fue reconocido por el mismo Urquiza . Rosas se refugió en la delegación británica y marchó al exilio en Gran Bretaña, donde permanecería hasta su muerte.

En los campos de Caseros los artilleros de Chilavert aún resistían. Los imperiales avanzaban hacia ellos siendo destrozados por los certeros disparos de los cañones de la Confederación. Solamente cuando agotaron la munición pudieron ser tomados. El orgulloso coronel esperó entonces la llegada de los enemigos: “Y ahí quedó, pitando un chala, displicentemente recostado sobre uno de sus cañones, aún humeante. Atrincherado en su orgullo, disimulaba así su formidable arrogancia de soldado espartano, con la sencillez y naturalidad de que suelen revestirse las grandes cosas.

Pasado el calor de la pelea, le hurtó un minuto a la rabia que lo dominaba - ¡que pucha! – a la vista de las legiones brasileras, y el corazón se le acongojó contemplando centenares de camaradas muertos casi a su lado. ¿Valdrían la pena – se preguntó en un instante fugaz de escepticismo – tantos sacrificios, para terminar así? Como encontrando la respuesta, un golpe de viento hizo aletear la bandera del regimiento, que chamuscada, hecha casi girones en todo su paño, flameaba sobre el mástil. La miró fijamente, se le nublaron un poco los ojos, pero volvió a templarse: ¡sí, valía la pena!” Eran las dos de la tarde. La batalla de Caseros había terminado . En total había durado 7 horas si se cuenta desde el inicio de los tiroteos entre las guerrillas o 5 si se contabiliza desde que comenzó el choque entre el grueso de los ejércitos.

5. Después de Caseros

Así cayó. Encomendando

su alma a Dios y carajeando a sus matadores;

porque de vez en cuando

conviene sacudirse del cuerpo los rencores.

Y nada para eso,

nada más oportuno

que aprovechar el último suceso;

cuando le da a la muerte por meterse con uno.

Cayó de frente, herido

de un tiro entre los ojos,

y el corazón partido

por el fierro ciruja, mendicante de quemas y despojos,

Porque él había jurado

ante la Patria rota

morir así, de frente, sosteniéndola, por su honor de soldado,

la vista a la derrota.

Contra él nada pudo,

sino matarle el odio brasilero.

(A Dios se le hizo un nudo

en la garganta, cuando vio el desafuero.)

Pero él murió de frente,

como tenía

calculado morir, mientras de repente

se la acabó la pólvora de su batería.

La perrada extranjera

exigía el tributo

de su sangre, para que fuera

mayor el deshonor, mayor el luto.

(Porque usted, Coronel,

era la Patria; la Patria que, de borbotón en borbotón,

estrujando un clavel

entre las manos, pisaba el último escalón.)

El general Urquiza y sus aliados extranjeros se lanzaron en persecución de las derrotadas fuerzas nacionales. Al día siguiente de la batalla Urquiza mandó traer al coronel Chilavert en su presencia y tras una discusión dio la orden de fusilarlo. ¿Cuál había sido su crimen para que mereciera tal castigo?. Haber luchado por su Patria en vez de aliarse con el extranjero. Chilavert expresó que no dudaría en volver a hacer lo que hizo. “El señor Elías, secretario del general en jefe, a quien me tomé la libertad de interrogar sobre el particular – expresa el general César Díaz -, me dijo que el general no había tenido intención de fusilarlo; pero como habiendo sabido, no se por quién, que Chilavert había dicho que tenía conciencia de haber servido a la independencia del país sirviendo a Rosas y que si mil veces volviese a encontrarse en igualdad de circunstancias, mil veces volvería a obrar del mismo modo, lo mandó matar”

Un pelotón de soldados fue encargado de la tarea. Sigamos el relato de Adolfo Saldías: “Un oficial quiso asirlo para ponerlo de espaldas – lo querían fusilar como su fuese un traidor – . Fue como el bofetón en la mejilla, como el contacto de la mano impura en el seno de la virgen, la herida traidora en el pecho del león rugiente. El oficial fue a dar a tres varas de distancia, y Chilavert, dominando a los soldados, golpeándose el pecho y echando atrás la cabeza, les gritó: ¡Tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!. Los soldados bajaron los fusiles. El oficial los contuvo. Un tiro sonó, Chilavert tambaleó y su rostro cubrióse de sangre. Pero se conservó frente a los soldados gritándoles: ¡Tirad, tirad al pecho!. El prodigio de la voluntad lo mantenía de pie; que tampoco el hacha troncha de una vez la robusta encina. El oficial y los soldados quisieron asegurar a la víctima. Entonces hubo una lucha salvaje, espantosa. Las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos del martirio que postró al fin a Chilavert. Pero su fibra palpitaba todavía. Envuelto en sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo todavía el ademán de llevarse la mano al pecho. Era el ¡tirad aquí! ¡tirad aquí que los soldados debieron oír con horror en sus noches solas, como es fama que Santos Pérez, oía el lamento del niño que degolló

Así rindió de manera épica su existencia el coronel Martiniano Chilavert, víctima de la civilización que nos legó Caseros. La conocida frase de Urquiza "ni vencedores ni vencidos" mostraba su verdadera cara. Pero M. Chilavert no fue la única víctima, un sinnúmero de jefes federales seguirían su misma suerte. Los sobrevivientes de la división de los coroneles Guardia y Aguilera – o división de Aquino - fueron pasados por las armas sin consideración. Fueron fusilados y sus cuerpos colgados en los árboles de las calles que conducían a la residencia de Rosas en San Benito de Palermo. Relata A. Saldías: “Las escenas de sangre se prosiguieron en Palermo, donde el general vencedor estableció su cuartel general. Véase cómo las describe el jefe del ala izquierda aliada en caseros: Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de este cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasados por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de las víctimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general, se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las fuerzas aliadas hacía nacer” . Saldías incluye el testimonio de uno de los oficiales de Urquiza.

A las atrocidades expuestas hay que sumar los saqueos y toda especie de atropellos cometidos por las fuerzas del ejército aliado en su avance sobre la ciudad. A tal punto llegaron que el propio Urquiza dio cuenta de tener que haber fusilado a más de 100 hombres involucrados en los desmanes.

Para que el agravio hacia la Argentina fuera mayor, aún, las tropas aliadas esperaron para realizar su desfile triunfal hasta el 20 de febrero. La fecha no fue casual. Era el aniversario de la batalla de Ituzaingó en la cual las fuerzas nacionales derrotaron completamente a las brasileras durante la guerra contra esta nación. Para mayor dolor e insulto, Martiniano Chilavert recientemente martirizado había sido uno de los héroes de la jornada junto a Brandsen y Besares. La actitud de los brasileños de desfilar con banderas desplegadas - símbolo de ocupación - fue una nueva lanza clavada en el honor nacional. Por todas estas razones el comandante de las fuerzas del Imperio pudo decir a su emperador en el parte enviado tras la batalla de Caseros:

“Cúmplese en comunicar a V. E. para que lo haga llegar a S. M. el emperador, que la citada 1ª división, formando parte del ejército aliado que marchó sobre Buenos Aires, hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileñas perdido el 20 de febrero de 1827” . ¿Hace falta alguna prueba más para afirmar que Caseros fue la gran derrota nacional?. Urquiza, se había aliado con una potencia extranjera cuyo comandante se vanagloriaba de que Caseros fuera la venganza de Ituzaingó. Pero no era todo, el 17 de julio de 1853 Urquiza reconoció la independencia del Paraguay, perdiéndose – al igual que había ocurrido con la Banda Oriental – la oportunidad de recuperación de la unidad del Virreinato del Río de la Plata.

La política seguida por Urquiza en materia económica después de Caseros fue una clara muestra de la influencia del factor económico en el pronunciamiento: eliminó las barreras aduaneras, dio libre navegación de los ríos (decretos de 28 de agosto y 3 de octubre de 1852) y estableció un sistema económico de librecambio que perjudicó al interior llevando la ruina a sus industrias. Urquiza hizo lo contrario a Rosas, al cual luego se lo acusaría de defender solo los intereses de Buenos Aires, cuando los documentos y medidas demuestran lo contrario. Aquí los únicos que perjudicaron y empobrecieron al interior fueron los vencedores de Caseros. El análisis de la política económica seguida por los gobiernos desde 1853 lo demuestra con creces.

Cumpliendo lo pactado con los aliados también reconoció la libre navegación de los ríos interiores y dejó sin efecto la ley de aduanas de 1835. Con orgullo pudo decir ante el Congreso Constituyente de Santa Fe el 20 de noviembre de 1852: “Abrí los ríos a todas las banderas extranjeras, habilité sus puertos, abolí las aduanas interiores y reconocí como un hecho consumado la independencia del Paraguay” . Irónicamente Ignacio Anzoátegui afirmó: Urquiza abrió nuestros ríos a la libre navegación e inventó el agua de colonia.(Ver Tratados de Ríoy los Protocolos de Palermo)

Tras nombrar al Dr. Vicente López como nuevo gobernador de Buenos Aires, inmediatamente comenzó a preparar las medidas que llevarían a la formación del Congreso Constituyente en el que se mezclaron unitarios y federales para elaborar la Constitución de 1853 cuyo valor para el proceso de organización nacional es de gran importancia, pero no puede afirmarse que fue el principio ni mucho menos. Sus propios gestores así lo reconocieron, valorando en especial el papel cumplido por el Pacto Federal de 1831. (Ver Las recompensas)

En sus famosas Bases Don Juan Bautista Alberdi anticipó cual sería la política que seguiría a Caseros y que puede condensarse en algunas frases:

“Nuestros contratos o pactos constitucionales en la América del Sud deben ser especie de contratos mercantiles de sociedades colectivas, formadas especialmente para poblar estos desiertos (...)”

“¿Son suficientes nuestros capitales para esas empresas?. Entregadlas entonces a capitales extranjeros. Dejad que los tesoros de fuera como los hombres se domicilien en nuestro suelo. Rodead de inmunidad y de privilegios el tesoro extranjero para que se naturalice entre nosotros”

“(...) Que cada caleta sea un puerto; cada afluente navegable reciba los reflejos civilizadores de la bandera de Albión; que en las márgenes del Bermejo y del Pilcomayo brillen confundidas las mismas banderas de todas partes, que alegran las aguas del Támesis, río de Inglaterra y del universo”.

“(...) Una economía mal entendida y un celo estrecho por los intereses nacionales nos han privado más de una vez de poseer mejorar importantes, ofrecidas por el espíritu de empresas, mediante el cálculo natural de las ganancias en que hemos visto una asechanza puesta al interés nacional” Los resultados estuvieron a la vista y los gobiernos sucesivos las aplicaron al pie de la letra, entregando nuestros recursos a la explotación de los capitales extranjeros y de sus administradores locales.

Luego vino nuevamente la disgregación, la Constitución de 1853 no garantizó la unidad nacional. Buenos Aires se separó de la Confederación y esto llevó a las batallas de Cepeda y Pavón. En esta última el acuerdo entre Mitre y Urquiza marcó la sentencia final de muerte del federalismo ya anticipada en Caseros. Sobre estas “Bases” se asentó la Argentina que siguió a Caseros, resultado: pasamos de ser una raza orgullosa y honorable de guerreros a una de mercaderes saturados por los comerciantes extranjeros y sus administradores coloniales locales.(Ver Los personajes)

El legado de Caseros puede sintetizarse de la siguiente manera.

. Fin del período rosista.

. Pérdida definitiva de la posibilidad de reunificar el antiguo Virreinato del Río de la Plata.

. Pérdida definitiva del Paraguay y la Banda Oriental.

. Destrucción del sistema económico proteccionista implementado por Rosas y establecimiento de un sistema de librecambio que llevó a las economías provinciales, salvo las del litoral, a la ruina. En este sistema que fue continuado en el tiempo, encontramos en gran medida las razones de la desigual distribución de la población y de las extremas diferencias económicas entre las diferentes regiones de nuestro territorio.

. Continuación del proceso – no inicio – de organización constitucional.

. Expansión del Brasil y venganza de la derrota sufrida en Ituzaingó.

. Asesinato de M. Chilavert, gloria de nuestras guerras por la independencia.

Por todo ello, más allá de las posturas personales y de la caída de un hombre, Caseros representó ante todo una gran derrota nacional. Quien, quizás, sintetizó mejor lo que significó Caseros para la Argentina fue I. Anzoátegui por medio de estos versos:

“Y sucedió lo que sucedería el día que el Señor nos dejara de su mano,

que Dios no fuera criollo,

que se nos diera vuelta por el soberano capricho de mostrarnos como trota,

con qué sístole y diástole se mueve el corazón perdido en la derrota.

como un árbol sin fruto la noche era más noche

y el llanto era más llanto recamado de luto.

Las estrellas federales morían silenciosas y las altas estrellas preguntaban por ellas.

Preguntaban por qué ya no lucían su gracia y su frescura

como en las claras horas de la Dictadura.

Los ángeles del cielo quebraban sus espadas

porque era pasado el tiempo de las grandes patriadas:

La de meterse haciendo remolinos y eses entre los unitarios y entre los franceses.

Tocada, por escarnio, de poncho y galera,

la facción mostraba su cara brasilera.

Y la calandria patria se acogía en su nido, porque ya la calandria no tenía sentido.

Ni tenían sentido las risas y las rosas porque había caído Don Juan Manuel de Rosas.

Ni tampoco los anchos contornos de la pampa,

porque era la hora de Luis el Guardachanchos.

En rudos cuajarones de sangre se nos iban los varones

Atropellándose en la muerte, como antiguos patriarcas

que eligieran sus pingos funerarios con sus pelos y sus marcas.

Allí quedó la Patria, tendida sobre el campo,

Con los ojos abiertos para ver en el cielo el desatado lampo de sangre y de vergüenza

que cruzaba como una cachetada la historia de la Patria arrebatada.

Allí quedó la Patria, tendida y palpitante,

asesinada de hambre y muerte a cada instante.

¡Señor!, Tú que todo lo puedes, restáurala en su honor.

Y de paso, Señor, Tú que todo lo puedes, entre tantos dolores,

Piedad, Señor, te pido para los vencedores”.

A casi 154 de la gran derrota nacional decimos a viva voz: ¡Gloria a los vencidos en Caseros!

 

Autor: Leonardo Castagnino director de La Gazeta Federal

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